Nuevo ciclo sobre el
‘Padre Nuestro’
Audiencia General, 5 de diciembre de 2018 © Vatican Media |
“¡Aunque
hayamos rezado durante tantos años, siempre debemos aprender!” La oración del
hombre –ha explicado el Papa–, este anhelo que nace de forma tan natural de su
alma, es quizás “uno de los misterios más densos del universo”.
Francisco
ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis en la audiencia general, este 5 de
diciembre de 2108, dedicado al ‘Padre nuestro’ comenzando por el tema
“Enséñanos a rezar” (Pasaje bíblico: Evangelio según san Lucas 11, 1).
Jesús
rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su manera de
rezar, también había un misterio encerrado, algo que seguramente no había
escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en los evangelios esa
simple e inmediata súplica: “Señor, enséñanos a rezar”.
La
audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:30 horas en el Aula
Pablo VI donde el Santo Padre ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de
Italia y de todo el mundo.
Como
cada semana en la audiencia, tras resumir su discurso en diversas lenguas, el
Santo Padre ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes procedentes
de todo el mundo. La audiencia general ha terminado con el canto del Pater
Noster y la bendición apostólica.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
comenzamos un ciclo de catequesis sobre el “Padre Nuestro”.
Los
evangelios nos presentan retratos muy vívidos de Jesús como hombre de
oración. Jesús rezaba. A pesar de la urgencia de su misión y el apremio de
tantas personas que lo reclaman, Jesús siente la necesidad de apartarse en
soledad y rezar. El Evangelio de Marcos nos cuenta este detalle desde la
primera página del ministerio público de Jesús (cf. 1, 35). El día inaugural de
Jesús en Cafarnaúm terminó triunfalmente. Cuando baja el sol, una multitud
de enfermos llega a la puerta donde mora Jesús: el Mesías predica y sana.
Se cumplen las antiguas profecías y las expectativas de tantas personas que
sufren: Jesús es el Dios cercano, el Dios que libera. Pero esa multitud es
todavía pequeña en comparación con muchas otras multitudes que se reunirán
alrededor del profeta de Nazaret; a veces se trata de reuniones oceánicas, y
Jesús está en el centro de todo, el esperado por el pueblo, el resultado de la
esperanza de Israel.
Y,
sin embargo, Él se desvincula; no termina siendo rehén de las expectativas de
quienes lo han elegido como líder. Hay un peligro para los líderes: apegarse
demasiado a la gente, no mantener las distancias. Jesús se da cuenta y no
termina siendo rehén de la gente. Desde la primera noche de Cafarnaúm,
demuestra ser un Mesías original. En la última parte de la noche, cuando se
anuncia el amanecer, los discípulos todavía lo buscan, pero no consiguen
encontrarlo. ¿Dónde está? Hasta que, por fin, Pedro lo encuentra en un lugar
aislado, completamente absorto en la oración y le dice: “¡Todos te están
buscando!” (Mc 1, 37). La exclamación parece ser la cláusula que sella el éxito
de un plebiscito, la prueba del buen resultado de una misión.
Pero
Jesús dice a los suyos que debe ir a otro lugar; que no son las personas las
que lo buscan, sino que en primer lugar es Él el que busca los demás. Por lo
tanto, no debe echar raíces, sino seguir siendo un peregrino por los
caminos de Galilea (versículos 38-39). Y también peregrino hacia el Padre, es
decir: rezando. En camino de oración. Jesús reza.
Y todo sucede en una noche
de oración.
En
alguna página de las Escrituras parece ser la oración de Jesús, su intimidad
con el Padre, la que gobierna todo. Lo será especialmente, por ejemplo, en la
noche de Getsemaní. El último trecho del camino de Jesús (en absoluto, el más
difícil de los que había recorrido hasta entonces) parece encontrar su
significado en la escucha continua de Jesús hacia su Padre. Una oración
ciertamente no fácil, de hecho, una verdadera “agonía”, en el sentido del
agonismo de los atletas, y sin embargo, una oración capaz de sostener el camino
de la cruz.
Aquí está el punto
esencial: Allí Jesús rezaba.
Jesús
rezaba intensamente en los actos públicos, compartiendo la liturgia de su
pueblo, pero también buscaba lugares apartados, separados del torbellino del
mundo, lugares que permitieran descender al secreto de su alma: es el profeta
que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de los montes. Las últimas
palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son palabras de los salmos, es
decir de la oración, de la oración de los judíos: rezaba con las oraciones que
su madre le había enseñado.
Jesús
rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su manera de
rezar, también había un misterio encerrado, algo que seguramente no había
escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en los evangelios esa
simple e inmediata súplica: “Señor, enséñanos a rezar” (Lc. 11, 1).
Ellos veían que Jesús rezaba y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor,
enséñanos a rezar”. Y Jesús no se niega, no está celoso de su intimidad con el
Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación con
el Padre Y así se convierte en maestro de oración para sus discípulos, como
ciertamente quiere serlo para todos nosotros. Nosotros también deberíamos
decir: “Señor enséñame a rezar. Enséñame”.
¡Aunque
hayamos rezado durante tantos años, siempre debemos aprender! La oración del
hombre, este anhelo que nace de forma tan natural de su alma, es quizás uno de
los misterios más densos del universo. Y ni siquiera sabemos si las oraciones
que dirigimos a Dios sean en realidad aquellas que Él quiere escuchar. La
Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al final son
rechazadas por Dios: basta con recordar la parábola del fariseo y el publicano.
Solo este último, el publicano, regresa a casa del templo justificado, porque
el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente le viera rezar y fingía
rezar: su corazón estaba helado. Y dice Jesús: éste no está justificado “porque
el que se ensalza será humillado, el que se humilla será ensalzado” (Lc 18,
14). El primer paso para rezar es ser humildes, ir donde el Padre y decir:
“Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo”, cada uno sabe lo que tiene que
decir. Pero se empieza siempre con la humildad, y el Señor escucha. La oración
humilde es escuchada por el Señor.
Por
eso, al comenzar este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús, lo más
hermoso y justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de los
discípulos: “¡Maestro, enséñanos a rezar!”. Será hermoso, en este tiempo de
Adviento, repetirlo: “Señor, enséñame a rezar”. Todos podemos ir algo más allá
y rezar mejor; pero pedírselo al Señor. “Señor, enséñame a rezar”. Hagámoslo en
este tiempo de Adviento y él ciertamente no dejará que nuestra invocación caiga
en el vacío.
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit