Se
celebrará el 29 de septiembre
En
el contexto de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el Papa
Francisco anuncia que “No solamente está en juego la causa de los migrantes, no
se trata sólo de ellos, sino de todos nosotros, del presente y del futuro de la
familia humana”.
“Los
migrantes –explica el Santo Padre–, y especialmente aquellos más vulnerables,
nos ayudan a leer los ‘signos de los tiempos'”, advierte. “A través de ellos,
el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la
indiferencia y de la cultura del descarte”.
Así
lo indica en el Mensaje para dicha Jornada Mundial, que se celebrará el próximo 29 de septiembre de 2019, sobre el
tema: “No se trata solo de migrantes”, que ha sido presentado esta mañana, 27
de mayo de 2019, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
“Nuestros miedos”
En
torno a la idea de que “no se tratan solo de migrantes”, el Santo Padre
desarrolla 5 ideas principales en su mensaje: Habla de que la migración nos
produce “miedo”, describe que hablar de migrantes, es hablar de la “caridad”.
Así, apunta Francisco, que no solo se trata de migrantes, sino también de
“nuestra humanidad”, “se trata de no excluir a nadie”, “se trata de poner a los
últimos en primer lugar”, “se trata de la persona en su totalidad, de todas las
personas”, y “se trata de construir la ciudad de Dios y del hombre”, explica el
Pontífice.
En
este sentido, Francisco expone que “el problema no es el hecho de tener
dudas y sentir miedo. El problema es cuando esas dudas y esos miedos
condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos
en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas”.
Y alerta de que “el miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de
encuentro con el otro, con aquel que es diferente; nos priva de una oportunidad
de encuentro con el Señor”.
“No excluir a nadie”
También
menciona que a través de las obras de caridad “mostramos nuestra fe”, y asegura
que “la mayor caridad es la que se ejerce con quienes no pueden
corresponder y tal vez ni siquiera dar gracias”.
“Se
trata de no excluir a nadie”, continúa el Obispo de Roma: “El mundo actual
es cada día más elitista y cruel con los excluidos”, lamenta. “Los países en
vías de desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y humanos en
beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras afectan sólo a
algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación de armas y su venta se
lleva a cabo en otras regiones, que luego no quieren hacerse cargo de los
refugiados que dichos conflictos generan”.
“¡Primero los últimos!”
Pero
el Papa va aun más lejos. “No se trata solo de migrantes: se trata de poner a
los últimos en primer lugar”, escribe en el Mensaje. “El verdadero lema del
cristiano es ‘¡primero los últimos!'”.
Francisco
aclara: “Jesucristo nos pide que no cedamos a la lógica del mundo, que
justifica el abusar de los demás para lograr nuestro beneficio personal o el de
nuestro grupo: ¡primero yo y luego los demás!”. Así, la exhortación del Papa es
ésta: “En la lógica del Evangelio, los últimos son los primeros, y nosotros
tenemos que ponernos a su servicio”.
Acoger, proteger,
promover e integrar
En
su mensaje para la Jornada Mundial que se celebrará el 29 de septiembre, el
Pontífice recuerda cual es “respuesta al desafío planteado por las migraciones
contemporáneas” en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar como
ya lo hizo en el 6º congreso del Forum internacional “Migración y Paz”,
celebrado en Roma en 2017.
Asimismo,
señala que estos verbos no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados,
sino que “expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes
de las periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos
e integrados”.
A
continuación, ofrecemos el Mensaje completo del Papa para la Jornada Mundial
del Migrante y del Refugiado 2019.
***
Mensaje del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas:
La
fe nos asegura que el Reino de Dios está ya misteriosamente presente en nuestra
tierra (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 39); sin embargo,
debemos constatar con dolor que también hoy encuentra obstáculos y fuerzas
contrarias. Conflictos violentos y auténticas guerras no cesan de lacerar la
humanidad; injusticias y discriminaciones se suceden; es difícil superar los
desequilibrios económicos y sociales, tanto a nivel local como global. Y son
los pobres y los desfavorecidos quienes más sufren las consecuencias de esta
situación.
Las
sociedades económicamente más avanzadas desarrollan en su seno la tendencia a
un marcado individualismo que, combinado con la mentalidad utilitarista y
multiplicado por la red mediática, produce la “globalización de la
indiferencia”. En este escenario, las personas migrantes, refugiadas,
desplazadas y las víctimas de la trata, se han convertido en emblema de la
exclusión porque, además de soportar dificultades por su misma condición, con
frecuencia son objeto de juicios negativos, puesto que se las considera
responsables de los males sociales. La actitud hacia ellas constituye una señal
de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos si
seguimos dando espacio a la cultura del descarte. De hecho, por esta senda,
cada sujeto que no responde a los cánones del bienestar físico, mental y
social, corre el riesgo de ser marginado y excluido.
Por
esta razón, la presencia de los migrantes y de los refugiados, como en general
de las personas vulnerables, representa hoy en día una invitación a recuperar
algunas dimensiones esenciales de nuestra existencia cristiana y de nuestra
humanidad, que corren el riesgo de adormecerse con un estilo de vida lleno
de comodidades. Razón por la cual, “no se trata sólo de migrantes” significa
que al mostrar interés por ellos, nos interesamos también por nosotros, por
todos; que cuidando de ellos, todos crecemos; que escuchándolos, también damos
voz a esa parte de nosotros que quizás mantenemos escondida porque hoy no está
bien vista.
«¡Ánimo,
soy yo, no tengáis miedo!» (Mt 14,27). No se trata sólo de migrantes,
también se trata de nuestros miedos. La maldad y la fealdad de nuestro tiempo
acrecienta «nuestro miedo a los “otros”, a los desconocidos, a los marginados,
a los forasteros […]. Y esto se nota particularmente hoy en día, frente a la
llegada de migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de protección,
seguridad y un futuro mejor. Es verdad, el temor es legítimo, también porque
falta preparación para este encuentro» (Homilía, Sacrofano, 15 febrero 2019).
El
problema no es el hecho de tener dudas y sentir miedo. El problema es cuando
esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta
el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos
cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de
encuentro con el otro, con aquel que es diferente; nos priva de una oportunidad
de encuentro con el Señor (cf. Homilía en la Concelebración Eucarística de
la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, 14 enero 2018).
«Porque,
si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también
los publicanos?» (Mt 5,46). No se trata sólo de migrantes: se trata
de la caridad. A través de las obras de caridad mostramos nuestra fe (cf. St 2,18).
Y la mayor caridad es la que se ejerce con quienes no pueden corresponder y tal
vez ni siquiera dar gracias. «Lo que está en juego es el rostro que queremos
darnos como sociedad y el valor de cada vida […]. El progreso de nuestros
pueblos […] depende sobre todo de la capacidad de dejarse conmover por quien
llama a la puerta y con su mirada estigmatiza y depone a todos los falsos
ídolos que hipotecan y esclavizan la vida; ídolos que prometen una aparente y
fugaz felicidad, construida al margen de la realidad y del sufrimiento de los
demás» (Discurso en la Cáritas Diocesana de Rabat, 30 marzo 2019).
«Pero
un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se
compadeció» (Lc 10,33). No se trata sólo de migrantes: se trata de
nuestra humanidad. Lo que mueve a ese samaritano, un extranjero para los
judíos, a detenerse, es la compasión, un sentimiento que no se puede explicar
únicamente a nivel racional. La compasión toca la fibra más sensible de nuestra
humanidad, provocando un apremiante impulso a “estar cerca” de quienes vemos en
situación de dificultad. Como Jesús mismo nos enseña (cf. Mt 9,35-36;
14,13-14; 15,32-37), sentir compasión significa reconocer el sufrimiento del
otro y pasar inmediatamente a la acción para aliviar, curar y salvar. Sentir
compasión significa dar espacio a la ternura que a menudo la sociedad actual nos
pide reprimir. «Abrirse a los demás no empobrece, sino que más bien enriquece,
porque ayuda a ser más humano: a reconocerse parte activa de un todo más grande
y a interpretar la vida como un regalo para los otros, a ver como objetivo, no
los propios intereses, sino el bien de la humanidad» (Discurso en la Mezquita
“Heydar Aliyev” de Bakú, Azerbaiyán, 2 octubre 2016).
«Cuidado
con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están
viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial» (Mt18,10). No
se trata sólo de migrantes: se trata de no excluir a nadie. El mundo actual es
cada día más elitista y cruel con los excluidos. Los países en vías de
desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y humanos en
beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras afectan sólo a
algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación de armas y su venta se
lleva a cabo en otras regiones, que luego no quieren hacerse cargo de los
refugiados que dichos conflictos generan.
Quienes
padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los pobres, los más
vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les deja sólo las
“migajas” del banquete (cf. Lc 16,19- 21). La Iglesia «en salida […]
sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y
llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 24). El desarrollo exclusivista hace que los ricos
sean más ricos y los pobres más pobres. El auténtico desarrollo es aquel que
pretende incluir a todos los hombres y mujeres del mundo, promoviendo su
crecimiento integral, y preocupándose también por las generaciones futuras.
«El
que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44). No se trata sólo de
migrantes: se trata de poner a los últimos en primer lugar. Jesucristo nos
pide que no cedamos a la lógica del mundo, que justifica el abusar de los demás
para lograr nuestro beneficio personal o el de nuestro grupo: ¡primero yo y
luego los demás!
En
cambio, el verdadero lema del cristiano es “¡primero los últimos!”. «Un
espíritu individualista es terreno fértil para que madure el sentido de
indiferencia hacia el prójimo, que lleva a tratarlo como puro objeto de
compraventa, que induce a desinteresarse de la humanidad de los demás y termina
por hacer que las personas sean pusilánimes y cínicas. ¿Acaso no son estas las
actitudes que frecuentemente asumimos frente a los pobres, los marginados o los
últimos de la sociedad? ¡Y cuántos últimos hay en nuestras sociedades! Entre
estos, pienso sobre todo en los emigrantes, con la carga de dificultades y
sufrimientos que deben soportar cada día en la búsqueda, a veces desesperada,
de un lugar donde poder vivir en paz y con dignidad» (Discurso ante el Cuerpo
Diplomático, 11 enero 2016). En la lógica del Evangelio, los últimos son los
primeros, y nosotros tenemos que ponernos a su servicio.
«Yo
he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). No
se trata sólo de migrantes: se trata de la persona en su totalidad, de todas
las personas. En esta afirmación de Jesús encontramos el corazón de su misión:
hacer que todos reciban el don de la vida en plenitud, según la voluntad del
Padre. En cada actividad política, en cada programa, en cada acción pastoral,
debemos poner siempre en el centro a la persona, en sus múltiples dimensiones,
incluida la espiritual. Y esto se aplica a todas las personas, a quienes
debemos reconocer la igualdad fundamental. Por lo tanto, «el desarrollo no se
reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral,
es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (S. PABLO VI, Carta
enc. Populorum progressio, 14).
«Así
pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y
miembros de la familia de Dios» (Ef 2,19). No se trata sólo de
migrantes: se trata de construir la ciudad de Dios y del hombre. En
nuestra época, también llamada la era de las migraciones, son muchas las
personas inocentes víctimas del “gran engaño” del desarrollo tecnológico y
consumista sin límites (cf. Carta enc. Laudato si’, 34). Y así, emprenden
un viaje hacia un “paraíso” que inexorablemente traiciona sus expectativas.
Su
presencia, a veces incómoda, contribuye a disipar los mitos de un progreso
reservado a unos pocos, pero construido sobre la explotación de muchos. «Se
trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos
ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema
que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos,
respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir
a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país
más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de
acuerdo con el Evangelio» (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado 2014).
Queridos
hermanos y hermanas: La respuesta al desafío planteado por las migraciones
contemporáneas se puede resumir en cuatro verbos: acoger, proteger,
promover e integrar. Pero estos verbos no se aplican sólo a los
migrantes y a los refugiados. Expresan la misión de la Iglesia en relación a
todos los habitantes de las periferias existenciales, que deben ser acogidos,
protegidos, promovidos e integrados. Si ponemos en práctica estos verbos,
contribuimos a edificar la ciudad de Dios y del hombre, promovemos el
desarrollo humano integral de todas las personas y también ayudamos a la
comunidad mundial a acercarse a los objetivos de desarrollo sostenible que ha
establecido y que, de lo contrario, serán difíciles de alcanzar.
Por
lo tanto, no solamente está en juego la causa de los migrantes, no se trata
sólo de ellos, sino de todos nosotros, del presente y del futuro de la familia
humana. Los migrantes, y especialmente aquellos más vulnerables, nos ayudan a
leer los “signos de los tiempos”. A través de ellos, el Señor nos llama a una
conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la indiferencia y de la
cultura del descarte. A través de ellos, el Señor nos invita a reapropiarnos de
nuestra vida cristiana en su totalidad y a contribuir, cada uno según su propia
vocación, a la construcción de un mundo que responda cada vez más al plan de
Dios.
Este
es el deseo que acompaño con mi oración, invocando, por intercesión de la
Virgen María, Nuestra Señora del Camino, abundantes bendiciones sobre todos los
migrantes y los refugiados del mundo, y sobre quienes se hacen sus compañeros
de viaje.
Vaticano,
27 de mayo de 2019
Rosa
Die Alcolea
Fuente:
Zenit