Cuentan que Álvaro de
Córdoba recogió a un mendigo por el camino y al destaparlo en el monasterio ya
no era un mendigo sino una imagen de Cristo crucificado
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ANDREJ PRAZNIK | DRUŽINA |
El beato Álvaro de Córdoba, fraile dominico
natural de Zamora a caballo entre los siglos XIV y XV, introdujo en Europa la
devoción del Vía Crucis. El 19 de febrero se celebra su memoria litúrgica.
Se cree que fray Álvaro de Zamora –así se le
denomina en la documentación antigua, al igual que en el Martirologio antes
citado– nació en Zamora a mediados del siglo XIV. Se
da la fecha de 1368 para su entrada en la Orden de Predicadores (dominicos).
Fue durante
muchos años profesor de Teología en el Estudio General del Colegio de San Pablo
de Valladolid y confesor del rey Juan II de Castilla y de su madre.
En 1416 recibió
el título de maestro en Teología por la Universidad de Salamanca. Entre 1418 y
1420 visitó Italia, donde conoció los ensayos de reforma dominicana iniciada
por el beato Raimundo de Capua, y peregrinó a Tierra Santa.
En compañía de
fray Rodrigo de Valencia y con el apoyo económico de los reyes eligió la sierra
cordobesa para adquirir en 1423 la Torre Berlanga, donde fundó el
Convento de Escalaceli, cuna de la reforma en España.
En 1427 fue
nombrado por el papa “prior mayor” mientras viviese, convirtiéndolo en máxima
autoridad de las fundaciones reformadas.
Dado que el
paisaje del convento cordobés recordaba la tipografía de Jerusalén, construyó
oratorios proponiendo la meditación de la Pasión de Cristo, por lo que es
considerado como el introductor en Europa de lo que sería la devoción
localizada del Vía Crucis.
Murió en torno al año 1430. Sus reliquias se
conservan en el convento de Escalacaeli. El papa Benedicto XIV aprobó su culto
en 1741. En Córdoba (España) hay una parroquia dedicada al beato.
Desconocido en su tierra
Como se afirma en el libro Con
nuestros santos zamoranos, “quizá muy pocos de nosotros sabían que
el beato zamorano Álvaro de Córdoba fue el introductor de la oración
devocional, tan arraigada en la Iglesia, del Vía Crucis”.
Resulta curioso comprobar, si seguimos leyendo,
“cómo uno de los nuestros, de manera sencilla, humilde y casi anónima, hace una
aportación a la fe y a la devoción de todos los cristianos tan importante como
es ampliar la oración y meditación de los
momentos más importantes de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo a cualquier
lugar fuera de la Vía Dolorosa de Jerusalén. Y esto para todas
las épocas”.
El milagro del beato Álvaro
La iconografía del zamorano lo muestra siempre
con hábito dominicano (blanco con capa

Viendo el fraile que había un ser humano que
necesitaba su ayuda, se apartó de su ruta para atender al mendigo,
envolviéndolo en su capa. Lo cargó sobre sus espaldas y regresó con él al
convento, como un nuevo buen samaritano.
Llamando a sus hermanos de comunidad les dijo:
“aquí traigo este mendigo, para que practiquemos con él la misericordia”. Al
destaparlo, el mendigo ya no era un mendigo, sino una imagen de Cristo
crucificado.
Y sigue diciendo la leyenda que estuvieron los
frailes, durante toda la noche, orando ante el crucificado, y de madrugada
desapareció.
Con el tiempo, la comunidad procuró, en perpetua
memoria y acción de gracias, reproducir el crucificado imitando los rasgos del
original. Este es, desde mediados del siglo XVI, el que hasta hoy se venera en
el santuario de Escalaceli con el nombre de “Santísimo Cristo de San Álvaro de
Córdoba”.
Luis
Santamaría
Fuente:
Aleteia