La armonía total con Dios, con los demás y con la
vida sólo existe en el cielo, aquí las rupturas duelen y a veces sólo puedes
hacer una cosa
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Hannah Wei/Unsplash | CC0 |
Reconciliación es una palabra que me da
paz. La escucho y mi corazón se llena de esperanza. Reconciliar lo que está
roto, desunido, en guerra. Reconciliar lo que no está conciliado.
Me gustaría
ser un buen conciliador. Capaz de restablecer los vínculos cortados. Construir
caminos que lleven a la unión. Cuando se ha roto el camino marcado.
Quiero pensar
en la Cuaresma como un tiempo de caminos de ida y de vuelta. Caminos en los que
me encuentro con Dios que me dice que me ama. Caminos en los que voy al que
sufre, al que está lejos, al que ha roto los vínculos de amor con el mundo, con
los hombres.
Dice la
Biblia:
“El que es de Cristo es una criatura nueva.
Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Dios mismo estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a
nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación”.
Dios en mí reconciliando al mundo. Sin pedir cuentas del mal. Sin exigir el pago de la deuda.
Una nueva creatura.
Quiero que
Jesús haga en mí todas las cosas nuevas. Quiero que me haga hombre nuevo. Capaz
de vivir de una forma nueva, más honda, más pura, más verdadera.
Leía el otro
día:
“Adquisición de la paz interior supone
largo trabajo de reconciliación. Con Dios: desconfiar y reprochar una
expectativa no atendida. En vez de confiar, agradecer y estar disponible. Con
uno mismo: no aceptarse tal como se es, despreciarse, juzgarse. Con el otro:
miedos, cerrazones, amarguras, rencores, perdones rechazados. Con la vida:
lamentos por el pasado, miedo al futuro, incapacidad para asumir la vida
presente, pérdida de sentido y gusto de lo que vivimos”[1].
Las
tensiones, la ira, el rencor, el odio, el desprecio, la desidia, la pereza
surgen en esos cuatro ámbitos. Dios, yo mismo, los demás, la vida.
Surge de mis
pecados que me hablan de caminos rotos. Choco con esos muros y barreras que hacen
imposible el camino del encuentro. Brota la falta de paz de mis heridas no
sanadas.
Hay algo en mí que no está reconciliado. Algo que no está en orden. Sé que es
imposible que yo esté en paz con todo y con todos. Es imposible
una paz que sólo en el cielo será real.
No por ello
me desanimo en la lucha. Es imposible estar bien en todo. Y no es imposible
soñar con lo que anhelo.
Es cierto que
es imposible que mi cuerpo esté totalmente sano. No por ello dejo de esforzarme
por llevar una vida sana. Algo no estará en orden. No importa. Me esfuerzo. Lo
mismo con mi alma, con mi vida. Hay aspectos no reconciliados. Ámbitos en los
que falta paz.
Vivir en paz tiene que ver con vivir reconciliado
y reconciliando. Con
vivir en una armonía que Dios da a
los que se la piden.
Sueño con ser
una creatura nueva. Deseo tejer vínculos nuevos en armonía. Vínculos en los que
quiero mantener la paz. Me esfuerzo por ello.
A veces no depende de mí. Puedo fracasar en
el campo del amor.
Fracasar en mis intentos por dar la vida con generosidad. Puede que los caminos
estén rotos por los pecados de los otros. Puede que quede yo herido por el odio
del otro.
Tal vez no
pueda cambiar la realidad. Tengo que aceptarla como es. Asumirla en su verdad.
Quiero
aprender a reconciliarme con la vida como es hoy. Con
la vida en su pobreza, en su pureza, en su belleza.
Miro confiado el camino que tengo por
delante. Puedo vivir en actitud reconciliadora.
Para ello tengo que perdonar mi vida como es hoy. Está
herida. Es imperfecta.
Quiero
reconciliarme con mi hermano. No siempre va a
querer acercarse a mí. Pero yo sí. Busco esa reconciliación.
Hay personas que buscando su propio camino,
sin paz en casa, se alejan y rompen vínculos. Quizás rompen la conciliación de
su vida, o rompen con su padre, con su casa, con su hermano, o con su presente
buscando un futuro mejor. Viven entonces no reconciliados y lejos de casa. Algo
en su vida no está en orden. Pero no importa. Siguen el camino.
En ocasiones
me siento así. Vivo lejos de mi hogar. Lejos de algún hermano.
Herido por dentro. Roto. No reconciliado. Y sigo
adelante sin preocuparme demasiado. Vivo mi vida sin mirar
atrás. No creo que sea posible la reconciliación.
Soy yo el que
ha roto los hilos de una vida en el hogar. Me he alejado en alguno de esos
ámbitos. De Dios, de los demás, de mi vida, de mí mismo.
Sobre esos puentes rotos he construido una
nueva vida. Pensando que así está todo bien. Tapando los miedos y dolores.
Sigo hacia
delante sin mirar hacia atrás. Sólo importa el presente que abrazo en
medio de mi rutina. Cuesta mucho mirar mis vacíos, mis dolores
y mis miserias. Si mis ojos no ven el dolor tal vez sufran menos.
Sigo adelante
sin pensar en lo que no está en orden en mi vida. Poco importa la casa paterna
que he abandonado. El hermano con el que he roto. El sueño que he dejado al
borde de mi camino.
Ya no
importan los anhelos de infinito que viven en mi interior. No importa lo que no
puedo dominar y controlar. Aquello que no depende totalmente de mí.
Vivo roto y
duele. Pero no miro. Porque si miro la impotencia aumentará el dolor del alma.
Quisiera volver a casa. Levantarme y pedirle a Dios la
reconciliación. Anhelo vivir en el hogar que sueño.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia