Si quiero hacer algo que valga la pena, tengo que
ser el último, tengo que servir
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A veces sueño con grandes proyectos. Quizás
confío demasiado en mis capacidades. Me da miedo. Creo que puedo cambiar el
mundo con lo que tengo.
Tal
vez pienso en mí demasiado.
En lo que necesito. En lo que yo puedo hacer con mis dones y talentos. Y
entonces busco esos primeros puestos.
Pero las palabras de Jesús sobre
cómo es su poder me desarman: “Sabéis que los que son reconocidos como
jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros,
nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos”.
Me impresionan sus palabras. El
que quiera ser grande, el que quiera ser el primero…
Si quiero ser primero, si
quiero hacer algo que valga la pena, tengo que ser el último, tengo que servir.
Parece contradictorio.
El servicio me pone en el lugar
más humilde. En el del humillado. El servicio como camino de vida. Servir la
vida ajena. Servir al que necesita, al herido, al que no tiene.
Servir es el camino que siguió
Jesús. Se me olvida tantas veces. Me empeño en buscar que me sirvan, me ayuden,
me den. Quiero que el mundo gire en torno a mí rindiendo
pleitesía.
Y si no lo consigo me rebelo.
Echo la culpa a otros. No reconozco mis errores. Servir significa aceptar que
no lo puedo hacer todo bien. Reconocer mis errores en la acción y en la
omisión.
Aceptar mis límites y pedir
perdón cuando he hecho daño, cuando no he respondido a mi responsabilidad,
cuando no he servido la vida que se me ha confiado como debía.
Comenta el padre José Kentenich: “Servir
en silencio y en segundo plano a las almas. La mayor riqueza refluye hacia
aquel que se esmera en colocar toda su energía al servicio de las almas”[1].
Me gustaría aprender a servir
así. En
segundo plano. Con un respeto infinito. Sin forzar la
vida. Sin exigir la inmediatez en cambios que llevan su tiempo.
Servir como sirvió Jesús: “Todo
lo que dice y hace está al servicio del reino de Dios”[2]. Jesús
sirve a los hombres para hacer presente en sus vidas el amor de Dios. Su reino
de misericordia. Un servicio que busca dar la vida por aquellos a los que ama y
se le confían.
¡Qué lejos está mi servicio del
ideal! Sirvo buscando reconocimiento. Sirvo para que me tengan en cuenta y
valoren. Sirvo para sentirme especial y valioso.
Me da miedo caer en estas
actitudes egoístas cuando sirvo. Temo ser yo el protagonista de la vida de
los demás. Me asusta mi fragilidad.
Jesús me pide que sirva de forma
desinteresada. Que ame sin buscarme a mí mismo. Que no quiera aprovecharme de
la confianza que se me ha entregado. Que no busque siempre el pago por mi
servicio generoso.
¡Cuántas veces caigo en ese
egoísmo! Me busco. Quiero ser yo el que esté por encima del resto. Sin tener en
cuenta las necesidades de los demás.
Hoy Jesús me invita a ser
humilde. A comenzar mi vida de cero, sin pretensiones. Quiere
que deje de lado mis sueños de grandeza y me ponga a servir en la mesa de los
que más necesitan.
Cuando sirvo sin buscarme, sin
querer el poder y el pago por mi entrega, no despierto envidias ni celos.
Cuando sirvo con humildad,
cuando me abajo para ponerme a la altura del pobre, del herido, todo cambia. Acepto
mi condición de hombre débil y puedo así servir desde lo que yo soy, desde mi
pequeñez.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia