Homilía
ayer en Casa Santa Marta
SWEET TWEETS |
Es necesario reconocerse pecadores: sin
aprender a acusarse a uno mismo no se puede caminar en la vida cristiana. Es el
centro del mensaje del Papa Francisco expresado hoy en la Misa en Casa Santa
Marta.
La reflexión de Francisco se
desarrolla a partir del evangelio, en el que Jesús pide a Pedro poder subir a
la barca y, después de predicar, le invita a echar las redes y tiene lugar una
pesca milagrosa. Un episodio que recuerda la otra pesca milagrosa, después de
la resurrección, cuando Jesús pide a los discípulos si tenían algo de comer.
En ambos casos – observa el Papa
– “hay una unción de Pedro”: primero como pescador de hombres, después como
pastor. Jesús, además, cambia su nombre de Simón a Pedro, y como “buen
israelita” Pedro sabía que un cambio de nombre significa un cambio de misión.
Pedro “se sentía orgulloso porque de verdad amaba a Jesús”, y esta pesca
milagrosa representa un paso adelante en su vida.
Primer paso: reconocerse
pecadores
Tras haber visto que las redes casi se
rompían por la gran cantidad de peces, se arrojó a las rodillas de Jesús,
diciéndole: “Señor, aléjate de mí porque soy un pecador”.
Este es el primer paso decisivo de Pedro en
el camino del discipulado, de discípulo de Jesús, acusarse a sí mismo: “Soy un
pecador”. El primer paso de Pedro es también el primer paso de cada uno de
nosotros, si quiere avanzar en la vida espiritual, en la vida de Jesús, servir
a Jesús, seguir a Jesús, debe ser este, acusarse a uno mismo: sin acusarse a
uno mismo no se puede caminar en la vida cristiana.
La salvación de Jesús no
es cosmética, sino que transforma
Pero existe un riesgo. Todos sabemos que
somos pecadores, pero “no es fácil” acusarse a uno mismo de ser pecador de
forma concreta. “Estamos acostumbrados a decir: ‘Soy un pecador’” – dice el
Papa – pero igual que uno dice “soy humano” o “soy ciudadano de tal
país”.
Acusarse a
uno mismo es, en cambio, sentir su propia miseria: “sentirse miserable”,
mísero, ante el Señor. Se trata de sentir vergüenza. Y es algo que no se hace
con palabras, sino con el corazón. Es una experiencia concreta como cuando
Pedro dice a Jesús de alejarse de él porque es un pecador: “se sentía un
pecador de verdad” y después se sintió salvado.
La salvación
que “nos trae Jesús” necesita esta confesión sincera porque “no es algo
cosmético”, que te cambia un poco la cara con “dos pinceladas”: transforma
pero, para que entre, hay que hacerle sitio con la confesión sincera de los
propios pecados, así se experimenta el asombro de Pedro.
No acusar a los demás
El primer paso de la conversión es por
tanto el de acusarse a uno mismo con vergüenza y sentir el asombro de saberse
salvado. “Debemos convertirnos”, “debemos hacer penitencia”, exhorta el Papa,
invitando a reflexionar sobre la tentación de acusar a los demás.
Hay gente que vive hablando mal de los
demás, acusando a los demás, y nunca piensa en sí mismo, y cuando va a
confesarse, ¿cómo se confiesa, como los papagallos? “Bla, bla, bla… He
hecho esto y esto…”. Pero ¿te toca el corazón lo que has hecho? Muchas veces
no. Tu vas allí a la cosmética, a maquillarte un poco. Pero no ha entrado del
todo en tu corazón, porque tu no le dejaste sitio, porque no fuiste
capaz de acusarte a ti mismo.
La gracia de sentirse
pecador concreto
El primer paso es por tanto una gracia: la
de que cada uno aprenda a acusarse a si mismo y no a los demás.
Un signo de que una persona, un cristiano,
no sabe acusarse a sí mismo, es cuando está acostumbrado a acusar a los demás,
a hablar mal de los demás, a meter la nariz en la vida de los demás. Es una
mala señal. ¿Hago yo esto? Es una buena pregunta para llegar al corazón.
Pidamos hoy al Señor la gracia de encontrarnos ante Él con este asombro que
produce su presencia, y con la gracia de sentirnos pecadores, pero
concretos, y de decir como Pedro: “Aléjate de mi, que soy un pecador”.
Vatican Media
Fuente:
Aleteia