Una
niña copta relata el asesinato de su madre, una de las víctimas de los
atentados en El Cairo, el pasado diciembre
Nesma (13) y su hermana Karen (8). Perdieron a su madre durante un ataque terrorista en una iglesia de El Cairo.@Aid to the Church in Need |
Hombres
armados atacaron a los cristianos que salían de una iglesia copto-ortodoxa, en
la periferia de El Cairo, el 29 de diciembre de 2017. Este atentado,
reivindicado por el Estado Islámico, tuvo lugar unos diez minutos después de
terminar la misa en la iglesia de San Menas y se saldó con la muerte de nueve
personas.
Una
de las víctimas era una joven madre llamada Nermeen Sadiq. Su hija de trece
años de edad, Nesma Wael, estaba a su lado cuando recibió el primer tiro.
Nesma
ha hecho público su relato a través de la fundación pontificia Aid to the
Church in Need (Ayuda a la Iglesia Necesitada/Ayuda a la Iglesia que
Sufre):
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Cuando
terminó la Misa, mi prima, mi madre y yo salimos de la iglesia. Mi madre
llevaba un crucifijo al cuello y ninguna de nosotras llevaba velo. En los
barrios pobres, las mujeres musulmanas a menudo llevan velo para distinguirse
de las mujeres cristianas.
Entramos
en una calle lateral y vimos cómo un hombre que se acercaba a la iglesia en
moto se cayó con un bache. Mi madre acudió deprisa en su ayuda y le preguntó:
‘En el nombre de Jesucristo, ¿se encuentra usted bien?’. El hombre se
reincorporó rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos abrió fuego contra
nosotras con un arma que sacó de debajo de su chaleco.
Tan
pronto como mi prima y yo vimos el arma, nos escondimos detrás de mi madre, que
nos gritó que saliéramos corriendo. El terrorista primero le disparó en el
brazo cuando todavía estaba intentando protegernos. Salimos corriendo, pero mi
madre se cayó y no pudo escapar con nosotras. La distancia entre nosotras y el
terrorista cuando sacó su metralleta era de poco más de un metro. Mi prima y yo
corrimos hacia un pequeño supermercado, en el que la vendedora nos escondió
detrás de la nevera. Desde nuestro escondite podíamos ver cómo el hombre nos
buscaba con la mirada. Como no podía vernos, se volvió de nuevo hacia mi madre
y le disparó varias veces.
Todo
esto ocurrió en pocos minutos. Cuando el terrorista se fue, corrimos para
ayudar a mi madre. Mucha gente acudió pero nadie se acercó para atenderla, a
pesar de que todavía estaba con vida. Llamé a mi padre, pero no cogió la
llamada. Logré localizar a mi tío que vino de inmediato. Entonces llegó una
ambulancia, pero el personal de emergencia se negó a introducir a mi madre en
la ambulancia hasta que no obtuvieran el permiso de los agentes de seguridad.
Estos estaban buscando por las calles al terrorista y también a otro tirador
que había atacado a las personas que estaban frente a la iglesia.
Entonces
se inició un tiroteo y la gente salió huyendo. Mi prima, mi tío y yo
permanecimos con mi madre, quien me miró y me dijo: ‘No tengas miedo, yo estoy
contigo. Obedece a tu padre y cuida de tu hermana’. Cuando el tiroteo cesó,
regresé a la iglesia para buscar a mi hermana menor, Karen, que tiene ocho años
y había permanecido allí, porque la catequesis para los niños todavía no había
acabado. Vi a tres personas conocidas yaciendo en charcos de sangre que habían
sido asesinadas frente a la iglesia
Cuando
finalmente introdujeron en la ambulancia a mi madre ya estaba muerta.
Hoy
día ya no recorro sola las calles; mi padre siempre me acompaña a todos los
lugares. Pese al dolor que atenaza mi corazón –echo muchísimo de menos a mi
madre–, estoy contenta porque yo estaba con ella durante el ataque y además yo
ni siquiera fui herida: fue Dios quien la eligió para ir al cielo.
No
quiero abandonar mi país, pero sin duda quiero encontrar la forma de estudiar y
vivir de forma más desahogada, sobre todo porque nuestra situación económica no
es buena. Mi padre, que tiene 35 años, es chófer, pero no tiene un trabajo
fijo. Mi madre era la principal fuente de ingresos en nuestra familia: era
enfermera en el Centro Nefrológico de El Cairo. Yo quiero ser doctora
especializada en Nefrología, pues ese era el sueño que tenía mi madre para mí.
Este
es mi mensaje a todas las personas perseguidas en el mundo: ¡No temáis!
Nuestras vidas están en las manos de Dios y debemos permanecer fieles a nuestra
fe”.
Jesús Colina
Fuente:
Aleteia