La única manera de darle
sentido y una respuesta a nuestro dolor y sufrimiento es el camino de Cristo
«Nosotros predicamos a un
Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas
para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y
sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 23-24). Ese es nuestro camino de salvación. Ese es
el camino del cristiano. Jesús nunca ha dicho que ser cristiano es algo fácil:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame» (Lc 9, 23).
Muchas veces la cruz se
hace demasiado pesada, y pareciera que no la podemos cargar. Por eso Jesús,
conociendo mejor que nadie nuestra debilidad, también dice en otro pasaje:
«Venid a mí todos los que
estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). La
única manera de darle sentido y una respuesta a nuestro dolor y sufrimiento es
el camino de Cristo.
Muchas veces tenemos que
acompañar personas en momentos de tribulación, de dolor, de sufrimiento… la
verdad es que son pocas las palabras con las que se puede consolar alguien que
está sufriendo la muerte de un ser querido; acompañando la enfermedad de un
hijo; los problemas graves de un familiar; las injusticias a causa de enemigos;
la pobreza de madres que no tienen con que dar de comer a sus hijos; los padres
que tienen que lidiar con los distintos problemas de la familia; o,
simplemente, situaciones difíciles que se presentan a diario, y requieren un
sacrificio y esfuerzo especial de nuestra parte.
La verdad es que si nos
quedamos en plano simplemente “horizontal”; es decir, si miramos esas
situaciones solamente desde los “ojos del mundo”, es imposible darle sentido;
darle una respuesta; darle un sentido a todas esas situaciones. ¿Qué sentido
tiene sufrir? Solamente Dios puede darnos sentido. Solamente Cristo, que vivió
en su propia carne el sufrimiento, puede entendernos y compadecerse de
nosotros. La cruz, por lo tanto, en Cristo, cobra un sentido divino, un camino
de salvación. Es, por lo tanto, un camino lleno de sentido. Que nos puede
llevar a la felicidad.
Muchos huyen del dolor y
del sufrimiento. Es comprensible. Pero hacer eso, en el fondo, es huir de la
propia vida. Pues nuestra vida siempre tiene una cuota de sufrimiento, de
dolor; siempre implica cargar una cruz. Cada uno tiene su Cruz. No significa
que busquemos el sufrimiento, pero la vida por sí misma porta una dimensión de
dolor. ¿Quién no tiene problemas en la vida?
Volvamos nuestra mirada a
Cristo. Él asume el dolor, asume el sufrimiento de la Cruz, de manera
voluntaria. «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo,
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (2Fil 6-8).
Es decir, descubre que es en ese camino, permitido por el Padre, que cumple su
Misión. Libremente opta por asumir el dolor y el sufrimiento en su vida. No se
trata de buscar el sufrimiento, pero si Dios lo permite en nuestras vidas, por
algo será. Normalmente no sabemos el porqué, pero Dios tiene un Plan para cada
uno de nosotros. ¡Cuántas cosas aprendemos! ¡Cuánto crecemos y maduramos como
personas, cuando aceptamos el sufrimiento en nuestras vidas!
Una clave espiritual
fundamental es aprender a sufrir junto con Jesús. Comprender nuestro dolor a
través de Cristo, quien le dio sentido salvífico a todo sufrimiento. De esa
manera, sufrimos junto con Jesús. Nos conformamos más a Jesús. Por lo tanto, al
participar de su dolor, nos estamos haciendo otros Cristos. Así nos
santificamos, y por lo tanto somos cada vez más felices. Sólo quien cree en
Cristo puede entender el dolor y el sufrimiento de esta manera. Cómo decíamos
al comienzo, es “locura para los griegos y necedad para los judíos”.
«Si de verdad queremos que
estas reflexiones se concreten en un consuelo real y fuente de paz, es
imprescindible cumplir con una condición: vivirlo todo en la fe, que quiere
decir que el cristiano que sufre debe unirse conscientemente al Cristo
doliente, debe acompañarlo cargando con paz su propia cruz a la de Cristo, que
sube al Calvario llevando con amor la suya, debe no sólo aguantar el dolor con
resignación sino asumirlo amorosamente, de forma consciente y voluntaria,
sabiendo que de esta manera su sufrimiento, igual que el de Jesús, se torna,
fecundo y creador, en fuente de vida y redención» (Ignacio Larrañaga, El arte
de ser feliz, Paulinas 2012, p.120).
Por: Pablo Augusto Perazzo
Fuente: CEC