Si durante tu infancia cuentas con alguien a quien
puedes acudir siempre en busca de protección, desarrollarás un sentimiento de
confianza frente al mundo y a los seres humanos
Una persona hace tiempo me preguntaba si yo
la veía independiente y autónoma y a la vez con algunos apegos.
Como si pensara que la
independencia y el apego son incompatibles. O soy dependiente y me apego. O soy
independiente y no tengo apegos. Pero no es una ciencia exacta.
¿Cómo se define el apego?
El padre José Kentenich habla de
desorden en los apegos: “Cuando estoy apegado desordenadamente a
creaturas, cuando aparecen en mí inclinaciones desordenadas, amaré
con todo el fervor de mi alma el bien superior, a Dios mismo. Y ese amor
excederá en brillo a dichos apegos desordenados”[1].
¿Existe un apego ordenado y un
apego desordenado? ¿Cómo los distingo en mi alma?
El
apego se define como una vinculación afectiva intensa, duradera, que se
desarrolla y consolida entre dos personas.
Se busca la proximidad en
momentos de amenaza. Esa cercanía proporciona seguridad,
consuelo, protección.
El apego se da de forma natural
en mi infancia, en mi familia. Cuando he tenido experiencias sanas en mi
niñez tengo en el alma una seguridad profunda. No temo,
confío con facilidad y aprendo a apegarme sanamente a las personas.
El
problema es cuando he sufrido el abandono, la soledad, el rechazo, la falta de
seguridad. Esas heridas de mi alma me pueden volver inseguro y busco así
relaciones no tan sanas, dependientes, en las que fundo mi seguridad ante la vida.
Admiro a las personas
independientes. Pero a la vez es como si no necesitaran a nadie en sus vidas
para vivir. ¿Es eso tan sano? ¿Es la independencia total el bien que
deseo para mí vida?
Admiro más bien a quien no tiene
apegos desordenados. Creo que todo amor tiene una cuota de apego.
Comenta Edith Sánchez: “Solamente
logramos alcanzar la autonomía, si podemos experimentar la completa
dependencia. Si
durante tu infancia cuentas con alguien a quien puedes acudir siempre en busca
de protección, desarrollarás un sentimiento de confianza frente al mundo y a
los seres humanos. Eso te permitirá alcanzar la independencia en tu vida
adulta”.
Nunca
seré totalmente independiente. También sé que quiero tener vínculos sanos. Vínculos que no me esclavicen de forma
obsesiva.
Se trata de aprender
y educar mis afectos para el amor. Un corazón independiente que
sabe vincularse, atarse, amar sanamente, en libertad.
Me pregunto cuáles
son mis apegos desordenados. Aquellas relaciones en las que
pierdo el control sobre mi vida. No quiero romper con todo lo que en mí no está
ordenado. Creo que el camino que elijo no es ese.
El Padre Kentenich lo comenta: “Dios
nos ha dado las pasiones precisamente a modo de ayudas y apoyos. De ahí que el
sentido de la educación no sea extirpar sino ennoblecer. A veces tenemos la impresión de que
ciertos educadores entienden las palabras despójense del hombre viejo, como si
la educación consistiese únicamente en un continuo despojo. Pero en dicha cita
paulina se dice también: – Revístanse del hombre nuevo. La principal tarea de
la educación reside en el revestirse”[2].
Mis pasiones forman parte de mi
vida. Amo de forma apasionada. A veces me vinculo en exceso. No
quiero vivir cercenando mis vínculos. Rompiendo mis lazos.
Quiero revestirme del hombre
nuevo. Quiero que haya orden en mi desorden. Vivir independientemente vinculado. Atado
libremente. Con una sana independencia. Con una dependencia que
construye.
El
que ama necesita a quien ama. Y el que no necesita a nadie, tal vez es que no
ama mucho.
Jesús necesitaba a los suyos en
medio de la vida. A sus discípulos. A su madre. El temor a perder a la persona
amada no es un signo de debilidad. Es propio del que ama. Y gracias a su amor
supera muchos miedos en la vida.
Pero también, al amar, adquiere
nuevos miedos. El miedo a perder a quien ama. El miedo a quedarse sin el amor
de aquel que le da seguridad.
El amor primero a mis padres me
da seguridad y construye mis afectos. Ese amor me ayuda a seguir amando en
otros momentos.
Cuando
no tengo esa base puedo llegar a caer en amores enfermizos que atan, demandan y
exigen una incondicionalidad ilimitada.
Pretendo que el otro, con su
amor, sane todas mis heridas. Le exijo lo imposible y creo relaciones insanas y
enfermas. Esos apegos enfermos son los que quiero educar.
Por otro lado, es verdad que
sueño con ser independiente y autónomo. Pero eso no significa estar libre de
todo apego y afecto. No es incompatible.
El
hombre con raíces es independiente. Es autónomo. Es maduro. El hombre está hecho para amar y ser
amado.
Por eso aquel que ha cercenado
sus vínculos para no sufrir, es una persona enferma que tiene miedo a atarse y
a amar.
El camino no es la falta de
vínculos, ni la ausencia de apegos. Sino la educación en positivo de mis amores
desordenados. De los vínculos que Dios ha puesto en mi
camino para crecer y madurar afectivamente.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia