El
perdón, el don más precioso
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Audiencia General, 24 de abril 2019 © Vatican Media |
En
la catequesis de hoy, miércoles 24 de abril de 2019, el Papa Francisco ha
indicado que Dios le da a cada cristiano la gracia de escribir “una historia de
bien en la vida de sus hermanos”. Y ha añadido: “Con una palabra, un abrazo,
una sonrisa, podemos transmitir a los demás lo más precioso que hemos
recibido”, el perdón.
La
audiencia general ha tenido lugar esta mañana en la plaza de San Pedro. El
Santo Padre ha reanudado la catequesis dedicada al Padre Nuestro, centrándose
esta vez en la petición “Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
(Evangelio según San Mateo, 18, 21-22).
Deudores de Dios
En
primer lugar, el Papa Francisco ha recordado que somos deudores ante Dios: “de
Él hemos recibido todo, en términos de naturaleza y gracia”. Además, ha
señalado que en la Iglesia no existen self made men, todos estamos “en
deuda con Dios y con muchas personas que nos han dado condiciones de vida
favorables”.
Ante
esta deuda inagotable, fruto del amor infinito que nos tiene Dios, el Pontífice
recuerda que a veces nos olvidamos de dar las gracias. Para el Papa, el que
reza “aprende a decir ‘gracias’ y le pide a Dios que sea benévolo con él o con
ella”. Igualmente, explica que, por mucho que nos esforcemos, en nuestra vida
siempre tendremos algo por lo que pedir perdón a Dios, como la pereza o el
rencor.
El
Obispo de Roma también ha resaltado cómo en la invocación del Padre Nuestro se
produce una relación de benevolencia vertical – de Dios con nosotros- y
otra horizontal – de nosotros con nuestros hermanos: “Le pedimos al Señor que
perdone nuestras deudas, nuestros pecados, ‘como’ nosotros perdonamos a
nuestros amigos, a la gente que vive con nosotros, a nuestros vecinos, a las
personas que nos han hecho algo que no era agradable”.
Importancia del perdón
fraterno
El
Sucesor de Pedro recuerda que todos los cristianos debemos tener presente que
Dios perdona todo y lo perdona siempre: “Nada en los Evangelios sugiere que Dios
no perdona los pecados de aquellos que están bien dispuestos y pide que se le
vuelva a abraza”.
No
obstante, también ha subrayado que en el Evangelio de Mateo, después del Padre
Nuestro, se enfatiza en la importancia del perdón fraterno. A veces las
personas pasan por situaciones duras por las que se proponen no perdonar, “Pero
si no perdonas, Dios no te perdonará. Tú cierras la puerta”, dice el Pontífice.
En el caso de que no podamos perdonar, el Papa anima a que se lo pidamos a Dios
y a afanarnos en la tarea de perdonar y amar: “si no te esfuerzas por perdonar,
no serás perdonado; si no tratas de amar, tampoco serás amado.
El
Papa Francisco también ha recalcado el papel de Jesús como instaurador del
poder del perdón en las relaciones, reemplazando la “ley del talión” por la ley
del amor que nos conduce a hacer por los demás lo que Dios ha hecho por nosotros,
amando más allá de lo necesario.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
completamos la catequesis sobre la quinta petición del “Padre Nuestro”,
deteniéndonos en la expresión” como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
(Mt. 6:12). Hemos visto que es propio del hombre ser deudor ante Dios: de Él
hemos recibido todo, en términos de naturaleza y gracia. Nuestra vida no solo
fue deseada, sino amada por Dios. Realmente no hay espacio para la presunción
cuando unimos las manos para orar. No existen self made men en la
Iglesia, hombres que se han hecho a sí mismos. Todos estamos en deuda con Dios
y con muchas personas que nos han dado condiciones de vida favorables. Nuestra
identidad se construye a partir del bien recibido. El primero es la vida.
El
que reza aprende a decir “gracias”. Y nosotros muchas veces nos olvidamos de
decir “gracias”, somos egoístas. El que reza aprende a decir “gracias” y le
pide a Dios que sea benévolo con él o con ella. Por mucho que nos esforcemos,
siempre hay una deuda inagotable con Dios, que nunca podremos pagar: Él nos ama
infinitamente más de lo que nosotros lo amamos. Y luego, por mucho que nos
comprometamos a vivir de acuerdo con las enseñanzas cristianas, en nuestras
vidas siempre habrá algo por lo que pedir perdón: pensemos en los días pasados
perezosamente, en los momentos en que el rencor ha ocupado nuestro corazón
y así sucesivamente… Son experiencias desafortunadamente, no escasas, las que
nos hace implorar: “Señor, Padre, perdona nuestras ofensas”. Así pedimos perdón
a Dios.
Pensándolo
bien, la invocación también podría limitarse a esta primera parte, sería
bonita. En cambio, Jesús la suelda con una segunda expresión que es una con la
primera. La relación de benevolencia vertical de parte de Dios se refracta y
está llamada a traducirse en una nueva relación que vivimos con nuestros
hermanos: una relación horizontal. El Dios bueno nos invita a ser todos buenos.
Las dos partes de la invocación están unidas por una conjunción inapelable: le
pedimos al Señor que perdone nuestras deudas, nuestros pecados, “como” nosotros
perdonamos a nuestros amigos, a la gente que vive con nosotros, a nuestros
vecinos, a las personas que nos han hecho algo que no era agradable.
Todo
cristiano sabe que para él existe el perdón de los pecados, todos lo sabemos:
Dios lo perdona todo y perdona siempre. Cuando Jesús dibuja ante sus discípulos
el rostro de Dios, lo describe con expresiones de tierna misericordia. Él dice
que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por una
multitud de justos que no necesitan conversión (ver Lc 15.7.10). Nada en los
Evangelios sugiere que Dios no perdona los pecados de aquellos que están bien
dispuestos y pide que se le vuelva a abrazar.
Pero
la gracia abundante de Dios siempre es un reto. Aquellos que han recibido tanto
deben aprender a dar tanto y no retener solo para ellos mismos lo que han
recibido. Los que han recibido tanto deben aprender a dar tanto. No es una
coincidencia que el Evangelio de Mateo, inmediatamente después del texto del
“Padre Nuestro” entre las siete expresiones utilizadas, enfatice precisamente
la del perdón fraterno: “Si vosotros, perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis
a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).
¡Pero esto es fuerte! Pienso: a veces he escuchado gente que decía: “¡Nunca
perdonaré a esa persona! ¡Nunca perdonaré lo que me hicieron! “Pero si no
perdonas, Dios no te perdonará. Tú cierras la puerta. Pensemos, si somos
capaces de perdonar o si no perdonamos.
Un
sacerdote, cuando estaba en la otra diócesis, me contó angustiado que había ido
a dar los últimos sacramentos a una anciana que estaba a punto de morir. La
pobre señora no podía hablar. Y el sacerdote le dice: “Señora, ¿se arrepiente
de sus pecados?” La señora dijo que sí; no pudo confesarlos pero dijo que sí.
Es suficiente Y luego otra vez: “¿Perdona a los demás?” Y la señora, en su
lecho de muerte, dijo: “No”. El cura estaba angustiado. Si no perdonamos, Dios
no te perdonará.
Pensémoslo,
nosotros que estamos aquí, si perdonamos o somos capaces de perdonar. “Padre,
no puedo hacerlo, porque esa gente me ha hecho tantas cosas”. Pero si no puedes
hacerlo, pídele al Señor que te dé la fuerza para hacerlo: Señor, ayúdame a
perdonar. Aquí encontramos el vínculo entre el amor a Dios y el amor al
prójimo. El amor llama al amor, el perdón llama al perdón. Nuevamente en Mateo
encontramos una parábola muy intensa dedicada al perdón fraterno (ver
18,21-35). Vamos a escucharla.
Había
un siervo que tenía una gran deuda con su rey: ¡diez mil talentos! Una suma
imposible de devolver; no sé cuánto sería hoy, pero cientos de millones. Pero
el milagro sucede, y ese siervo no recibe un aplazamiento del pago, sino todo
el condono. ¡Una gracia inesperada! Pero he aquí que ese mismo siervo,
inmediatamente después, se enfurece contra uno de sus hermanos, que le debe
cien denarios, -muy poco-, y, aunque sea una cifra accesible, no acepta excusas
ni súplicas. Por lo tanto, al final, el amo lo llama y lo condena. Porque si no
te esfuerzas por perdonar, no serás perdonado; si no tratas de amar, tampoco
serás amado.
Jesús inserta el poder del perdón en las relaciones humanas. En la vida, no todo se resuelve con la justicia. No. Especialmente donde debemos poner una barrera al mal, alguien debe amar más de lo necesario, para comenzar una historia de gracia nuevamente. El mal conoce sus venganzas, y si no se interrumpe, corre el riesgo de propagarse y sofocar al mundo entero.
La
ley del talión: lo que me hiciste, te lo devuelvo, Jesús la sustituye con la
ley de amor: lo que Dios me ha hecho, ¡te lo devuelvo! Pensemos hoy, en esta
hermosa semana de Pascua, si puedo perdonar. Y si no me siento capaz, tengo que
pedirle al Señor que me dé la gracia de perdonar, porque saber perdonar es una
gracia.
Dios
le da a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de
sus hermanos, especialmente de aquellos que han hecho algo desagradable e
incorrecto. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos transmitir a los
demás lo más precioso que hemos recibido ¿Qué es lo más precioso que hemos
recibido? El perdón, que debemos ser capaces de dar a los demás.
Larissa
I. López
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit