La Compañía de Jesús ha desarrollado en el
continente un fuerte compromiso con la justicia social el cual arrancó cuando,
a finales del siglo XVI, comienza su presencia en tierras americanas. Y se
mantiene...
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Todos los investigadores coinciden en que
nuestras tierras, cuando se produce la llegada de los primeros misioneros eran
– aunque hermosas y exuberantes- inhóspitas y salvajes, lo cual hacía más duro
y riesgoso el trabajo de llegar e instalarse.
Para nadie es un secreto que
muchos colonizadores en el Nuevo Mundo veían a los indios como salvajes, por lo
que sus métodos para con ellos eran brutales. Los trataban y vendían como
esclavos. Bartolomé de las Casas, fraile de la Orden de los Dominicos,
cumplió un papel fundamental en la denuncia de los excesos y en la defensa de
los indígenas subrayando que eran personas y que como tales debían ser
respetados. Sus alegatos, inteligentes y bien fundamentados condenando
frontalmente los abusos, han hecho historia.
Fray Bartolomé de las Casas,
también conocido como el “apóstol de los indios”,
estaba interesado en la cultura de los habitantes del Nuevo Mundo. Estudió sus
costumbres, tradiciones y les predicó el Evangelio. En su obra “Brevísima
Relación de la Destrucción de las Indias” condensa sus teorías, sus
prácticas y registra las atrocidades de los conquistadores españoles hacia los
indígenas.
Ciertamente que las tierras
guayanesas (Venezuela) ingresaron como protagonistas en la Historia de América
desde los albores del descubrimiento. En el siglo XVI, el panorama era agresivo
en estas regiones míticas donde la Leyenda de El Dorado aún se cuenta.
“El
paisaje humano estuvo compuesto por muy diversas familias étnicas y con toda
verdad podemos afirmar que se trataba de un auténtico mosaico de naciones. A ello hay que añadir muy
diversos grados de nomadismo en la mayoría de los autóctonos”, cuenta el sacerdote jesuita José Del Rey
Fajardo, Director del Instituto de Estudios Históricos de la Universidad
Católica Andrés Bello de Caracas. También puntualiza: “Si en los Llanos los
jesuitas laboraron con seis naciones distintas, en el Orinoco el número de familias
lingüísticas fue mucho mayor”.
Muchos jesuitas se embarcaban
como misioneros hacia América, en conjunto con los franciscanos y dominicos.
Desde que llegaron los jesuitas
a estas tierras tuvieron problemas con los conquistadores. Los religiosos insistían
en que era necesario para los indígenas una sociedad paralela a la de los
españoles; en otras palabras, sostenían que había que respetar sus costumbres y
tradiciones sin interferir en su organización y modo de vida ni imponerles sus
instituciones.
En pleno siglo XVII, los
jesuitas fueron visionarios y adelantados. Intentaron entender mejor a las personas con las que habrían
de convivir y a las cuales aspiraban transmitir el Evangelio de Cristo.
Asumieron, entonces, una tarea nada sencilla: aprendieron los idiomas
aborígenes y adoptaron su modo de vivir, costumbres, ropaje, tipo de
vivienda y comían lo mismo que el indígena.
Construyeron escuelas donde
instruyeron a las comunidades para que aprendieran a escribir y leer. Les
enseñaron también técnicas de ganadería, cómo tallar piedras y el arte de
fabricar instrumentos musicales.
Se puede decir que la Compañía
de Jesús fue la orden religiosa con mayor éxito en la cristianización de
los indígenas, no solo por su calidad humana y formación, sino porque aprendieron
las lenguas nativas de los indígenas y su comunicación con ellos era fluida.
Esto es considerablemente
meritorio si tomamos en cuenta que encontraron un universo complejo: “Pluralidad
de pueblos y lenguas donde podía encontrarse unas tribus feroces y depredadoras
y otras introvertidas, ajenas al acontecer del mundo circundante, aferradas a
sus tradiciones ancestrales y encerradas en las inaccesibles selvas y montañas.
Si en los Llanos los jesuitas laboraron con seis naciones distintas, en el Orinoco
el número de familias lingüísticas fue mucho mayor”, precisa el
P. Del Rey, Académico de la Lengua en Venezuela.
El reto era inmenso y tal vez
por ello, sobre las misiones llevadas a cabo por los religiosos de la Compañía
de Jesús, llama la atención su proyecto de “reducciones”, tildado de utópico al
principio, pero que constituyó una empresa bastante particular y digna de
estudio.
Según el P. Del Rey, la vida reduccional tenía
un objetivo primordial: implantar nuevas formas de convivencia social y así, dentro
del ámbito de la casa del misionero, se iniciaba un proceso de socialización
juvenil que iría progresivamente generando formas de vida más sanas y más
educadas. El vestido, la dieta alimentaria, los buenos modales, el lenguaje
correcto así como una actitud cada día más responsable definen el cambio no
sólo de mentalidad sino de comportamiento social.
Los jesuitas cultivaban el valor
de su pedagogía cultural y espiritual como categoría integradora de los
opuestos, de manera que la religiosidad teatral de la Compañía de Jesús se
entrelaza con el “barroquismo salvaje de los neófitos, con un resabio de
militarismo español y de paganismo de la selva”, como describía Lacouture sobre
el Paraguay. La Misión, el histórico film dirigido por Roland Joffé, recrea
este escenario de manera magistral.
“Pero el proceso aculturador es
muy lento –explica el P. Del Rey- así que la tolerancia y la comprensión
exigirían al misionero armarse de paciencia y resistencia pues ésta era la
única clave para diseñar el paso de una civilización “sacral” a una “profana”.
Por ello, siempre llamó la atención la liberalidad con que los jesuitas
actuaron frente a la población adulta a la que permitían, por ejemplo,
ausentarse de los poblados durante cinco días a la semana para atender sus
sembradíos.
Siguiendo la etimología del
término, estas “reducciones” no serían otra cosa que un intento de “llevar”
(del latín reducti) a los indígenas hacia el cristianismo, o lo que es lo
mismo, un proceso de evangelización similar en sus objetivos a las otras
iniciativas que desde años atrás se estaban llevando a cabo en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, lo que va a diferenciar a este proyecto serán los medios para
llegar a dicho fin, que diferirían notablemente de aquella actitud impositiva,
despótica y arbitraria llevada a cabo por los primeros conquistadores, a
la que se opuso con entendimiento, alma y corazón el noble y combativo Fray De
Las Casas.
En efecto, las reducciones eran
pequeños pueblos donde se organizaban las misiones en estructuras de cargos
públicos. En cada una existían un jefe superior, alcaldes y regidores que
integraban el Cabildo.
El asunto era exigente. El
primer requisito para un encuentro entre el indígena y el misionero requería
del dominio de la lengua a fin de poder entenderse –refiere el P Del Rey-.
“Siempre que se entablaba un ensayo misional surgía paralelamente el
consiguiente proceso filológico. Por parte del misionero, un desconocimiento
total de la lengua; por parte del indígena, ignorancia del castellano y
carencia de todo tipo de escritura. Así pues, la evolución del proceso
filológico tuvo que ser lento y extremadamente dificultoso pues el misionero
debió aprender el idioma sin ninguna ayuda metodizada”.
Los principios de este esfuerzo
avanzaban por un doble carril: la aspiración evangelizadora y la construcción
de un nuevo modelo de sociedad asentada sobre las bases morales y religiosas
del cristianismo. Todo indica que el propósito de los jesuitas era el de
aprovechar la fundación de estos poblados indígenas separados de los españoles
para construir una sociedad desde cero en la que ese aislamiento permitiese
alejarlos de los males y la corrupción moral de la sociedad castellana y
europea. En cierto sentido, era un intento de crear una sociedad ideal según el
modelo concebido por estos religiosos jesuitas y de ahí el carácter utópico que
muchos le atribuyeron al proyecto.
Pero funcionó. Tan es así, que sería el
recelo lo que provocaría que finalmente fueran expulsados y su proyecto de
reducciones fuese desmantelado hacia el siglo XVIII. A pesar de ello, fue una
misión exitosa fruto de un encomiable esfuerzo e interés por parte de los
jesuitas, cuyas iniciativas individuales buscaban introducir el cristianismo en
América a través de nuevos métodos y desde una visión más humanizada y
civilizada de los indígenas.
De hecho, establecieron
comunidades cristianas y libres. Cada indio tenía su vida privada familiar y
propiedades personales. La planificación de los pueblos se centraba
alrededor de una gran plaza y la iglesia era la construcción más importante. También
junto a la plaza estaba la escuela y una “casa de resguardo” para los huérfanos
y viudas.
Los Jesuitas prohibieron el
canibalismo que se practicaba en América. al tiempo que servían como maestros y
verdaderos padres. Visitaban diariamente a los enfermos y compartían la dura
labor física con los indios.
Iniciativas como estas fueron
llevadas a cabo por órdenes religiosas como los franciscanos y los jesuitas en
toda América, siendo especialmente relevante la actuación de este último grupo
en tierras de la actual Paraguay, Argentina y Brasil.
En la película “La
Misión” (1986), de un dramatismo contundente, filmada en la zona
paraguaya de las impresionantes Cataratas de Iguazú, Jeromy Irons y Robert De
Niro llevan los roles protagónicos. El primero interpreta a un sacerdote
jesuita, el padre Gabriel, que protege a indígenas guaraníes en una misión perdida
en la selva sudamericana en el siglo XVIII y choca con los poderes terrenales.
De Niro es un ex traficante de esclavos. Este film retrata admirablemente
aspectos claves de la historia de la Compañía de Jesús en América Latina.
La congregación, fundada en 1540
por el español Ignacio de Loyola y seis compañeros, ha desarrollado en el
continente un fuerte compromiso con la justicia social el cual arrancó cuando,
a finales del siglo XVI, comienza su presencia en tierras americanas. Y se
mantiene.
En toda Hispanoamérica, en las
Indias Occidentales, tuvo dos papeles de gran importancia. Por un lado, fueron
los grandes educadores y comenzaron con colegios que se vinculaban a empresas
agrarias. Entonces incidían
en el desarrollo económico porque tenían las haciendas mejor administradas y
con eso financiaban la educación. Y luego estaban sus
misiones, que es la segunda gran obra relevante de la historia de los jesuitas
en las Colonias. Los jesuitas fueron expulsados en 1767 por las monarquías
católicas europeas a causa de la gran influencia que llegaron a tener y que era
vista como un auténtico desafío. Por ello tuvieron que abandonar también su
labor en América. Hubo idas y venidas en los años que siguieron, con regresos y
expulsiones, hasta que se restablecen a finales del siglo XVII y principios del
siglo XIX.
“El
objetivo fundamental de la Misión-ciudad eran los niños y los jóvenes, los
cuales eran moldeados, sin interferencias, en los valores –viejos y nuevos- de
la misión y como consecuencia fue surgiendo un folklore religioso en la
Orinoquia que iba impregnando el acontecer diario de esas pequeñas
reducciones-ciudades. Todo se perdió tras la expulsión de los jesuitas de
nuestro gran río en julio de 1767”, se lamenta el jesuita historiador.
¿Se cometieron abusos en las
colonias? Es muy probable debido a la intromisión de personajes y/o grupos
políticos, también por la irrupción de determinados intereses particulares. Era
una época ruda la de Conquista y los procedimientos primitivos. El experto
Miguel Vega Carrasco recuerda en un escrito a los historiadores que señalan que
los propios religiosos estaban autorizados a ejercer la violencia y que lo
harían en más de una ocasión. Pero más allá de todo ello, la labor jesuita jugó
un papel fundamental en la organización del Nuevo Mundo y tuvo como
peculiaridad la implantación de un modelo que respondía a un objetivo más
espiritual y religioso que político-administrativo. Al menos en teoría, su
ambicioso proyecto suponía un cambio importante con respecto a los otros
modelos de colonización implantados en América.
Y la Misión continúa.
Macky
Arenas
Fuente:
Aleteia