Detrás de cada derrota hay espacio para una nueva
oportunidad
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En la vida lo fácil es tropezar. Uno empieza a andar y sin darse cuenta
yerra el camino. Un desvío pasado por alto. Un despiste. Alguna elección
equivocada. Y ya está. Me confundo. ¿No tengo remedio?
Tal vez por
eso me gustan las palabras del hijo pródigo: “Yo me levantaré e iré a mi padre”. Se
levantará. Dejará el polvo de la caída. Tomará un nuevo camino.
Me gusta esa
actitud valiente. Ponerme de nuevo en camino. Levantarme después de haber
caído. Lo fácil es caer y perder la esperanza. Pensar
que está todo perdido. Que no puedo volver atrás. Que no puedo seguir adelante.
Una caída. Un
error. Un traspiés. Tenía tanta esperanza. Soñaba tanto, tan fuerte, tan alto.
Creía que esta vez sí iba a lograr mis sueños. Parecía todo al alcance de la
mano…
Y me caigo.
De golpe me caigo. Me enfrento con el límite. Me duele mi imperfección y mi
fracaso. Siempre es dura la derrota. Duele el orgullo, el amor propio.
Es tan fuerte el miedo al ridículo y al desprecio… Ahora no me mirarán con
admiración. He
perdido el prestigio. La fama. La gloria.
De repente lo que un día era fama se volvió
desprecio. Las flores
del jardín se quedaron mustias. Y la esperanza ya no la recuerdo.
Vuelven al
corazón las amenazas del algunos. “No te va a salir bien. Vas a fracasar, eso
seguro. No eres capaz de llegar tan alto”.
Y yo pensaba que
sí, que lo iba a lograr. Y todo el camino estaba seguro de mis fuerzas. Iba a
lograrlo y les callaría la boca.
Les haría
tragarse sus palabras. Sus vaticinios. Entenderían por fin que estoy hecho de
otra madera. Que tengo una fuerza interior que ellos no tienen. Les haría ver
lo valiosa que es mi vida. En comparación con su mediocridad enferma.
Pero ahora.
En medio del barro. Caído y humillado. ¿Qué puedo alegar en mi defensa? He
perdido. Lo puse todo en juego y lo he perdido.
No me queda
nada a lo que aferrarme. Es fácil caer. Eso lo sabía. Muchos caen. Pero yo
quería demostrarme que era distinto. Demostrarme a mí mismo. Demostrárselo al
mundo.
Es difícil encajar los fracasos. Hace falta
una madurez que no poseo. Tanto tiempo invertido, tantas fuerzas. ¿Qué hago
ahora?
Comenta
Enrique Rojas:
“He visto gente que ha empezado a triunfar
demasiado pronto y, pasado un cierto tiempo, aquella victoria se convirtió en
una auténtica derrota. La resiliencia es un concepto de la física extrapolado a
la psicología y significa literalmente la capacidad de los metales para
doblarse sin partirse. Llevado al terreno de la psicología, es la facultad para
sufrir, para pasarlo mal, para tener adversidades y saber darles la vuelta. Lo
importante no es vivir muchos años, lo esencial es vivirlos en profundidad, con
hondura”.
La vida son decisiones. Aciertos y errores. Caminos correctos porque me hacen más
pleno, más maduro. Caminos errados porque me hacen más pobre, más esclavo.
Y en las
encrucijadas me detengo ante la derrota. Pienso y medito. Y grito con fuerza en
mi alma: “Yo
me levantaré e iré a mi padre”.
No me quedaré
derrotado. Seré como ese metal que no se quiebra. No se
da por vencido. Me lanzaré de nuevo a la carrera. Volveré
a luchar, a dar la vida.
No me
deprimiré pensando que no hay un futuro mejor para el que ha caído. No es así. Detrás
de cada derrota hay espacio para una nueva oportunidad.
Después de un
partido perdido viene la posibilidad de jugar otro. Otra posible decisión. Una
nueva oportunidad para dar la vida, para jugarme el presente.
Porque es en
presente como conjugo mi vida. No quiero que el pasado me quite tiempo.
Lamentándome sobre la leche derramada. Ya pasó. Ya lo olvido.
Vuelvo a
construir mi vida perdonando, perdonándome. Me pongo en camino. Dejo el lugar
de la derrota. La olvido.
Bueno, en
realidad la recuerdo para aprender de ella. Pero la olvido porque no
quiero que la pena y la tristeza nublen mi vista. Es demasiado grande y hermoso
todo lo que tengo por delante.
La victoria final es mía. Entre medias
habrá mil batallas perdidas.
No me importa. Sigo luchando como si fuera la primera batalla. Como si
estuviera por primera vez en el fragor de la lucha.
No me
desanimo. Me levantaré. Me gusta ese verbo. El deseo del alma. Vencer a
aquellos que me dicen que no luche más, que no vuelva a intentarlo porque es
inútil. No les hago caso.
Lo importante
es aceptar
que soy débil y falible. No lo sé todo, no lo puedo todo.
Tendré que pedir ayuda, pedir consejo.
Tendré que
mostrarme frágil ante los demás para que no piensen que lo puedo hacer todo
bien. Porque es mentira.
Yo al menos
lo sé. Lo he intentado a menudo y he fracasado. En el polvo de la derrota miro
hacia delante. Hacia ese segundo inmenso que tengo ante mis ojos. Lucharé. Me
pondré en camino. Me levantaré.
En la
película Wonder dice
el protagonista: “El más grande es aquel cuya fuerza levanta corazones. Todo
el mundo debería recibir una ovación del público al menos una vez en la vida.
Mi madre por no haberse rendido jamás”.
Quiero ser
grande levantándome con fuerza. La fuerza está en el corazón que no deja de
creer. Que no deja nunca de luchar.
Al menos una
vez en la vida quiero escuchar la ovación del público. Y
sentir que mi lucha ha merecido la pena.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia