He soñado con un tiempo tranquilo, sin peleas, sin
crisis... y a veces mis vacaciones están llenas de momentos de tensión
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| Kudla I Shutterstock |
A veces no puedo descansar aunque lo
intento. Quiero descansar pero no lo consigo. Idealizo las vacaciones, igual
que idealizo el fin de semana.
Es como si todas mis fuerzas las
concentrara en la oportunidad de descansar que se me brinda. Pienso que lo voy
a lograr. Creo que va a ser un tiempo maravilloso. Planeo mis vacaciones
soñadas. Pero luego nada es tan ideal como pensaba.
O me creo con derecho al
descanso. Me rebelo contra la injustica. Tengo derecho al descanso. Tengo
derecho a tener unas vacaciones dignas, maravillosas, plenas.
No sucede. Tengo que cambiar los
planes. O se reduce el tiempo de mi descanso. O no tengo suficiente dinero para
hacer lo que me gustaría. O tengo que cargar con personas con las que no
contaba. O con personas a las que amo pero que a veces me cuestan.
¿Hay
un lugar de descanso ideal en mis sueños infantiles? ¿Tengo en el corazón una imagen de cómo deberían
ser mis vacaciones?
He soñado con un tiempo de
solaz, con un tiempo sin tensiones, sin peleas, sin crisis. Y a
veces mis vacaciones están llenas de momentos de tensión.
Creía que todo iba a estar
controlado y no lo está. O no descanso tanto como quisiera porque tengo que
cuidar de los míos. O me veo forzado a renunciar a mis planes por aceptar de
buena gana los de otros.
No sé cómo hacer para que mis
vacaciones sean las mejores. Me frustro al no lograr lo que deseo. Huyo por
mar. Me encuentran por tierra. Busco la soledad. Y no puedo estar solo. Tengo
que aprender a vivir mejor mi vida.
Comenta el padre José Kentenich: “Un
santo de la vida diaria da una forma santa a la cotidianidad, vive santamente a
lo largo de toda la semana y le imprime el sello de la santidad a todo lo que
hace: a sus alegrías y cuitas, a sus trabajos y descanso, a su oración, a su
conversación, a su caminar. Todo lo hace, por amor, extraordinariamente
bien,
santamente”[1].
Quiero
vivir con alegría el trabajo y el descanso. Sacando lo mejor de la rutina.
Descansando en medio de un trabajo exigente y duro.
Si no aprendo a disfrutar de la
vida los días de diario es difícil que disfrute los días de fiesta. Un sello de
santidad impreso en todo lo que hago. Con la mirada puesta en el cielo. Con los
pies atados a la tierra.
Todo el día bendiciendo,
predicando, sanando. Y al buscar el descanso encontrar que también
ahí me habla Dios. Aunque no descanse tanto como quisiera. No
importa.
Lo
que de verdad merece la pena es descansar cada día. Mi rutina es descanso. Y mi descanso es
entrega.
En vacaciones no aspiro a vivir
un tiempo idílico, de ensueño. Un tiempo en el que nada me preocupe y nadie me
moleste. A lo mejor ni siquiera podré hacer vacaciones.
Por eso es tan importante que
descanse en mi día normal. Que sepa vivir lo ordinario como un tiempo santo con
el Señor en el que cargo el corazón de su presencia. Sólo
estar con Él ya me descansa.
Buscar momentos lúdicos, de
desconexión en medio de la fatiga. Disfrutar la vida como un niño tanto en un
día normal como cuando pueda escaparme a algún lugar a desconectar de lo
cotidiano.
Jesús quiere que descanse. Me
lleva al lugar solitario de mi corazón para que me apoye en Él. Sólo quiere
eso.
Yo no quiero que me pase lo que
decía el Padre Kentenich: “Cuando alguien se contenta con una
determinada forma como lugar donde instalarse y descansar, eso quiere decir que
el espíritu ha desaparecido”[2].
No quiero que el lugar de mi
descanso me evada de mi misión. Me saque de la entrega. Apague la llama del
Espíritu en mi vida. Quiero mantener encendido el celo por Jesús
allí donde me encuentre. Descanse o trabaje.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






