Los padres Trujillo Luna, la curiosa ‘familia
levítica’ de un pequeño pueblo colombiano
Archivo de la familia Trujillo Luna |
Héctor Gabriel, Teófilo María, Miguel Ángel
y Jesús David Trujillo Luna se hicieron sacerdotes por convicción y vocación,
pero jamás por imposición de sus padres.
Estos cuatro hermanos que hoy
trabajan en parroquias de Colombia y Estados Unidos, tampoco fueron acólitos,
ni se vistieron de angelitos en las navidades para luego, cuando fueran
mayores, llegar al seminario y recibir la orden sacerdotal.
“Sin embargo ―anota Héctor Gabriel, el
mayor del grupo― los compromisos de la misa, el acercamiento a la Iglesia,
la vida parroquial, la pertenencia a grupos eclesiales, la educación familiar y
la sólida formación espiritual de nuestro padre Lisandro con los padres
claretianos, influyeron en nuestra opción de servir a los
demás desde el sacerdocio”.
Miguel Ángel ―el tercero del
grupo― afirma que además de su papá, también fue decisivo el ejemplo de Lolita,
su madre,
muy católica, pero a quien nunca le escuchó una orden de ir
obligatoriamente a misao servir como acólito en las ceremonias
presididas por el párroco de Guadalupe, un pequeño pueblo del departamento del
Huila, al sur de Colombia.
Aunque Héctor y Miguel no recuerdan un
momento en el que sintieron “el llamado de Dios”, sí advierten que se trató de
un proceso casi imperceptible en el cual se fueron dando pasos que los llevaron
al seminario y luego al sacerdocio hasta adquirir un compromiso que jamás han
querido abandonar pese a las dificultades y las tentaciones.
Por su parte, Teófilo María ―el
segundo de ellos, residente en Estados Unidos― no tiene duda de cómo llegó esa
vocación. En una entrevista con el periódico Shalom señaló: “Fue el
Espíritu Santo, él llamó y nosotros respondimos”.
Los hermanos también atribuyeron
su condición de “familia levítica” al ambiente de un pueblo donde nunca sucede
nada grave y a Juan Ángel Ortiz, párroco
de su pueblo que en los años 70 y 80 impulsó las vocaciones sacerdotales
como no lo había hecho antes ningún otro religioso.
En entrevista con Aleteia ellos
recordaron que el cura fue tan persistente que Guadalupe
―un pueblo muy católico que entonces no tenía más de 15.000 habitantes― volvió
a tener un cura nativo después de cien años.
A esos elementos ellos agregan
la tradición de la diócesis de Garzón, una región en la que algunas familias
han tenido simultáneamente dos y tres hermanos o primos curas, pero ninguna
como los Trujillo Luna, un caso inusual en la vida católica.
Una vocación permanente
¿Y cómo han hecho para permanecer en este
ministerio durante 31, 29, 28 y 20 años? Sus respuestas son tan sencillas como
su reposado acento que a veces parece musical.
Héctor Gabriel, ordenado en
1987, dice que todo lo debe a su fe, al apoyo de su
director espiritual y al sano ambiente sacerdotal en que ha vivido.
Miguel Ángel, sacerdote desde
1988, afirma que el llamado de Dios ha sido permanente y no le ha dado lugar a
dudas, hasta el punto de que “si volviera a nacer, escogería nuevamente
el camino del sacerdocio”.
Por su parte, Teófilo María,
quien empezó su vida sacerdotal en 1989, considera que todo
está fundamentado en “el continuo llamado del Señor a la conversión y la
santidad”.
Los cuatros sacerdotes, que a
veces son confundidos en sus nombres por los parroquianos, no viven juntos hace
muchos años.
El mayor es vicario de su
diócesis y fue párroco de la tradicional catedral, en Garzón. El segundo, vive
en Pitalito, también en Huila, donde es párroco de la iglesia de San Antonio.
Teófilo María ―quien empezó su
vida sacerdotal con los capuchinos― trabaja en la parroquia de Santa María
Magdalena, en Charleston, Carolina del Sur.
Y el benjamín del grupo, Jesús
David, adelanta tareas pastorales en la parroquia de San José, en Atlanta,
Georgia.
Pese
a la distancia, ellos y sus otros seis hermanos se reúnen una vez al año para
hablar sin prisa,
como lo hacían en sus primeros años cuando ninguno pensaba que sus vidas
estarían dedicadas al servicio espiritual.
En esos días recuerdan
anécdotas, cantan bambucos, son informales, hablan con sus compañeros de
escuela y celebran eucaristías en las cuales ninguno es superior del otro.
Además, aprovechan para abrazar, como en
los años infantiles, a don Lisandro, de 101 años de edad, y a Lolita, de 79.
Los Trujillo Luna sienten un
profundo dolor, como muchos católicos, por los escándalos sexuales que han
avergonzado a la Iglesia en los últimos años. No obstante, creen que estos
hechos no deben desmotivar a quienes desean ingresar a la vida sacerdotal.
Por eso Miguel Ángel ―hablando a
nombre de sus hermanos― considera que “si un joven siente el llamado de Dios,
no debe tenerle miedo a las dificultades porque se trata de una
vocación, como la del maestro o el periodista, que también
deben pasar por el mundo haciendo el bien”.
Vicente Silva
Vargas
Fuente:
Aleteia