“Estaba en la cuerda floja, a punto de llevar mi vida al desastre. Fue justo en ese momento en el que Dios me llamó, me llevó a la Iglesia y me rescató con gran misericordia”
![]() |
Familia Jiménez Peral |
Desde el pasado verano la provincia de
Soria, una de las más despobladas y de edad media más alta, es un poco más
joven. A estas tierras numantinas ha llegado la familia Jiménez Peral,
formada por Ángel (50 años) y Carmen (48), un matrimonio malagueño con 16
hijos, sin duda, una de las familias más numerosas de España.
Carmen Celeste, Ángel Salén, Juan de
Dios, Clara Estrella, Salvador, Isaac, Pedro Andrés, Ezequiel, Abigail, Rafael,
Francisco José, Martín Nicolás, Guadalupe, Santiago, Leonardo y Belén. Estos
son los nombres de esta familia católica que ha revolucionado y rejuvenecido la
provincia de Soria, especialmente la localidad de Almazán, donde ahora
viven.
Las
favelas de Brasil, Málaga y ahora Soria
Este matrimonio se puso desde el
principio en manos de la providencia de Dios, y hasta el momento nunca les ha
fallado. Ni ahora en Soria cuando tuvieron que mudarse desde su tierra
malagueña debido a que no podían pagar una vivienda, ni cuando ha habido que
alimentar a tantos niños, ni tampoco cuando estuvieron casi 10 años
como familia misionera del Camino Neocatecumenal en las favelas de Brasilia,
donde nacieron cinco de sus hijos.
Ángel Andrés y
Carmen Encarnación han
relatado a Religión en Libertad
cómo ha sido el proceso de dejar su tierra, cómo vive una familia tan grande y
sobre todo cómo Dios les ha sostenido en todo momento.
El
obligado cambio de ciudad
Marchar con tantos hijos desde el sur de
España a la fría Soria no fue una “decisión fácil, pero sí necesaria”, asegura
Ángel. En Málaga vivían en una casa grande que les habían cedido y que tenían
que dejar ya. “Fue una búsqueda en la que se nos cerraban todas las puertas.
Incluso estábamos dispuestos a vivir en cualquier casa aunque fuera pequeña.
Pero cuando decíamos que éramos 18 no nos la alquilaban”, explica este
padre de familia.
¿Por qué ir a Soria? El tiempo para dejar
la casa en Málaga se agotaba, y entonces Ángel, sabiendo el problema de
despoblación de la provincia, pensó que sería más fácil encontrar un hogar
allí. Al final dejaron incluso su trabajo en Andalucía para mudarse todos a
Almazán, un pueblo de 5.000 habitantes. Desde entonces tampoco les ha
faltado trabajo, ahora disponen de una casa grande y de un pueblo entero donde
los niños pueden jugar sin problemas.
Ángel y Carmen se conocieron en la
Jornada Mundial de la Juventud de 1989 que se celebró en Santiago de
Compostela. Él iba con un grupo de Melilla, ella con uno de Málaga. Iban en el
mismo autobús, aunque no fue hasta cinco años después cuando comenzaron el
noviazgo. En ese tiempo no tuvieron noticias el uno del otro, hasta que Carmen
supo que Ángel lo estaba pasando mal y le llamó. Ahí saltó la chispa que inició
lo que es hoy su familia.
El
fuerte encuentro con Dios en la juventud
Este padre no siempre se fío de Dios. “Yo
no era religioso, dejé de ir a misa en la adolescencia, comencé a llevar una
vida un poco desorganizada. No estudiaba nada. Bebía durante el recreo,
también por la noche, llegaba a casa tarde… En el fondo sentía un vacío que
tenía que llenar con colocones, colegas, etc”, explica Ángel. Pero
además, hubo un momento clave en este momento de su vida, cuando su mejor amigo
murió de sobredosis.
“Estaba en la cuerda floja, a punto de
llevar mi vida al desastre. Fue justo en ese momento en el que Dios me
llamó, me llevó a la Iglesia y me rescató con gran misericordia”. Confiesa
que fue a través del testimonio de sus padres, a los que tras pasar momentos
difíciles les vio un cambio en sus vidas. Fue así como acabó yendo a las
catequesis del Camino Neocatecumenal.
Hubo un antes y un después en su vida en
aquel momento. A Ángel lo que más le impactó fue el anuncio del Kerigma, que
“Dios te ama tal y como eres, que Él ha dado la vida por ti”. “Descubrí que
en el fondo yo quería ser alguien, quería ser amado. Recurría a los vicios para
sentirme importante, para desinhibirme”, explica. Pero entonces en aquella
comunidad “empecé a ver la obra de Dios en los hermanos: matrimonios
reconstruidos, jóvenes abandonando las drogas...”, explica.
Dios
realmente provee
Sin aquel encuentro fuerte con Dios y sin
la fuerza que recibe de Dios viviendo la fe en comunidad nunca habrían podido
llegar hasta aquí. La experiencia de esta enorme familia es muy clara: “Dios
ha sido providente y muy generoso, y los momentos de estrecheces los hemos
podido vivir con naturalidad, nadie se ha traumatizado por esto, más bien
hemos aprendido a valorar las cosas y a experimentar la providencia divina”.
La providencia
es para ellos, explica este matrimonio, “la actuación de Dios cuando ya no te
queda nada ni nadie en quien puedas apoyarte. No la definiría solamente como
los bienes que recibes sino también como la paciencia y serenidad que Dios
te da para entrar en la historia de cada día sin murmurar. Pero Dios
siempre ha aparecido y provisto”.
Ni
héroes, ni personas especiales
Sobre el hecho tan inusual en la sociedad
actual como es tener 16 hijos, aseguran que lo que primero que hay que dejar
claro es que “no somos especiales, ni héroes, ni valientes ni mejor que
nadie, pues en realidad somos muy débiles, meros espectadores de la obra
que Dios hace en nosotros”.
“A través de los años y a pesar de
nuestros egoísmos, (Dios) nos ha enseñado que la vida y la felicidad
consisten en darte a los demás, en la donación, en no vivir exclusivamente para
ti dándote gusto en todo. Es cierto que tenemos momentos difíciles, pero en
el Señor, la comunidad, la oración y los sacramentos encontramos las fuerzas
que nos sostienen en el combate diario”, relata Ángel.
Leonardo,
"un pedacito de cielo"
Al enorme tamaño de la familia se une
además que el penúltimo de los hijos, el pequeño Leonardo, tiene síndrome de
Down. Ya en el embarazo sabían que llegaba con esta discapacidad, pero “no
nos supuso ningún tipo de problema”. Para sus padres, este hijo “más que un
problema ha sido un nexo de unión en la familia y ha venido a traer más alegría”.
Su madre le llama “pedacito de cielo”, y todos en casa aseguran que aprenden
muchísimo de él y de sus actitudes, de su inocencia, el no tener grandes
pretensiones y conformarse con poco. Además, para sus hermanos ha supuesto un
“aprendizaje” para la vida. En un mundo en el que los referentes son los
futbolistas, el dinero o la belleza, un niño como Leonardo les muestra “la
vida en su faceta real. Ven el sufrimiento, la diferencia, la diversidad
con una visión de la vida real porque lo ven cada día en su casa”.
Su
día a día "no tiene mucho misterio"
Precisamente, la siguiente pregunta es
cómo viven el día a día, cómo se organiza una familia con 18 miembros. “No
tiene mucho misterio”, afirma el matrimonio.
Para lo que
muchos es un imposible, para los Jiménez Peral es el pan nuestro de cada día.
Explican que “generalmente te planeas la jornada, pero siempre surge algo que
te obliga a reorganizarte de nuevo, y todo en un pequeño espacio de tiempo. Las
comidas son lo más fácil, pues en vez de cacerolas tradicionales tenemos las
industriales, echas unos poquitos garbanzos más y ya está…”.
Alguna
anécdota familiar
Tampoco faltan las anécdotas en la
familia, como lo que les ocurrió en un parque. “Tenía una vieja furgoneta y
como suele ocurrir, los niños no querían montarse en el coche. Conforme
entraban por la puerta, saltaban y volvían a salir, así que me vi obligado a
meterlos apresuradamente: ‘venga niños, para dentro’.
Por fin, conseguí cerrar las puertas y
arrancar. Nos pusimos en movimiento y entonces escuché un lloro que no me era
familiar. Paré, miré por el retrovisor y había un niño que me decía entre
pucheros: ‘que yo no soy tu hijo’. El niño estaba viendo el espectáculo en
el parque, lo había cogido del brazo y lo había metido también en la furgoneta.
Lo devolví después”.
Otra escena típica familiar era la de ir
a la playa en Málaga andando. Una hora para ir y otra para volver. Todos en
caravana con las toallas, los bocadillos, la nevera, las sombrillas y también
los carritos de bebés. Eso sí, esas noches todos dormían del tirón.
Echando la vista atrás ven el gran regalo
de Dios que supone su familia. “Me sorprende la obra de Dios. Me miro en
el espejo y veo mi incapacidad, mi debilidad, pero a pesar de ello el Señor se
fía de nosotros y nos capacita para vivir nuestra paternidad y maternidad con
gran alegría”, concluye Ángel.
Javier
Lozano
Fuente:
ReL