Ser libre interiormente te abre a planes que pueden
ser mejores que los que tú habías pensado
![]() |
| Nelzajamal I Shutterstock |
La tentación del control me lleva a querer
controlarlo todo. Lo que va a pasar. Lo que no puede pasar. Quiero tener el
control de mi vida y no me gusta soltar las riendas.
Creo que sé
lo que más me conviene. No me gustan las sorpresas que alteran todos mis
planes. El control me hace fuerte.
La confianza está bien, pero no es
suficiente. El control es mejor, me da más tranquilidad, más paz.
Sé que la
vida está llena de sorpresas. Y quisiera abrirme a lo inesperado. El Dios
inesperado entra en mi vida y todo se complica.
Dios llega a mi vida y me quiere sin
seguros. No
desea que viva controlando mi camino. No quiere que le exija a la vida orden,
paz y resultados concretos.
A veces quiero encasillar a Dios para controlarlo. Digo que es como yo quiero
que sea. Tengo mi imagen. Pongo en su corazón deseos míos. Y sus rasgos son los
que yo le pinto.
Me veo ante
un papel en blanco dibujando su rostro. Lo pinto a mi manera, según mi
historia. Un Dios hecho a mi medida no podrá sorprenderme.
Me hace bien
la sorpresa en mi vida. Me saca de mi esquema. Es verdad que me cuesta, pero me
conviene perder el control de mis pasos.
Ya lo pierdo
con frecuencia dejándome llevar por mi pecado, por mi ira, por mi tristeza. Ahí
sí pierdo el control de mi vida. Me descontrolo.
Mis pecados me tumban. Y me avergüenza ser tan débil. Me dejo
llevar por el mal. En esos momentos no soy yo mismo dueño de mis actos.
Decía el padre
José Kentenich: “La grandeza del ser humano radica en su capacidad de
dominar sus instintos”[1].
Quiero tener
ese control que sí es bueno. El control sobre mí mismo.
Quiero ser recio y firme para no dejarme llevar por lo que veo, por lo que me
tienta. Quiero ser yo mismo siempre sin perder mi raíz, mi centro, mi paz
interior.
Lo que me hace mal es el otro control que
me vuelve rígido. No
dejo que los planes que he pensado fracasen. Intento controlarlo todo para que
las cosas salgan a mi manera.
Encasillo a
Dios, lo limito, para que no me sorprenda. No me doy cuenta, pero manipulo a muchos
para que se haga siempre mi voluntad. Estoy tan herido que no
lo veo.
Me cuesta ser libre
interiormente. Quisiera serlo para abrirme a esos planes que Dios ha pensado para
mí.
Dios me abre
un jardín maravilloso que me tienta cuando camino en el desierto. Me hace ver
una fuente de agua que no se acaba cuando mi corazón necesita agua para saciar
mi sed de infinito.
El control me cierra la puerta de la
sorpresa. Quisiera
tener un corazón más libre, más alegre, más roto y humilde para dejarme hacer
por Dios en los caminos de la vida.
Él quiere que
deje mis rigideces, mis cadenas, mis pretensiones, mis orgullos. Quiere que me
quede descalzo en mi pobreza sin querer ser mejor de lo que soy. Sin estar
protegido.
Me atrae el poder. El deseo de ser alguien. Me arrodillo para escuchar la voz de Dios
que me pide que me quede con Él, a su lado, pobre, mendigo.
No quiero
controlarlo todo. Ni el momento en el que Dios toca mi alma. No
quiero decidir yo lo que más me conviene. Lo hago con tanta
frecuencia…
Quiero que
sea Dios el dueño de mi vida. Me siento tan desprotegido si no manipulo yo el
timón que endereza el rumbo de mi barca…
Me gusta
pensar que puedo ser más libre, más niño, más pobre, más humilde, más descalzo. Miro
en mi pobreza a ese Dios que me busca y llama por mi nombre.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






