«La misión refuerza la
fe», escribía san Juan Pablo II (Carta enc. Redemptoris missio, 2), un
Papa que tanto amaba a los jóvenes y que se dedicó mucho a ellos
Este
sábado el Vaticano hizo público el Mensaje del Papa Francisco por la 92 Jornada
Mundial de las Misiones a celebrarse el domingo 21 de octubre de 2018.
En
el texto, el Santo Padre invita a todos los cristianos, especialmente a los
jóvenes, a llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra, testimoniando
el amor de Dios.
“Lo
que me impulsa a hablar a todos, dialogando con vosotros, es la certeza de que
la fe cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la misión que Cristo
nos confía” explica el Papa.
A
continuación, el texto completo del Mensaje del Papa Francisco:
Junto a los jóvenes,
llevemos el Evangelio a todos
Queridos
jóvenes, deseo reflexionar con vosotros sobre la misión que Jesús nos ha
confiado. Dirigiéndome a vosotros lo hago también a todos los cristianos que
viven en la Iglesia la aventura de su existencia como hijos de Dios. Lo que me
impulsa a hablar a todos, dialogando con vosotros, es la certeza de que la fe
cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la misión que Cristo nos
confía. «La misión refuerza la fe», escribía san Juan Pablo II (Carta
enc. Redemptoris missio, 2), un Papa que tanto amaba a los jóvenes y que
se dedicó mucho a ellos.
El
Sínodo que celebraremos en Roma el próximo mes de octubre, mes misionero, nos
ofrece la oportunidad de comprender mejor, a la luz de la fe, lo que el Señor
Jesús os quiere decir a los jóvenes y, a través de vosotros, a las comunidades
cristianas.
La vida es una misión
Cada
hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se
encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son
los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando es joven en edad,
siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia
adelante nuestra existencia. Nadie mejor que los jóvenes perciben cómo la vida
sorprende y atrae. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es
un gran desafío. Conozco bien las luces y sombras del ser joven, y, si pienso
en mi juventud y en mi familia, recuerdo lo intensa que era la esperanza en un
futuro mejor. El hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión
nuestra, nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a
la existencia. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta
realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).
Os
anunciamos a Jesucristo
La
Iglesia, anunciando lo que ha recibido gratuitamente (cf. Mt 10, 8; Hch 3,
6), comparte con vosotros, jóvenes, el camino y la verdad que conducen al
sentido de la existencia en esta tierra. Jesucristo, muerto y resucitado por
nosotros, se ofrece a nuestra libertad y la mueve a buscar, descubrir y
anunciar este sentido pleno y verdadero. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de
Cristo y de su Iglesia. En ellos se encuentra el tesoro que llena de alegría la
vida. Os lo digo por experiencia: gracias a la fe he encontrado el fundamento
de mis anhelos y la fuerza para realizarlos. He visto mucho sufrimiento, mucha
pobreza, desfigurar el rostro de tantos hermanos y hermanas. Sin embargo, para
quien está con Jesús, el mal es un estímulo para amar cada vez más. Por amor al
Evangelio, muchos hombres y mujeres, y muchos jóvenes, se han entregado
generosamente a sí mismos, a veces hasta el martirio, al servicio de los
hermanos. De la cruz de Jesús aprendemos la lógica divina del ofrecimiento de
nosotros mismos (cf. 1 Co 1, 17-25), como anuncio del Evangelio para
la vida del mundo (cf. Jn 3,16). Estar inflamados por el amor de
Cristo consume a quien arde y hace crecer, ilumina y vivifica a quien se ama
(cf. 2 Co 5, 14). Siguiendo el ejemplo de los santos, que nos
descubren los amplios horizontes de Dios, os invito a preguntaros en todo
momento: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?».
Transmitir la fe hasta los
confines de la tierra
También
vosotros, jóvenes, por el Bautismo sois miembros vivos de la Iglesia, y juntos
tenemos la misión de llevar a todos el Evangelio. Vosotros estáis abriéndoos a
la vida. Crecer en la gracia de la fe, que se nos transmite en los sacramentos
de la Iglesia, nos sumerge en una corriente de multitud de generaciones de
testigos, donde la sabiduría del que tiene experiencia se convierte en
testimonio y aliento para quien se abre al futuro. Y la novedad de los jóvenes
se convierte, a su vez, en apoyo y esperanza para quien está cerca de la meta
de su camino. En la convivencia entre los hombres de distintas edades, la
misión de la Iglesia construye puentes inter-generacionales, en los cuales la
fe en Dios y el amor al prójimo constituyen factores de unión profunda.
Esta
transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio”
del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del
sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige
corazones abiertos, dilatados por el amor. No se puede poner límites al amor:
fuerte como la muerte es el amor (cf. Ct 8, 6). Y esa expansión crea
el encuentro, el testimonio, el anuncio; produce la participación en la caridad
con todos los que están alejados de la fe y se muestran ante ella indiferentes,
a veces opuestos y contrarios. Ambientes humanos, culturales y religiosos
todavía ajenos al Evangelio de Jesús y a la presencia sacramental de la Iglesia
representan las extremas periferias, “los confines de la tierra”, hacia donde
sus discípulos misioneros son enviados, desde la Pascua de Jesús, con la
certeza de tener siempre con ellos a su Señor (cf. Mt 28, 20; Hch 1,
8). En esto consiste lo que llamamos missio ad gentes. La periferia más
desolada de la humanidad necesitada de Cristo es la indiferencia hacia la fe o
incluso el odio contra la plenitud divina de la vida. Cualquier pobreza
material y espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es
siempre consecuencia del rechazo a Dios y a su amor.
Los
confines de la tierra, queridos jóvenes, son para vosotros hoy muy relativos y
siempre fácilmente “navegables”. El mundo digital, las redes sociales que nos
invaden y traspasan, difuminan fronteras, borran límites y distancias, reducen
las diferencias. Parece todo al alcance de la mano, todo tan cercano e
inmediato. Sin embargo, sin el don comprometido de nuestras vidas, podremos
tener miles de contactos pero no estaremos nunca inmersos en una verdadera
comunión de vida. La misión hasta los confines de la tierra exige el don de sí
en la vocación que nos ha dado quien nos ha puesto en esta tierra (cf. Lc 9,
23-25). Me atrevería a decir que, para un joven que quiere seguir a Cristo, lo
esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación.
Testimoniar el amor
Agradezco
a todas las realidades eclesiales que os permiten encontrar personalmente a
Cristo vivo en su Iglesia: las parroquias, asociaciones, movimientos, las
comunidades religiosas, las distintas expresiones de servicio misionero. Muchos
jóvenes encuentran en el voluntariado misionero una forma para servir a los
“más pequeños” (cf. Mt 25,40), promoviendo la dignidad humana y
testimoniando la alegría de amar y de ser cristianos. Estas experiencias
eclesiales hacen que la formación de cada uno no sea solo una preparación para
el propio éxito profesional, sino el desarrollo y el cuidado de un don del
Señor para servir mejor a los demás. Estas formas loables de servicio misionero
temporal son un comienzo fecundo y, en el discernimiento vocacional, pueden
ayudaros a decidir el don total de vosotros mismos como misioneros.
Las
Obras Misionales Pontificias nacieron de corazones jóvenes, con la finalidad de
animar el anuncio del Evangelio a todas las gentes, contribuyendo al
crecimiento cultural y humano de tanta gente sedienta de Verdad. La oración y
la ayuda material, que generosamente son dadas y distribuidas por las OMP,
sirven a la Santa Sede para procurar que quienes las reciben para su propia
necesidad puedan, a su vez, ser capaces de dar testimonio en su entorno. Nadie
es tan pobre que no pueda dar lo que tiene, y antes incluso lo que es. Me gusta
repetir la exhortación que dirigí a los jóvenes chilenos: «Nunca pienses que no
tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha
gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: Yo le hago
falta a mucha gente» (Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, 17 de
enero de 2018).
Queridos
jóvenes: el próximo octubre misionero, en el que se desarrollará el Sínodo que
está dedicado a vosotros, será una nueva oportunidad para hacernos discípulos
misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines
de la tierra. A María, Reina de los Apóstoles, a los santos Francisco Javier y
Teresa del Niño Jesús, al beato Pablo Manna, les pido que intercedan por todos
nosotros y nos acompañen siempre.
FRANCISCUS
Fuente:
ACI Prensa