El
noviazgo ha de considerarse como un tiempo de discernimiento para que los
novios se conozcan y decidan dar el siguiente paso, entregarse el uno al otro
para siempre
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Universidad Católica San Pablo |
De
la misma manera que el matrimonio es una llamada a la entrega incondicional, el
noviazgo ha de considerarse como un tiempo de discernimiento para que los
novios se conozcan y decidan dar el siguiente paso, entregarse el uno al otro
para siempre.
Es
doctrina de la Iglesia la llamada universal a la santidad, en ella se engloba
toda la vida del hombre [1]. Esta llamada no se limita al simple cumplimiento
de unos preceptos, se trata de seguir a Cristo y parecerse cada vez más a Él.
Esto, que humanamente es imposible, puede llevarse a cabo dejándose conducir
por la gracia de Dios.
Llamada universal a la
santidad, también en el noviazgo
En
esta tarea, no hay “tiempos muertos”; también el noviazgo es un momento
propicio para el crecimiento de la vida cristiana. Vivir cristianamente el
noviazgo supone dejar que Dios tome posición entre los novios, y no a modo de
incordio sino precisamente para dar sentido al noviazgo y a la vida de cada
uno. “Haced, por tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario
de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y
del caminar en la Iglesia” [2].
¿Cuál
es la señal cierta que indica que se está viviendo un noviazgo cristiano? Cuando
ese amor ayuda a cada uno a estar más cerca de Dios, a amarle más. “No lo
dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor
Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío se venga, y se
llena de las bajezas más despreciables” [3].
Cuanto
más y mejor se quieran los novios, más y mejor querrán a Dios, y al revés. De
esa manera cumplen los dos primeros preceptos del decálogo: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el
mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” [4].
Aprender a amar
Conviene
que los novios alimenten su amor con buena doctrina, que lean algún libro sobre
aspectos cruciales de su relación: el amor humano, el papel de los
sentimientos, el matrimonio, etc. La Sagrada Escritura, los documentos del
Magisterio de la Iglesia y otros libros de divulgación son buenos compañeros de
camino. Es muy recomendable pedir consejo a personas de confianza que puedan
orientar esas lecturas, que vayan formando su conciencia y generen temas de
conversación que les ayuden a conocerse.
Además
de la formación intelectual, es importante que los novios se apasionen de la
belleza y desarrollen la sensibilidad. Sin un adecuado enriquecimiento de ésta,
resulta muy difícil ser personas delicadas en el trato. Es una buena idea
compartir el gusto por la buena literatura, la música, la pintura, por el arte
que eleva al hombre, y no caer en el consumismo.
Virtudes humanas y noviazgo
Amar
supone darse al otro, y se aprende a amar con pequeñas luchas.
El
noviazgo “como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de
posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de
delicadeza” [5].
Desarrollar
las virtudes humanas nos hace mejores personas, son el fundamento de las
virtudes sobrenaturales que nos ayudan a ser buenos hijos de Dios y nos acercan
a la santidad, a la plenitud del hombre. En un tiempo en el que tanto se habla
de “motivación” conviene considerar que no hay mejor motivación para crecer
como persona que el Amor a Dios y al novio o novia.
La
generosidad se demuestra en la renuncia, en pequeños actos, a aquello que
nosotros preferimos, por dar gusto al otro. Es una gran muestra de amor, aunque
él o ella no se dé cuenta. Los novios deben estar abiertos a los demás,
desarrollar las amistades. “Quisiera ante todo deciros que evitéis encerraros
en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que
vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable
en la comunidad” [6].
La
dedicación a los amigos, a los necesitados, la participación en la vida
pública, en definitiva, luchar por unos ideales, permiten abrir esa relación y
hacerla madurar. Los novios están llamados a hacer apostolado y dar testimonio
de su amor.
La
modestia y la delicadeza en el trato van unidas a un Amor (con mayúscula) que
trasciende lo humano y se fundamenta en lo sobrenatural, teniendo como modelo
el amor de Cristo por su Esposa, que es la Iglesia [7]. Para alcanzar ese amor
se deben cuidar los sentidos y las manifestaciones afectivas impropias del
noviazgo, evitando situaciones que molesten al otro o puedan ser ocasión de
tentaciones o pecado. Si realmente se ama a alguien, se hace lo todo lo posible
por respetarla, evitando hacerle pasar un mal rato o haciendo algo que vaya en
contra de su dignidad. El noviazgo supone un compromiso que incluye la ayuda al
otro para ser mejor y una exclusividad en la relación que hay que cuidar y
respetar.
No
hay que olvidar el buen humor y la confianza en la otra persona y en su
capacidad de mejora. Es bueno crecer juntos en el noviazgo, pero igual de
importante es que cada uno crezca como persona; eso ayudará y ennoblecerá la
relación.
La
sobriedad permite disfrutar de las cosas pequeñas, de los detalles. Demuestra
más amor un regalo fruto de conocer pequeños deseos del otro que un gran gasto
en algo que es obvio. Une más un paseo que ir juntos al cine por costumbre,
buscar una exposición gratuita que ir de compras.
Y
dentro de la sobriedad se podría encuadrar el buen uso del tiempo libre. El
ocio y el exceso de tiempo libre es mala base para crecer en virtudes, conduce
al aburrimiento y a dejarse llevar. Por eso, conviene planificar el tiempo que
se pasa juntos, dónde, con quién, qué se va a hacer.
Los
hábitos (virtudes) y costumbres que se vivan y desarrollen durante el noviazgo
son la base sobre la que se sustentará y crecerá el futuro matrimonio.
Las
armas de los novios
En
esa lucha por alcanzar la santidad, los novios disponen de estupendas ayudas.
En
primer lugar, hay que situar los Sacramentos, medios a través de los cuales
Dios concede su gracia. Son, por tanto, imprescindibles para vivir
cristianamente el noviazgo. Asistir juntos a la Santa Misa o hacer una breve
visita al Santísimo Sacramento supone compartir el momento cumbre de la vida
del cristiano. La experiencia de numerosas parejas de novios confirma que es
algo que une profundamente. Si uno de los dos tiene menos práctica religiosa,
el noviazgo es una oportunidad de descubrir juntos la belleza de la fe, y esto
será sin duda un punto de unión. Esta tarea exigirá, por lo general, paciencia
y buen ejemplo, acudiendo desde el primer momento a la ayuda de la gracia de
Dios.
A
través de la confesión se recibe el perdón de los pecados, la gracia para
continuar la lucha por alcanzar la santidad. Siempre que sea posible, es
conveniente acudir al mismo confesor, alguien que nos conozca y nos ayude en
nuestras circunstancias concretas.
Si
afirmamos que Dios es Padre y que la meta del cristiano es parecerse a Jesús,
es natural tener un trato personal con quien sabemos que nos ama. Por medio de
la oración los novios alimentan su alma, hacen crecer sus deseos de avanzar en
su vida cristiana, dan gracias, piden el uno por el otro y por los demás. Es
bonito que juntos pronuncien el nombre de Dios, de Jesús o de María, por
ejemplo rezando el Rosario o haciendo una Romería a la Virgen.
“Hace
falta una purificación y maduración, que incluye también la renuncia. Esto no
es rechazar el eros ni ‘envenenarlo’, sino sanearlo para que alcance su
verdadera grandeza” [8]. No podemos olvidar que la mortificación supone
renunciar a algo por un motivo generoso, y que forma parte principal en la
lucha ascética por ser santos. A veces será ceder en la opinión, o cambiar un
plan que apetece menos al otro; o no acudir a lugares o ver series o películas
juntos que pueden hacer tropezar en ese camino por ser santos. En el amor se
encuentra el sentido de la renuncia.
Vivir
el noviazgo con sobriedad y preparar de la misma manera la boda es una base
formidable para vivir un matrimonio cristiano. “Al mismo tiempo, es bueno que
vuestro matrimonio sea sobrio y destaque lo que es realmente importante.
Algunos están muy preocupados por los signos externos: el banquete, los
trajes... Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si indican el
verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición de Dios sobre vuestro amor” [9].
El
noviazgo no es un paréntesis en la vida cristiana de los novios, sino un tiempo
para crecer y compartir los propios deseos de santidad con aquella persona que,
en el matrimonio, pondrá su nombre a nuestro camino hacia el cielo.
Notas
[1]
Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen gentium (LG), 11,c. Desde 1928, San Josemaría
predicó la llamada universal a la santidad en la Iglesia para todos los fieles;
vid., p. ej., Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, 21.
[2]
Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011.
[3]
San Josemaría, Surco, n. 800.
[4]
Mt 22,37-39.
[5]
San Josemaría, Conversaciones, n. 105.
[6]
Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011.
[7]
Cfr. Ef 5, 21-33.
[8]
Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 5.
[9]
Papa Francisco, Audiencia, La alegría del sí para siempre, 14-2-2014.
Por: Aníbal Cuevas
Fuente:
OPUS DEI