La gracia es el
favor, el auxilio gratuito de Dios nos da para responder a su llamada: llegar a
ser hijos de Dios
La gracia,
presencia de Dios
Nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica que: la gracia es el favor, el auxilio
gratuito de Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios
(cf. Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf. Rom 8, 14-17), participes de la
naturaleza divina (cf. 2 Pe 1, 3-4), de la vida eterna (cf. Jn 17,3). La gracia
es una participación de la vida de Dios (Catic nn. 1996-1997).
La vida de la
gracia es el don por el que el cristiano vive unido a Cristo como el sarmiento
a la vid (Cf. Jn 15, 1-8), inicia con el Bautismo y se pierde con el pecado
mortal, se recupera con el Sacramento de la Penitencia y se sostienen y
acrecienta con los Sacramentos, la participación litúrgica y la oración.
Dios es, por
tanto, quien nos concede este don; Cristo Nuestro Señor quien nos lo ha
merecido, destruyendo el pecado con su muerte en la cruz; la vida eterna; el
fin al cual esta ordenado. Podemos decir que la vida de gracia es la vida misma
de Dios latiendo en nuestro ser; esta gracia nos convierte en hombres nuevos, en
hijos de dios. Por la gracia experimentamos un cambio interior y una
participación de la vida divina, ya que Dios habita en nosotros. Desde ese
momento estamos llamados al Cielo, a la vida eterna junto a dios.
La necesidad de la gracia
La necesidad de la gracia
Como ya hemos
visto, la gracia es un don gratuito de Dios, es por esto que el hombre ha de
estar dispuesto a recibirla a través de actos virtuosos pero sobre todo a
través de un acto de fe. Las obras para que tengan valor de cara a la
salvación, deben realizarse con la ayuda de la gracia. Recordemos que nos
podemos alcanzar la santidad y sálvanos contando única y exclusivamente con
nuestras fuerzas, necesitamos la ayuda de Dios.
Decía San
Francisco de Sales en Introducción a la Vida Devota: << En cualquier
situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de el motor
interior que genera una vida nueva en el cristiano, es el artífice de la
santidad. El Espíritu Santo influye también sobre las cualidades del hombre,
sobre su capacidad de entender, de decidir y de actuar a través de sus dones
que, como ya hemos mencionado, son gracias especiales entregadas para bien de
quien las recibe y para los demás. Los dones del Espíritu Santo los vamos a
dividir en tres grandes bloques:
1. Dones para
el entendimiento:
a. Sabiduría: Es la capacidad para discernir siempre del
espíritu. Es similar a la virtud de la prudencia, pero en este caso es un don
gratuito que permite ver todo con una nueva dimensión, la del espíritu. La
sabiduría lleva a dar juicios prudentes y exactos sobre las realidades
espirituales.
b. Inteligencia: Es una capacidad especial que nos otorga
el Espíritu Santo para comprender y penetrar la Palabra de Dios.
c.
Ciencia: Es el don que nos lleva a descubrir el obrar
de Dios en la propia vida.
2. Dones para
la voluntad:
a.
Consejo: es la capacidad para descubrir siempre con
certeza la voluntad de Dios.
b.
Fortaleza: Es la capacidad para tomar decisiones
difíciles en la fidelidad al plan de Dios sobre la propia vida, y llevarlas
adelantes cueste lo que cueste.
3. Dones para
el actuar:
a. Piedad: Es la predisposición a actuar siempre como
hijo de Dios. Es una actitud de vida profunda que influye en toda la
personalidad
b. Temor de Dios: Este don, generalmente lo entendemos
como si fuera un miedo al poder de Dios. Realmente es un miedo, pero a perder a
Dios por el pecado, la tibieza o la indiferencia en el amor. El recto temor de
Dios convierte toda la vida en un continuo acto de amor y de fidelidad a Dios
para no perderlo. Nos lleva a defender y acrecentar la vida de gracia en el
alma y a cultivar la vida interior.
Podemos
concluir diciendo que la gracia, siendo de orden sobrenatural escapa a nuestra
experiencia y solo puede ser conocida por la fe, una fe plasmada en obras (ver
Mt 7, 20).
Ninguno diga: Yo no puedo, porque
Cristo ha sido fiel por ti y para ti. El ha reparado de antemano todas tus
flaquezas, con s fidelidad ha merecido para ti la fuerza, las gracias
necesarias para que seas fiel. Su fidelidad es tu fidelidad.
Por: Marco Antonio Garcia Triñaque
Por: Marco Antonio Garcia Triñaque
Fuente: Tiempos
de Fe