Dios me da tanto para que yo lo entregue
Quiero mi bienestar. Busco satisfacer mi hambre. Intento
siempre saciar mi sed y calmar mis ansias.
Es verdad que no siempre obtengo
lo que busco. Me frustro en mis peticiones y me amargo cuando veo que no hay
respuesta. Clamo a Dios y me quejo ante Él porque no hace caso a mi súplica.
Yo no tengo el poder de darme de
comer a mí mismo. Pero si lo tuviera, caería en la tentación de utilizarlo, lo
sé seguro.
Uso
mis dones para mi bien. ¿Es ese el fin de los dones que Dios me da? No lo creo. Me da tanto para que yo
lo entregue. Para que me vacíe por amor. Para que piense en los otros antes que
en mí. Para que ponga a los demás en el centro y así yo me descentre.
Una persona me decía hace un
tiempo: “Yo
nunca pido a Dios nada para mí. No puedo. Me supera. A veces pido para otros.
Se lo pido con intensidad a Jesús. Y en ese momento estoy seguro de que Dios me
lo va a conceder. Cada vez que lo he hecho, lo he comprobado”.
Me impresionaron sus palabras. No pedía milagros propios. Me reconocí en mi
miseria. Yo sí que pido milagros para mí.
Comenta el papa Francisco: “Hagámonos
prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo
con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”.
Pienso en el hambre del que está
cerca de mí. El que sufre, el que está solo, el que no tiene. Yo vivo tantas
veces saciado, colmado, satisfecho. Y no es ese el fin de mi vida. No soy
cristiano para vivir así.
Miro
a mi alrededor. Dejo de mirarme a mí. Para mirar el corazón de los que Dios me
confía.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






