Mi sí a lo concreto, al trabajo diario, al esfuerzo
que muchos no ven es lo que vale
Me gusta soñar. Me gusta mirar al cielo. Es mi
vocación caminar hacia las estrellas. Pero luego bajo la mirada a la tierra y
me pregunto: ¿Es posible cambiar este mundo? Me lo repito a menudo. Quiero
cambiarlo.
Escribe
Benedetti:
“Dale vida a tus sueños, aunque te llamen
loco, no los dejes que mueran de hastío, poco a poco. No les rompas las alas,
que son de fantasía. Y déjalos que vuelen contigo en compañía”.
Y una
publicidad me dice: “No rompas tus sueños, cambia el mundo”.
Hago mía esta
mirada. Quiero que mi mundo sea mejor de lo que es. Me
lo digo. Lo anhelo. El mundo es demasiado vasto. Me parece imposible y puedo
perder la esperanza.
Cuentan que un
filósofo pasó delante de varios hombres que picaban piedras para construir una
catedral.
Le preguntó a cada uno qué es lo que estaba haciendo. El primero de ellos
respondió que estaba picando piedras. Tenía razón. El segundo, que estaba
ganándose el pan para su familia. También tenía razón.
El tercero,
miró al cielo, y le dijo conmovido: “Estoy construyendo
una catedral”. Esa
mirada era aún más cierta.
Tal vez todo
dependa de mi mirada sobre la vida. Puedo hacer lo mismo y hacerlo de forma
diferente.
Puedo hacer
algo sencillo, pequeño, oculto. Y estar convencido de que, con ello, con tan
poco, estoy cambiando el mundo.
Todo cambia dependiendo de mi mirada. Estoy construyendo una catedral mientras
pico piedras, mientras me gano el pan.
San Francisco se encontró con el Jesús
humano en la iglesia pequeña de San Damián. Un Jesús que estaba a la altura de
sus ojos. Y escuchó que le decía: “Francisco, reconstruye mi iglesia”.
Francisco se
puso manos a la obra. Empezó a poner piedras en esa capilla en tan mal estado.
No intuía lo que de verdad Jesús le estaba pidiendo. Quería que renovase la
Iglesia universal con su vida, con su amor sencillo y profundo.
En ese
momento sólo estaba preparado para reconstruir una pequeña iglesia. Más tarde
iría descubriendo su verdadera misión.
Jesús me pide
a mí también que pique piedras hoy, ahora. Pero no quiere que me olvide de lo
importante.
Quiere que
recuerde cada día que con mi esfuerzo estoy construyendo una
catedral, estoy renovando la Iglesia, estoy cambiando el mundo.
Aunque
parezca que no es posible, que es todo muy pequeño, estoy haciendo realidad mi
sueño. Mi sí a lo concreto, al trabajo diario, al esfuerzo que muchos
no ven es lo que vale.
Mi renuncia
oculta y silenciosa merece la pena. Mi Fiat dicho con sencillez
en la gruta de mi alma cambia el mundo. Ese sí pobre y humilde es el que de
verdad cambia la realidad que quiero que sea mejor.
En Nazaret
está escrito sobre una roca: “Hic Caro Factum est”. En
una gruta sencilla Dios se hizo carne en el sí callado de una virgen niña. Ese sí
tan oculto, tan pobre cambió el mundo.
Dicen que los grandes cambios en el mundo
comienzan con algo insignificante. Demasiado poco importante para ser valorado.
A menudo
pienso que necesito tener un buen cargo, una buena posición, mucha formación y
conocimientos suficientes para poder cambiar en algo el mundo. Me equivoco.
Todo depende de mi sí en lo oculto. De mis piedras trabajadas con amor.
De mi entrega silenciosa. Y de mi capacidad para soñar.
Decía Pedro
Salinas:
“Todos los sueños pueden ser realidad, si el
sueño no se acaba. La realidad es un sueño. Si soñamos que la piedra es la
piedra, eso es la piedra. Lo que corre en los ríos no es un agua, es un soñar,
el agua, cristalino. La realidad disfraza su propio sueño, y dice: ‘Yo soy el
sol, los cielos, el amor’. Pero nunca se va, nunca se pasa, si fingimos creer
que es más que un sueño. Y vivimos soñándola. Soñar es el modo que el alma
tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que
es verdad lo que no existe. Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse hecho
materia y que se busca en tierra”.
Sólo se muere lo que no sueño. El sueño mantiene vivo lo que deseo,
lo que persigo. Eso me mantiene despierto.
Quiero tener
un corazón soñador, un corazón de niño. Que no me conforme con lo que tengo.
Sueño con mirar más lejos.
No quiero ser
mediocre, quiero ser magnánimo en mi entrega. Quiero mirar más alto, más lejos,
más adentro.
A veces siento como cristiano que voy por
la vida como si condujera un coche por una carretera estrecha. Temo chocar con
los quitamiedos. Temo salirme de la carretera.
Y me siento
parte de un sanedrín que juzga y condena a los que actúan mal y viven en
pecado. Decido yo quién actúa bien y quién mal. Es mi mirada una mirada muy
pobre…
Me gusta más
la imagen del mar hondo y la barca con una vela, y unos remos. Una barca
llevada por los vientos en lo profundo del mar.
No hay carretera, todo es más incierto. Y
el viento es el Espíritu que sopla en mi alma. Esta imagen ensancha mi corazón. Me hace
soñar con cosas más grandes de las que ahora veo.
Reconozco que
prefiero el mar ancho y sin quitamiedos. Asumo el riesgo de vivir en una Iglesia
que puede accidentarse.
No vengo a
juzgar y a condenar. Vengo a socorrer a tantos heridos que veo a
mi alrededor.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia