Amar a los que me rodean es más importante que
llevar razón
A menudo me doy cuenta de una cosa, no me
basta con tener razón, necesito que me la den. Quiero que reconozcan que estoy
en lo cierto, que estoy en posesión de la verdad. Quiero que sepan que he
acertado en mi forma de ver las cosas. Que digan que mi punto de vista es el
correcto.
Que lo sepa yo está bien. Pero
que otros lo sepan y lo reconozcan, marca la diferencia. Es mi orgullo.
A menudo guardo rencor y vivo
con rabia. Pienso que el mundo no me da la razón. Me la quita injustamente. Los
demás, o alguien importante en mi vida, no ven las cosas como yo las veo.
Quiero que lo digan en alto, que
lo reconozcan públicamente. No me basta con ganar. Necesito los titulares de
toda la prensa rendidos a mis pies.
Cuando eso no sucede, cuando
no aplauden mi forma de ver las cosas, me lleno de rabia. Sé
de dónde viene ese rencor guardado. Alguna vez me negaron esa razón que era
mía. Yo grité con furia. Tenía razón. Pero el mundo guardó silencio. O le dio
la razón a otro de forma inmerecida.
Me quedé confuso, solo. Yo tenía
la razón. Buscaba argumentos. Entre ellos el grito, o la fuerza.
Producía el efecto contrario. Volvían el rostro. Me dejaban solo. Y entonces el odio comenzó
a tomar fuerza en mi corazón herido.
¿Nace
con tanta facilidad el odio? Es
una palabra tan fea. Tiene tanta fuerza. No nace de golpe. Va
incubando lentamente, guardando heridas y desprecios, alimentándose de los
insultos y olvidos.
Como un ave carroñera que sólo
se alimenta de despojos muertos. Así mi odio crece al no sentir que otros me
dan la razón que tengo.
Y culpo a Dios de mi
desdicha. Él podía cambiarlo todo. Podía haberlo hecho diferente. Me duele no
tener un lugar, un camino, un final feliz.
Podía haberse inventado algo que
diera forma a mis sueños. Podía darme la razón de forma definitiva y hacer
posible lo que yo deseo. Y si no lo hace es que no es mi Padre. O por lo menos
es un padre que no quiere a su hijo.
Dios, o el mundo, no me afirman.
Aunque tenga muchos likes en mis redes
sociales, nunca es bastante. Alguien tendrá más.
Y querré que muchos más me sigan a mí y me
den la razón. Es tanta la vanidad, mezclada con el odio que he ido guardando y
esa mirada llena de rabia que tengo.
Tal vez, me parece, no
necesito tener razón para ser feliz. Creo que puedo ser feliz
teniendo razón o no teniéndola. No es tan importante.
Puede que esté en lo cierto. Que
el otro lo haya hecho mal y yo no. Pero eso no cambia nada. La vida es como es
y no puedo cambiarla aun teniendo toda la razón del mundo. Aun siendo injusto
todo lo que me pasa. Aun siendo yo el que debería tener una vida mejor de la
que tengo.
Pero no es así y tengo que
querer mi vida como es. Con o sin razón. ¿Qué importa? Lo
importante no es estar yo en lo cierto, cargar con la verdad a cuestas.
Lo
que importa de verdad es amar la vida y en ella al que Dios ha puesto en mi
camino. Amar mi
presente hoy y no los futuribles que deseo. Amar mi alma rota y todas las
injusticias que padezco. Aunque quisiera borrarlas de un plumazo. Pero no
puedo.
Dios quiere mi bien. Quiere que
sepa que me mira, sostiene y sana. Quiere que sepa que está conmigo. Él
siempre tiene la razón. Yo no siempre. Y aunque la tenga sólo
desea que sea feliz y haga a otros la vida más fácil.
Por eso desde hoy tomo una
decisión: no importa que tenga la razón, no importa que
esté yo en lo cierto, que lo mío sea lo justo y lo otro lo injusto.
Puede que sea así, es cierto.
Pero no
voy a dejar en ningún caso que ese deseo de que me den la razón acabe
quitándome la paz y la alegría.
No
voy a aceptar que mi deseo de recibir el reconocimiento me lleve al rencor y al
odio. Voy a
aceptar que mi vida no es justa.
Y que si
persigo la justicia continuamente, o la perfección, o la verdad, haré de mi
mundo un infierno. Y haré que los demás sean objeto de mi
rabia, de mi ira, de mi odio. No lo quiero.
Quiero aprender a amar. Sin
buscar la razón. Amar con el corazón a los que tengo en mi
camino. Eso es más importante, mucho más, que el
hecho de que muchos me den la razón y me digan que estoy en lo cierto.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia