En Él la eternidad cobra su peso. Miro mi dolor en
una perspectiva más amplia. Dejo mi vida plana para anhelar un cielo eterno
lleno de sentido...
Anne Marthe Widvey-(CC BY-NC 2.0) |
Viene Jesús. Ya llega. Por eso el corazón
se llena de ánimo y alegría: “Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque
se acerca vuestra liberación”.
La vela no sólo es estar. Es un aguardar
la venida de Jesús que llega para darle sentido a mis días y
liberarme.
Lynch afirma: “La
firmeza en el desear y el actuar, por una parte, y la capacidad de esperar, por
otra, constituyen una posible definición de la madurez psicológica”[1].
El
Adviento está unido al deseo de cambio. Quiero vivir con más verdad, con más hondura, con más
plenitud.
Una persona me decía: “Creo
que, si tuviera a Dios en mi vida, sería más feliz”. Es
cierto. La presencia de Dios en mi corazón llena de sentido mis pasos.
¿Para
qué vivo? ¿Qué sentido tiene el sufrimiento? ¿Qué hay después de esta vida
mortal llena de
espera, cuando se rasga el velo? ¿Qué aguardo en el fondo de mi alma? Son
preguntas que en Dios tienen una luz distinta.
En Él la eternidad cobra su
peso. Miro mi dolor en una perspectiva más amplia. Dejo mi vida plana para
anhelar un cielo eterno lleno de sentido.
Aprender
a esperar me lleva toda una vida.
Espero cambiar. Espero dejar de lado la tristeza y la nostalgia. Espero que
desaparezca el rencor que me llena de rabia. Espero que mi amor sea más pleno,
más generoso, más sencillo y alegre.
Parece imposible todo lo que
espero. Aguardo a la puerta de mi alma. Jesús va a pasar, va a venir. Me lo
dicen. Lo escucho.
Canto para que Jesús venga hasta
mí y llene de sentido mis sinsentidos y angustias. Es lo que aguardo con
impaciencia. Que cambie mi alma por dentro con su
venida. Su presencia todo lo cambia.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia