La asombrosa historia de
cómo la victoria militar de un emperador pagano cambió para siempre el curso
del cristianismo
Zikander(CC BY-SA 3.0) |
Era
el 312 d. C. y Roma era regida por un gobierno tetrárquico impuesto por
Diocleciano. Gobernaban dos augustos, uno en la parte oriental del imperio
y el otro en la parte occidental, y cada uno era apoyado por un césar que
heredaban la jefatura a la muerte de los primeros. El sistema funcionó
correctamente hasta la muerte y renuncia de los primeros augustos y cesares:
Diocleciano y Maximiano en Oriente; Galerio y Constancio Cloro en Occidente.
Con
los puestos vacantes, comenzaron las conspiraciones y traiciones, creándose una
serie de conflictos que llevaron a la guerra, sobre todo por la rivalidad de
los herederos más poderosos: Constantino, hijo de Constancio Cloro, y Magencio,
hijo de Maximiano.
Constantino,
después de haber conquistado fácilmente el norte de Italia, se dirigió a la
capital y estableció el campamento con sus soldados en la zona llamada
Malborgheto. Aunque Constantino era un hábil estratega y tenía grandes
guerreros muy bien preparados, estos en cantidad eran muchos menos que las
tropas de Magencio. Se dice que Constantino contaba con 40.000 hombres frente a
100.000 de Magencio.
Sin
embargo, cuenta la leyenda que el 27 de octubre, Constantino tuvo una visión de
la señal de la cruz en la que una voz le dijo en latín: “in hoc signo vinces”,
“con este signo vencerás”. Según Eusebio de Cesárea y Lactancio (hagiógrafos de
la época), Constantino mando pintar una cruz latina con su parte superior en
forma de P, llamada crismón, en todos sus estandartes, en obediencia a la
misteriosa voz celestial.
El
día 28 Magencio se preparaba para el ataque en la zona del Ponte Milvio, puente
que hizo destruir para poder acorralar a las tropas de Constantino al otro lado
del río Tíber, y un poco más arriba del río construyó un puente de madera para
que sus tropas pudieran pasar y atacar a los soldados de Constantino. Estos, al
verlos llegar, se dieron cuenta que sus caballos estaban desprotegidos, así que
mataron a los caballos, y los soldados de Magencio cayeron sin escapatoria con
sus pesadas armaduras. Los que quedaban quisieron retroceder por el puente
provisional, que no soportó tanto peso. Cayeron todos, incluso Magencio, y el
río se los llevó.
Esta
es una síntesis de la historia, que si se cuenta con detalle es bastante larga
y tiene muchas versiones. Pero lo importante es que, desde ese día, cambia la
historia del cristianismo, la del imperio y la de la humanidad.
Tras
su victoria, Constantino queda como único emperador, y con la promulgación del
Edicto de Milán, en el 313 y en agradecimiento a la victoria obtenida bajo la
protección de Cristo, establece el cese definitivo de los abusos violentos
llevados a cabo contra los cristianos, que comenzó con Nerón, permitiéndoles
profesar su fe libremente. No sólo a los cristianos, sirvió también para las
demás religiones, permitiendo que cualquier persona pudiese adorar a la
divinidad que eligiese.
¿Constantino santo?
Ahora
bien, una cosa debe quedar clara: Constantino fue un gran emperador, permitió
la libertad religiosa, su madre Santa Elena sí era una devota cristiana
bautizada, y él, por su gran amor filial, hizo importantes donaciones a la
Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los
cristianos como colaboradores personales.
Pero
Constantino personalmente no profesaba la fe cristiana, y lo podemos ver
hoy en el famoso arco de Constantino, que se encuentra en diagonal al
majestuoso Coliseo. El neo emperador, después de obtener la victoria en la
batalla del Puente Milvio, mandó erigir un arco triunfal, construido en el 315
para celebrarlo. El arco está decorado con imágenes de la victoria con trofeos
y sacrificios a dioses como Apolo, Diana, y Hércules, y no posee ningún simbolismo
cristiano.
En
el 321, Constantino dio instrucciones para que todos, cristianos y no
cristianos observaran el “venerable día del sol”, que hacía referencia a la
esotérica adoración oriental al sol. El día del Sol (actual domingo) estaba
dedicada al Sol Invictus, divinidad pagana que había cobrado especial
importancia en el culto imperial. Sólo que los cristianos lo adoptaron como
“día del Señor”.
Y
tengamos en cuenta otra cosa importante, el emperador era también considerado
un dios, y esta es la razón que desde el principio había generado el conflicto
con los cristianos, pues se les obligaba a rendir culto y sacrificios al
emperador, a lo que se negaron rotundamente ya que adoraban a un solo Dios.
Así
que, si Constantino decidía convertirse al cristianismo, perdía en cierta forma
su “divinidad” y con ella gran parte de su poder. Por eso se dice que no quiso
ser bautizado hasta cerca de su muerte en el 337.
La
Iglesia Católica Apostólica Romana, agradece mucho al gran emperador
Constantino por todo lo que hizo por los cristianos, tanto es así que muchas
veces veremos su imagen en algunas de las grandes basílicas de Roma (en el
museo Vaticano hay una entera sala que cuenta la historia, obra magnífica de
Rafael; y una espectacular estatua de Bernini a la entrada de la basílica de
San Pedro), pero no está dentro de su santoral, nunca fue canonizado.
En
cambio la Iglesia Ortodoxa venera a Constantino I como santo y su fiesta es el
21 de mayo. También figura en el calendario luterano de los santos.
María Paola Daud
Fuente:
Aleteia