El sacerdote misionero Joan Soler lleva 9 años
evangelizando en Togo
“Dicen que la pobreza es vivir con un euro al
día. Hay gente en Togo que vive con menos de un euro a la semana”.
Esto es lo que dice el misionero del IEME (misionieme.blogspot.com)
Joan Soler, que lleva 9 años en este país y conoce su situación mejor que nadie.
Joan Soler, que lleva 9 años en este país y conoce su situación mejor que nadie.
Aunque reconoce que es desesperada, este sacerdote
siempre encuentra un motivo para sonreír (allí lo llaman “el hombre de la
sonrisa permanente”) y advierte que, en Togo, a diferencia de aquí en
España, la gente tiene un sentido en la vida y “cree en algo”.
Una primera vocación
Soler cuenta que, siendo joven, sintió una “primera
vocación” que siente todo cristiano a dar más al Señor, una llamada a seguir a
Cristo. “Dentro de esta vocación luego nace la vocación al sacerdocio, que
aumenta en tu vida”, explica. “Dios me decía “tienes que dar algo más
de ti”.
“Me di cuenta de que faltaban sacerdotes, y de que
Dios me llamaba a algo nuevo”, cuenta el padre Soler. Aunque le costaba mucho,
Soler recuerda que llegó un momento en el que tuvo que tomar una
decisión. “A mi familia le dije que quería ser sacerdote, pero no es
muy religiosa y me dijeron que no”.
“Yo era feliz
allí”
Al final Soler terminó la carrera de Biología. “El
verano antes, me fui a Guatemala en una experiencia de cooperación.
No era nada de la Iglesia, sino del ayuntamiento de mi pueblo”, recuerda Soler.
Allí no solo descubrió que quería ser sacerdote, sino que quería ser misionero.
“Me di cuenta de que yo era feliz allí, con esa gente pobre, con la que
compartía algo íntimo. La vida era más real”.
Soler se decantó por África, y estuvo en Mozambique
como seminarista. Después entró en el IEME, y le enviaron a Togo. “Fui
contentísimo. Busqué donde estaba en el mapa, y ya está”.
Creencia en magia negra y en gemelos malvados, pero
creencia en algo
En Togo, el ahora sacerdote se encontró con brujería y
magia negra, pero también con un deseo de trascendencia. “Todo
el mundo creía”, cuenta Soler. “Hay una dimensión espiritual que para ellos es
muy importante”. En Togo, un cuarto de la población es cristiana (protestantes
y católicos), otro cuarto musulmana y la mitad son animistas. “Varía mucho. Si
vas a una zona rural, el 100% es animista, y a lo mejor si vas a una
ciudad puede ser cristiana o musulmana”, explica Soler.
Según cuenta el misionero, en Togo hay mucha brujería,
superstición y magia negra. “El cristianismo allí es una liberación
radical”, explica. “Porque te quita el miedo. Cuando se les habla de un
Dios Todopoderoso y Misericordioso, pierden el miedo. ¿Quién puede estar en tu
contra?”.
Con todo, el sincretismo es una práctica habitual,
y los conversos mantienen ciertas tradiciones animistas como el mito
del ‘Sampola’. “Son unos gemelos, pequeños, que te vienen a atacar y te
llevan al bosque”, explica Soler. “Te traumatizan, te vuelven loco o te
matan. Y daban miedo, porque la gente cree mucho en ellos”.
"Con el blanco, no pueden"
“Quitar ese miedo ancestral es muy difícil”, cuenta
el misionero. “Fíjate que incluso aquí en España la gente tiene miedo al
viernes 13, o no pasa por debajo de una escalera. Son cosas que
quedan”.
Al sur del país el vudú y el mal de ojo son también el
pan de cada día. Soler no tiene miedo de estas maldiciones. “Yo siempre
les digo que con el blanco no pueden”, ríe el religioso. “Porque yo soy un
hombre de fe. Lo que les enseño es que nadie puede controlar tu vida si eres
hijo de Dios”.
“¡Muerte al extranjero!”
También hubo momentos en los que Joan Soler temió por
su vida en Togo. En una ocasión, fue a visitar a un enfermo en la ciudad. La
policía había matado a un niño, y había varias manifestaciones. “Estaban
quemando el ayuntamiento”, recuerda Soler. “Me rodearon y me cogieron
la moto. Gritaban: ¡Muerte al extranjero! Pensaban que yo
era francés (Togo fue colonia francesa hasta 1960)”.
“Allí si que me asusté un poco”, prosigue. “Pero vino
un joven de la parroquia y dijo: es el père Soler, es el père
Soler, y me dejaron pasar”. El sacerdote aun así confía en la gente, y
piensa que allí, y en cualquier parte, siempre habrá más gente buena
que mala.
Una camiseta del Barça por seguir viviendo
El padre Soler también ha sufrido momentos de tristeza
durante su misión en Togo. Los más duros, cuando algún niño de su parroquia
fallecía. “Recuerdo sobre todo a uno… Un chaval muy majo, hacía la catequesis y
tenía 14 años”, recuerda Soler. “Se fue apagando en una habitación, en
su cabaña de barro, en la ciudad. Una cabaña de barro en los pueblos
vale, pero una en la ciudad significa extrema pobreza”.
“Recuerdo que el último día que fui a verlo el chaval
me dijo: me voy a morir. Fue muy duro. Yo le dije: si
vives, te voy a regalar una camiseta del Barça. Le gustaba
mucho el fútbol”, cuenta el misionero. “Al día siguiente, su madre lo tenía en
brazos y estaba llorando. Había muerto. En la pared de la cabaña había
dibujado la camiseta del Barça que quería”.
Soler lamentó profundamente la muerte del niño. “Pensé
que no era justo. Moría porque era pobre. No era su momento y no lo
merecía. Nadie lo merece, es cierto, pero si llega a estar en España no
hubiera muerto. Es así”, apunta.
La gran alegría de “ser corto”
Aunque lo que más abunda son las alegrías, dice el
padre Soler. “Hay tantas que no sabría por donde empezar”, comenta. “Cada
vez que un joven me venía y me decía que quería ser sacerdote, para mí era un
momento precioso. Porque es tu vida y te das cuenta de que tu vida al otro
le gusta. Y aquí, en España, te llaman desgraciado si te haces
sacerdote”.
Togo ha ido evolucionando, y la Iglesia crece. El
padre Soler tiene en el país africano 1.700 catecúmenos, 6 seminaristas
mayores y 14 menores. “Es un lujo de fe”, dice Soler.
Soler cuenta también como una señora española le
recriminaba que allí, en Togo o en cualquier país pobre, la gente cree más
porque no tienen formación. “Porque son un poco cortos”,
recuerda Soler que le dijo la señora. “Yo le di las gracias diciendo que yo
era sacerdote y que debía ser el más corto de todos”, ríe Soler.
“Hay que cambiar esta mentalidad que tenemos de que
los pobres creen más porque son tontos o no tienen educación”, advierte
Soler. “Creen más los pobres porque tienen más confianza en Dios, y
la gente aquí pone su confianza en los estudios, en el dinero, en lo que sea… Y
ha olvidado algo más radical”.
La gran diferencia en el sentido
El padre Soler nota una gran diferencia entre Togo y
España a la hora de reconocer un sentido en la vida. “Yo recuerdo que se murió
una niña muy pequeña, muy pequeña”, explica. “Y yo me puse a llorar, porque
ya me daba tanta pena… Y la madre, ¡La madre! Que estaba sirviendo la
comida a los demás, me dijo: no llore, no llore. Ella ha venido al
mundo, no le ha gustado, y se ha vuelto. Ellos tienen la certeza
permanente de que hay algo más”.
“Aquí, en cambio, si se muere alguien con 60 o 50 años la
familia se rebota, y se enfada con Dios”. El misionero lamenta que en
España falta este sentido radical de ser Hijo de Dios. “¿Cómo hacemos que la
gente en España vuelva a tener una vida con sentido? ¿Con un sentir de
Dios?”.
“Los momentos en los que he sentido más a Dios ha sido
en los más peligrosos y duros, cuando me sentía peor. Allí es donde he
encontrado más a Dios. Cuando más lo necesitaba, es cuando más le
encontré”, concluyó el padre Soler.
Poli
Sánchez
Fuente: ReL