Para sacar provecho de los frutos espirituales que recibimos por medio de la eucaristía, tenemos que conocerla, entenderla y participar en ella con nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo
Dentro
de la misa hay ciertos momentos frente a los cuales reaccionamos y/o
respondemos de manera automática. En cierto sentido esto facilita nuestra
concentración y nos ayuda a no perder el foco de la celebración. Por ejemplo:
el hecho de ir siguiendo las lecturas desde nuestro lugar mientras estas están
siendo proclamadas en la Liturgia de la Palabra es una acción natural que nos
ayuda a estar atentos y a participar de la misa. Bien sabemos que la
consagración es el momento máximo, ya que el mismo Dios se hace presente en medio
de nosotros. En ese momento se tocan las campanas para mantenernos despiertos y
atentos a lo que está sucediendo en el altar.
Desafortunadamente,
hay otros momentos dentro de la misa en que nos distraemos fácilmente y
desviamos nuestra atención. Me pasa a mí, y creo que una de las razones por las
que pasa esto es porque no tenemos
idea de lo impresionantes que son cada una de las partes de la Eucaristía, especialmente
aquellas que son aburridas para más de uno. Esas que parecen estar para
rellenar.
La oración «orate
fratres» (orad hermanos):
«Para
que el Señor reciba de tus manos este sacrificio…». Yo pasaba por alto
este momento de la misa respondiendo de memoria esta invocación. Supongo que no
soy la única. Sin embargo, hace algunos años escuché a un joven sacerdote decir
algo sobre este intercambio de palabras que se hace durante la misa que me dejó
sorprendida y que cambió para siempre la forma en que yo entendía esas palabras
(y la misa completa). Sin duda, con
esto he confirmado aún más que los sacerdotes son verdaderos héroes
sacramentales de la vida real.
Probablemente
sepas lo que es estar conduciendo por un trayecto conocido (ya sea de la casa a
la escuela, al trabajo o al supermercado), cuando de repente reaccionas y te
das cuenta que habías estado actuando en modo ‘‘piloto automático’’ por 5, 10 o
tal vez 30 minutos y te preguntas: «¿Cómo llegué hasta aquí?»
¡Desgraciadamente, he experimentado ese mismo trance en la misa más veces de
las que yo quisiera! En la vida de todo católico llega un momento en que el
hecho de ponerse de pie, sentarse y responder a ciertas cosas se vuelve tan
habitual que hasta podríamos hacerlo mientras dormimos.
En la parte de la que les
hablo, esto es lo que oímos y decimos:
1.-
«Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios
Todopoderoso».
2.-
«Que el Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su
Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia».
Por
eso, ahora quiero que imagines estar en un lugar muy alto, donde se une el
cielo con la tierra, suspendido sobre el más grande de los abismos…
Y ahora… lo que realmente
sucede:
«En ese momento, en que el
sacerdote le pide a la asamblea orar a Dios para que acepte el sacrificio que
él está a punto de ofrecer, y al cual los fieles desde sus asientos responden:
«Que el Señor reciba de tus manos este sacrificio», lo que está sucediendo
es que el sacerdote está entrando al abismo inmenso que hay entre la Tierra y
el Cielo, ascendiendo in persona Christi (como Cristo mismo) al cielo
para ofrecer el sacrificio del Hijo a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Tu oración deberá hacer
que yo –sacerdote– no pierda de vista mi tarea, no cometa ningún error ni me
duerma en medio del abismo. Cuando tú dices: «que el Señor reciba de tus manos
este sacrificio…», le estás pidiendo a Dios que me sostenga y que no me deje
caer en el abismo infinito que hay entre la Tierra y el Cielo. El hecho de
poder agradecer su gracia divina es la acción más importante que realizo como
sacerdote».
Aquí es cuando entra en
juego nuestra imaginación:
Cuando
vamos a misa todas las semanas, incluso todos los días, nos arriesgamos a que
las cosas no sucedan como nosotros queremos. Vemos y oímos a menudo los signos
de los tiempos, pero fallamos al ver el misterio impresionante, sobrenatural y
metafísico que ocurre en la Eucaristía.
Alturas y profundidades
inmensas:
Incluso
hasta la expansión y las maravillas de nuestro planeta Tierra nos dejan sin
aliento. Si la escala y la extensión del reino natural nos pueden asombrar
tanto… pues imagina multiplicar ese asombro por infinito, para considerar
la diferencia que existe entre Dios y el Hombre, y el Cielo y la Tierra. Lo que
podemos ver desde el ámbito de la ciencia, y también a simple vista, es
bastante válido, es como una analogía. Con lo avanzado que está el mundo hoy,
el hombre todavía no ha podido llegar a calcular la profundidad del océano en
su totalidad. ¿Cómo podrían entonces no interesarnos las maravillas que hay en
el cielo?
Los
descubrimientos más increíbles son minimizados por los aspectos menos
increíbles que hay en nuestra realidad. En la misa no es diferente. La misa es
la base de esa realidad, de lo que nos toca experimentar día tras día. Si no quieres que te vaya mal en la vida,
si no quieres vivir más en modo ‘‘piloto automático’’, vuelve a asombrarte ante
las maravillas de Jesucristo que viene a nosotros en la santa misa.
Son
muchas las formas con las que puedes saciar tu sed por la Eucaristía: leyendo
un libro, viendo videos, asistiendo a charlas o conversando con alguien
católico. La misa está esperando que la descubras. Cuando vayas a misa pídele
al Señor que aumente tu amor por Él y por la eucaristía. Visítalo en la
Eucaristía. Busca en las profundidades. Recíbelo y dale las gracias cada día.
Para
sacar provecho de los frutos espirituales que recibimos por medio de la
eucaristía, tenemos que conocerla, entenderla y participar en ella con nuestro
corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo.
Por:
Winifred Corrigan