La
llamada telefónica del Papa supuso para ella el impulso necesario para seguir
adelante
Hoy te contamos la historia de Natascia, esposa de Simone y mamá de Ilaria, Gabriele y Maria Giulia. Su historia da rabia, hace llorar, me deja también impresionada, alegre y con esperanza.
Natascia
vive con una grave discapacidad desde hace 6 años, y en esta entrevista nos
cuenta con generosidad e ironía su (des)aventura y cómo ha tenido que comenzar
desde el principio para seguir viviendo y amando.
Natascia, cuéntanos todo
desde el principio…
Por
un problema relacionado con el ciclo menstrual fui al médico de cabecera. Tenía
la sensación de que la sangre se quedaba coagulada en la barriga, en lugar de
salir y fluir bien. Por eso, mi doctora, que es ginecóloga, me mandó la píldora
asegurándome que en pocos meses todo se habría resuelto. Me la prescribió sin
hacerme ningún tipo de análisis antes. Desgraciadamente lo mío era un problema
genético de la coagulación que ya se había agravado mucho. Tomé la píldora y
tuve una embolia cerebral.
¿Cómo sucedió?
Tenía
tres hijos y otros 6 en el cielo. Sufría muchos abortos, pero nadie se había
alarmado. Tuve dos cesáreas y en mis condiciones no habría podido someterme a
cirugías sin la necesaria profilaxis. Empecé a tomar la píldora y después de un
mes, al volver de misa me desmayé. Recuperé la conciencia en el hospital,
completamente paralizada del lado derecho, no podía hablar y tenía la boca toda
torcida de un lado. Hoy está mejor, no se nota tanto a menos que te fijes en
mis labios, pero por desgracia no veo con el ojo derecho.
Al
principio me dijeron que me recuperaría, pero la hemiparesia pronto se
convirtió en hemiplejía. He hecho mucha logopedia y fisioterapia de la cara. En
terapia intensiva no me daba cuenta de cuán mal estaba. Creía que hablaba
correctamente y, en cambio, quien me escuchaba no entendía lo que decía, porque
mascullaba pero en mi cabeza pensaba que me expresaba normalmente. Solo cuando
un día me llevaron un pizarrón, finalmente lo entendí.
Poco
después me comunicaron mi patología y detallaron las causas de la embolia.
¿Denunciaste a la doctora?
No,
no lo hice. Aunque los médicos me dijeron que podía hacerlo. Creo que su error
fue humano. Serio, pero aún así un error. No quise juzgarla, un día será el
Señor quien lo haga. Se dice que el pecado genera pecado, entonces me encomendé
a la voluntad de Dios y a mis oraciones.
¿Cómo te sentiste después
del ictus? ¿Quién estuvo particularmente cerca de ti?
Antes
de enfermarme era chef, ganaba bien, ayudaba a mi familia y me encontré de
repente en un mundo que no era el mío, catapultada a una realidad difícil de
explicar y con la que tuve que aprender a convivir. Pero era la que tenía en
ese momento. La enfermedad y el sufrimiento asustan y, de hecho, mi familia de
origen se alejó un poco después de la trombosis. Yo rezo siempre por ellos.
Mi
marido Simone estuvo continuamente a mi lado, es impagable, y también mis
hermanos de la comunidad. El dolor no dañó nuestra relación de pareja, sino que
nos unió aún más. No lo elegí yo, Dios lo eligió para mí y solo podía ser
bueno. Estamos juntos desde que tengo 17 y él 23: han pasado 20 años. En agosto
festejaremos 16 años de matrimonio, y yo estoy aún muy enamorada de él.
¿Has tenido alguna vez
momentos de gran desaliento?
Me
acuerdo que en un momento de la enfermedad, cuando tenía dificultad en hacer
las cosas para mis hijos, las actividades de casa que hace cualquier mamá, me
puse en oración. Le pedí a Dios: “Si es tu voluntad todo esto, mándame una
señal. No quiero un soplo de viento que entra en mi casa, una hoja que vuela,
el rayo de sol, quiero algo que sea una bofetada para seguir adelante. La
enfermedad me rompe. No logro llevar esta cruz”.
En
el logopeda recuerdo que los primeros ejercicios fueron realmente difíciles, y
que me avergonzaba. No lograba hacer lo que me pedía aunque me seguía con una
increíble dulzura.
Debía
aprender a escribir con la mano izquierda y, por lo tanto, empecé como los
niños en la guardería, a hacer líneas y círculos. Ella me dijo que si me ponía
un objetivo aprendería antes.
En
ese momento en mi corazón nació el deseo de escribirle al papa Francisco. Ya
han pasado cuatro años desde entonces. Me acuerdo que al usar la izquierda lo
que escribí no me salió muy bien, pero no quería mandarle una de esas cartas
escritas en la computadora o a máquina. Por eso escribí a mano en un papel
rayado que arranqué del cuaderno de mi hijo.
¿Qué le escribiste al
Papa?
Le
escribí que la enfermedad llegó a mi familia y que me había curado
absurdamente. Comprendí que mi sufrimiento me estaba haciendo ver mi vida desde
otro ángulo: la perspectiva de la silla de ruedas. Y me acuerdo que le confié
también que mi familia de origen se había alejado y que rezaba por ellos. En la
posdata le dejé mi número de celular: “Sé que usted se divierte dando sustos a la
gente, por lo tanto le dejo mi celular, ya usted verá…”
Le
di la carta a un amigo mío que trabaja en San Pedro porque él sabía dónde
enviarla y a quién dirigirla. Recuerdo que fui a la comunidad y lo conté a mis
hermanos y a nuestro sacerdote que me dijo: “Escucha Natascia, si el Papa no te
responde no te quedes mal, tiene muchas cosas que hacer”.
Yo
le respondí: “Mire don Luca, esta respuesta la espero como la de un amigo y
tarde o temprano estoy segura que llegará. Porque se lo pedí al Señor”. A ese
respecto mi marido me tomaba el pelo y me decía: “Sí, ok, el Papa te va a
escribir”.
¿La carta le llegó al
Santo Padre?
La
carta llegó al Vaticano a la atención del cardenal Comastri. Quiso saber todo
sobre mí y mi historia, me dijeron que depositó mi escrito en una de las cajas
llenas de correo que el Santo Padre lee personalmente. Luego me llamó el
párroco para decirme que había llegado un paquete para mí por parte del
cardenal Comastri: era un libro suyo sobre la Virgen María con una dedicatoria
para mí.
Le
mostré el regalo a don Luca que enseguida me dijo: “Viste, el cardenal te mandó
este regalo, ahora no pidas lo imposible”. Yo le respondí: “Para Dios no hay
nada imposible, ¿no?”.
¿Y luego qué pasó?
Era
el domingo de Cristo Rey, me acuerdo que habíamos estado con mis suegros para
luego volver a nuestra casa. Eran alrededor de las ocho de la noche cuando
empezó a sonar el celular. Simone me dijo que respondiera pero yo tenía que
quitarme la codera y todos los aparatos. Me lleva un poco de tiempo, así que le
dije: “ve tú” y él “¡qué rayos, nunca respondes el teléfono!”
Pensé
que serían los habituales vendedores con sus ofertas telefónicas… pero oigo que
mi marido dice “si si, Natascia, ahora se la paso”. Me pasa el teléfono “es
para ti, alguien con acento extraño”.
Agarro
el celular toda molesta y digo: “¿Hola?”, y del otro lado “Buscaba a la señora
Natascia”, lo interrumpo irritada y le digo: “soy yo”, y él “yo soy el papa
Francisco”. Miro a Simone y le digo “¡Simone, es el Papa!”.
¡Natascia
qué emoción! Qué don recibir una llamada telefónica del Santo Padre.
¿Tú qué le dijiste?
Estaba
muy feliz y le dije: “¡Qué maravilla! Esperaba mucho tu llamada” y Simone desde
la puerta me regañaba: “¡No se le habla de tú al Papa!. Una escena que si la
pienso me sigue dando risa.
El
pontífice me dijo que tenía delante mi carta… y yo lo interrumpí diciendo: “Sí,
le escribí para decirle que Dios me dio un don con la enfermedad, porque estoy
experimentando la humildad, la fuerza del perdón, el poder de la oración que
llega de todos lados”. Él me respondió: “Qué hermoso hablar contigo. Qué bello
oírte decir estas cosas. Te agradezco”.
No
lo podía creer y le dije: “Yo soy quien le agradece a usted. Yo soy una gota en
el mar y usted me ha llamado precisamente a mí”. Y entonces dijo: “No
Natascia, tú eres importantísima, y ¿sabes por qué? Porque en ti está todo lo
que representa la pasión de Jesucristo.”
Estas
palabras les recordaré siempre. Respondí que no me sentía tan importante pero,
visto que él era el Papa, yo no era nadie para contradecirlo. “Escucha Natascia
aquí leo que tienes 3 perlas”, continuó él. A mis hijos los llamo así porque
cada uno tiene su matiz, su personalidad. El Papa pronunció el nombre de los
muchachos. Yo estaba en alta voz y entonces se pusieron a gritar: “Hola papa
Francisco” y Él: “¡Hola perlas! ¡Hola perlas!”. Esto se quedará siempre en mi
corazón, el Papa que les decía: “hola perlas”.
Luego
se lo pasé a Simone, de otra manera corría el riesgo de que me pidiera el
divorcio, y mientras hablaban veía que inclinaba la cabeza cada vez que decía
“Su Santidad”, como si el Papa pudiera verlo. ¡Escenas para reír! Antes de
terminar la conversación le agradecí la llamada y él me dijo algo que me
quedará siempre en el corazón: “He llamado para consolar y he sido
consolado”.
Simone
estaba en las nubes. Luego le pregunté: “¿qué se dijeron tú y su santidad?”.
Él: “no me acuerdo”. Había hablado con el Papa y no se acordaba de su
conversación, tanta era su emoción. Esta era la señal que esperaba de Dios, la
fuerte caricia que esperaba.
Desde
ese momento me encomendé completamente al Señor, acepté su voluntad, y encontré
consuelo. Pero a menudo es difícil, todavía es difícil, si no tuviera a la
comunidad, la fe, el camino, un marido que cuando me ve triste me hace ciertas
catequesis que solo para hacerlo callar le digo: “Está bien, está bien, tienes
razón”.
La enfermedad te enseñó la
humildad, has dicho, ¿puedes explicármelo?
Cuando
estaba bien, trabajaba, ganaba, salía, pensaba que podía decidirlo todo: la
enfermedad en cambio te humilla y precisamente por eso te enseña la humildad.
Y la humildad es un don. Algo que no te he contado es que le dije al
Papa por teléfono: “Yo esta cruz quisiera llevarla como la ha llevado Cristo.
Cristo cayó y se levantó tres veces, pero al final besó la cruz. Yo también,
con la misma dignidad de Cristo, quiero llevar la mía”.
Para
hacerlo necesito ver mi enfermedad con otros ojos, debo mirarla como si fuera
algo que me salva, que vuelve todo más bello y verdadero.
Silvia Lucchetti
Fuente:
Aleteia