Tengo
que haber tenido una experiencia que poder contar, aquel que ha vivido lo que
dice es más creíble que el que habla sólo desde la teoría
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Kmeron |
Quiero ser testigo de lo que veo. Estoy
llamado a ser testigo en medio de los hombres. Es lo que realmente hoy cuenta.
Decía el siquiatra Enrique Rojas:
“Tres personas referentes: el profesor
enseña una asignatura. Y se queda ahí. El maestro enseña lecciones que no
vienen en los libros. Algo que descubre en él que le arrastra. y por encima
está el testigo, el que tiene una vida coherente y atractiva. El modelo de
identidad perfecto. Una vida encarnada. Te gustaría parecerte a ella. Una vida
abierta, ejemplar, una lección abierta”.
El testigo es fiable. Lleva una
vida ejemplar. Es creíble porque me habla de su verdad.
Hoy hacen
falta maestros y profesores que sean testigos. Que lleven una
vida auténtica. Verdadera y fiable.
Hoy el cristianismo se
contagiará no a través de buenos predicadores. Es el testimonio coherente el
que arrastra.
Sé que hoy muchas personas son capaces de negar las evidencias. Si no lo ven,
no lo creen. No creen el testimonio. Les cuesta creer en los testigos.
Lo que le ha pasado al otro no
tiene por qué pasarme a mí. Lo que uno ha vivido, no tengo por qué vivirlo yo…
Me tocan más los testimonios de
aquellos que viven una vida parecida a la mía. Me llegan menos esas
conversiones de los que llevan vidas muy distintas.
Yo quiero dar testimonio. Quiero
ser testigo. Necesito haber visto, haber oído, haber
estado para poder dar testimonio. Tengo que haber tenido una experiencia que
poder contar.
Pedro dice:
“Nosotros somos testigos de todo lo que
hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo
resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los
testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él
después de su resurrección”.
Pedro es un testigo creíble
porque ha sufrido la decepción. Porque no ha estado a la altura. Quiso salvar
la vida del Maestro. Y acabó negándolo en una noche llena de miedos.
No miente. Cuenta sus
negaciones. Describe sus lágrimas derramadas. Su vida honesta hace más creíble su fe en
Jesús resucitado.
Es cierto. Aquel
que ha vivido lo que dice es más creíble que el que habla sólo desde la teoría.
El que ha visto lo que dice es más digno de mi confianza que el que no lo ha
visto.
Los discípulos vieron a Jesús
muerto. Tocaron su ausencia. Vieron la lápida corrida cerrando el sepulcro y
acabando con su esperanza.
Abrazaron el cuerpo
ensangrentado de Jesús ya sin vida. Sintieron ese dolor tan hondo de la
pérdida. Se sintieron perdidos sin el Maestro.
Pedro, humillado en su traición
conocida. Y los otros que no estuvieron al pie de la cruz. No eran capaces de
contagiar una mínima esperanza.
Ni siquiera Juan se sentía
orgulloso de su comportamiento. No pudieron hacer nada para salvar a aquel al
que tanto amaban. Todo estaba perdido. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Cómo
era posible esperar contra toda esperanza?
Cuando Jesús entra de nuevo en
sus vidas ahora resucitado, ellos se convierten en testigos de algo imposible.
No se aparece a todos para que
sea así más fácil contarlo. Sólo se aparece Jesús a algunos. ¿Por qué no a
todos?
Jesús
buscó sólo a los elegidos. Sólo
a los que habían comido con Él antes de su muerte. Los discípulos se convierten
entonces en testigos creíbles porque han visto la muerte de Jesús.
Y después han visto su cuerpo
vivo. Glorioso. Lleno de vida y con las heridas marcadas en la piel. Su
testimonio es digno de confianza.
El
testigo da fe de que es cierto todo lo vivido. Mi vida será un testimonio del
amor de Dios cuando sea capaz de amar con un amor imposible.
No quiero dar lecciones. No
quiero ser un teórico de la salvación. Quiero que mis obras hablen de un amor infinito. Corro
buscando el sepulcro vacío. En el que encuentro los sudarios caídos.
A Jesús no lo veo muerto, porque
está vivo. Quiero que mis palabras se correspondan con mis actos.
Quiero que mi vida entera dé testimonio de un amor infinito.
Jesús ha muerto en mí, por mí,
para dar vida al mundo. Necesito tocar a Jesús muerto en mi historia y
encontrarlo resucitado para poder hablar de un amor verdadero. Para ser testigo
fiable.
¿Cómo ha sido ese encuentro con
Jesús muerto y resucitado en mi propia vida? ¿Cómo fue mi conversión? ¿Cómo
hablo de ese encuentro mío con Jesús que me ha cambiado por dentro?
Quiero creer en Jesús que me ama
con locura. Quiero contar cómo ese amor me ha cambiado para siempre. Soy
testigo de Jesús que vive en mí, allí donde dos se aman, en medio de este mundo
que anhela la paz.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia