Padre
Nuestro: “Llamad y se os abrirá”
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Audiencia General, 9 enero 2019 © Vatican Media |
El
Santo Padre, en su 4ª catequesis sobre la oración del ‘Padre Nuestro’ asegura
que “ninguna oración quedará sin ser escuchada”. “¿Por qué?”, plantea. “Porque
Él es Padre y que no se olvida de sus hijos que sufren”.
La
audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:20 horas en el Aula
Pablo VI donde el Papa ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y
de todo el mundo. El Pontífice se ha centrado en el tema: Llamad y se
os abrirá (Pasaje bíblico: Evangelio según san Lucas 11, 9-13).
“La
oración cambia la realidad, no nos olvidemos”, ha aclarado el Papa, en el
contexto de la oración del ‘Padre Nuestro’. “O cambia las cosas o cambia
nuestro corazón, pero cambia siempre”.
Así,
el Papa ha planteado una pregunta: “¿Cuántas veces hemos llamado y encontrado
una puerta cerrada?” Jesús nos insta –ha respondido– en esos momentos,
a insistir y no darnos por vencidos. “La oración siempre transforma la
realidad, siempre”. Si las cosas que nos rodean no cambian, al menos “cambiamos
nosotros, cambia nuestro corazón”.
Jesús
prometió el don del Espíritu Santo a cada hombre y a cada mujer que rece, ha
anunciado.
Al
rezar es como si viéramos cada fragmento de la creación que bulle en el torpor
de una historia cuyo por qué a veces no comprendemos. “Pero está en movimiento,
está en camino, ¿qué hay al final de nuestro camino? Al final de la oración, al
final de un tiempo en que rezamos, al final de la vida ¿Qué hay? Hay un Padre
que espera todo y nos espera a todos con los brazos abiertos de par en par.
Miremos a este Padre”, ha propuesto Francisco.
RD
Tras
resumir su discurso en diversas lenguas, Francisco ha saludado en particular a
los grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo. La audiencia
general ha terminado con el canto del Pater Noster y
la bendición apostólica.
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
catequesis de hoy hace referencia al Evangelio de Lucas. De hecho, es sobre
todo este Evangelio, desde los relatos de la infancia, el que describe la
figura de Cristo en un ambiente lleno de oración. Contiene los tres himnos que
jalonan cada día la oración de la Iglesia: el Benedictus, el Magnificat y
el Nunc Dimittis.
Y
en esta catequesis sobre el Padre nuestro, seguimos adelante, vemos a Jesús
como orante. Jesús reza. En el relato de Lucas, por ejemplo, el episodio de la
transfiguración surge de un momento de oración. Dice así: “Mientras oraba, el
aspecto de su rostro se mudó y sus vestidos eran de una blancura fulgurante”
(9,29). Pero cada paso de la vida de Jesús está inspirado por el soplo del
Espíritu que lo guía en todas sus acciones.
Jesús
reza en el bautismo en el Jordán, dialoga con el Padre antes de tomar las
decisiones más importantes, a menudo se retira en soledad para rezar, intercede
por Pedro, que de allí a poco renegará de él. Dice así: «¡Simón, Simón!, Mira
que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo, pero yo he rogado
por ti, para que tu fe no desfallezca” (Lc 22, 31-32). Esto consuela:
saber que Jesús reza por nosotros, reza por mí, por cada uno de nosotros para
que nuestra fe no desfallezca. Y es verdad: “Pero, padre ¿lo hace todavía?” Lo
hace todavía ante el Padre. Jesús reza por mí. Cada uno de nosotros puede
decirlo. Y también podemos decir a Jesús: “Tú estás rezando por mí, sigue
rezando que lo necesito”. Así: valientes.
Incluso
la muerte del Mesías está inmersa en una atmósfera de oración, tanto que las
horas de la pasión aparecen marcadas por una calma sorprendente: Jesús consuela
a las mujeres, reza por los que le crucifican, promete el paraíso al buen
ladrón, y expira diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
“(Lc 23:45). La oración de Jesús parece amortiguar las emociones más
violentas, los deseos de venganza y revancha, reconcilia al hombre con su
enemiga acérrima, reconcilia al hombre con esa enemiga que es la muerte.
Y
siempre en el Evangelio de Lucas encontramos la petición, expresada por uno de
los discípulos, de que el mismo Jesús les enseñe a orar. Y dice así “Señor,
enséñanos a orar” (11: 1). Veían que él rezaba. “Enséñanos –también podemos
decir nosotros al Señor– Señor, tú estas rezando por mí, lo sé, pero enséñame a
rezar, para que también yo pueda rezar”.
De
esta petición –“Señor, enséñanos a rezar”– surge una enseñanza muy extensa, a
través de la cual Jesús explica a los suyos con qué palabras y con qué
sentimientos deben dirigirse a Dios.
La
primera parte de esta enseñanza es precisamente el Padre
nuestro. Rezad así: “Padre, que estás en los cielos”. “Padre”: esa palabra
tan hermosa de pronunciar. Podemos pasar todo el tiempo de la oración solamente
con esa palabra: “Padre”. Y sentir que tenemos un padre: no un padrón o un padrastro.
No: un padre. El cristiano se dirige a Dios llamándolo en primer lugar “Padre”.
En
esta enseñanza que Jesús da a sus discípulos, es interesante detenerse en
algunas instrucciones que coronan el texto de la oración. Para darnos
confianza, Jesús explica algunas cosas que hacen hincapié en
la actitud del creyente que reza. Por ejemplo, la parábola del amigo
importuno, que va a molestar a toda una familia que duerme porque, de repente,
ha llegado una persona de viaje y no tiene pan para ofrecerle: ¿Qué dice Jesús
a éste que llama a la puerta y despierta a su amigo? «Os aseguro, explica
Jesús, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará
por su importunidad y le dará cuanto necesite” (Lc11, 9). Así, quiere
enseñarnos a rezar y a insistir en la oración. E inmediatamente después
pone el ejemplo de un padre que tiene un hijo hambriento. Todos vosotros,
padres y abuelos, que estáis aquí, cuando el hijo o el nieto os piden algo,
tiene hambre, y pide, luego llora, grita, tiene hambre “¿Qué padre hay entre
vosotros que, si un hijo le pide un pez, en lugar de un pez le dará una
culebra?” (V. 11). Y todos vosotros tenéis la experiencia de que cuando el hijo
pide, le dais de comer lo que pide, por su bien.
Con
estas palabras, Jesús nos hace entender que Dios siempre responde, que ninguna
oración quedará sin ser escuchada. ¿Por qué? Porque Él es Padre y que no se
olvida de sus hijos que sufren.
Ciertamente,
estas afirmaciones nos ponen en crisis, porque muchas de nuestras oraciones
parecen no obtener ningún resultado. ¿Cuántas veces hemos pedimos y no hemos
obtenido –todos tenemos esa experiencia– ¿Cuántas veces hemos llamado y
encontrado una puerta cerrada? Jesús nos insta, en esos momentos,
a insistir y no darnos por vencidos. La oración siempre transforma la
realidad, siempre. Si las cosas que nos rodean no cambian, al menos cambiamos
nosotros, cambia nuestro corazón. Jesús prometió el don del Espíritu Santo a
cada hombre y a cada mujer que rece.
Podemos
estar seguros de que Dios responderá. La única incertidumbre se debe
a los tiempos, pero no dudemos de que Él responda. Tal vez tengamos que
insistir por toda la vida, pero Él responderá. Nos lo ha prometido: No es un
padre que da una culebra en lugar de un pez. No hay nada más seguro: el deseo
de felicidad que todos llevamos en nuestros corazones un día se cumplirá. Jesús
dice: “Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y
noche?” (Lc 18, 7). Sí, hará justicia, nos escuchará. ¡Qué día de gloria y
resurrección será ese!
Rezar
es desde ahora la victoria sobre la soledad y la desesperación. Rezar. La
oración cambia la realidad, no nos olvidemos. O cambia las cosas o
cambia nuestro corazón, pero cambia siempre. Rezar es desde ahora la
victoria sobre la soledad y sobre la desesperación. Es como ver cada fragmento
de la creación que bulle en el torpor de una historia cuyo por qué a veces no
comprendemos. Pero está en movimiento, está en camino, y al final de cada
camino ¿qué hay al final de nuestro camino? Al final de la oración, al final de
un tiempo en que rezamos, al final de la vida ¿Qué hay? Hay un Padre que espera
todo y nos espera a todos con los brazos abiertos de par en par. Miremos a este
Padre.
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Librería Editorial Vaticano
Rosa Die Alcolea
Fuente:
Zenit