Los mensajeros de Dios, criaturas más inteligentes, con más
fuerza y más belleza que nosotros, son los humildes siervos de Dios
El
próximo 13 de octubre la Iglesia tendrá un nuevo santo: John Henry Newman, un
cardenal de origen inglés, perteneciente a la Iglesia anglicana, que en 1845 se
convirtió al catolicismo, una de las grandes figuras de este tiempo.
En su proceso de conversión
se encuentra la figura de un humilde fraile italiano, el beato Domingo de la
Madre de Dios. Este fraile, perteneciente a la comunidad de los Pasionistas, atrajo la mirada de Newman por su humildad.
El papa Pablo VI, al
declarar beato a este fraile pasionista, señaló que “si no
hubiese sido por Domingo de la Madre de Dios, John Henry Newman no hubiera sido
recibido en la Iglesia católica”.
Y es que este fraile se
caracterizaba por su humildad, por su sencillez. Fue a él a quien el
cardenal ingles le pidió escuchar su confesión y ser admitido a la Iglesia
católica.
Sin esa sencillez, sin esa
humildad que atrae, no habría san John Henry Newman, ni Cardenal Newman.
La humildad atrae y cautiva
corazones. En este sentido, el papa Benedicto XVI ha mencionado que la actitud central del cristiano debe ser
aprender constantemente de la humildad de Cristo. Precisamente es Jesús
mismo quien nos invita a “aprender de Él que es manso y humilde de corazón”
(Mt. 11,29).
Esta
virtud de la humildad es la que nos enseñan los Santos Ángeles. Ellos, las
primeras criaturas de Dios, los mensajeros de Dios, criaturas más inteligentes,
con más fuerza y más belleza que nosotros, son los humildes siervos de Dios.
Por el contrario, los demonios, son aquellos espíritus orgullosos,
que han desechado todo rasgo de humildad y han rechazado servir a Dios y al
hombre.
Precisamente los Santos Ángeles vienen a enseñarnos que
“cuanto más grande seas, más humilde debes ser y así obtendrás el favor del
Señor” (Eclo. 3,18).
Y es que estas criaturas
espirituales, imitando a su Señor Jesucristo, se abajan y se ponen al servicio
de los hombres, la última criatura creada por Dios, menos inteligente, débil y
frágil.
El servicio del ángel de la
guarda, servicio al cual aspiran todos los ángeles, sean de la jerarquía que
sean, es una enseñanza que la verdadera
grandeza consiste en servir, en olvidarse de sí mismo.
Los ángeles sirven, los
ángeles se abajan pues ellos se reconocen como pertenecientes a Dios, saben que
le pertenecen a Él.
Recuerda que los nombres de
los ángeles reconocidos por la Iglesia y que tienen su fuente bíblica ponen de
presente precisamente que son de Dios: Miguel
es ¿quién como Dios?, Rafael es medicina de Dios y, por último, san Gabriel es
Fortaleza de Dios.
Todos
se encuentran orientados hacia Dios, son de Él y a Él deben servir. A Dios le
deben su existencia, lo que son. Qué
enseñanza tan actual y vigente para nuestros días, cuando vemos que el hombre
juega a ser creador y sin querer reconocer su existencia venida de Dios.
La humildad entonces nos
recuerda que somos de Dios, que a Él le pertenecemos; por ello la
creación es el punto de partida de la verdadera y auténtica humildad.
La creación nos enseña a
nosotros la verdad, por ello la humildad
lleva a amar la creación. Es la creación la que nos dice que hemos recibido
nuestra existencia de Otro, es la creación que nos dice que todo lo que existe
ha sido dado por el creador, por Dios, y por ello los amo; se ama la creación y
se ama a los otros porque, al igual que yo, han recibido su existencia de Otro.
Precisamente esto lo ha
puesto de manifiesto el papa Francisco en su Encíclica sobre la Creación, Laudato
Si, al
decir que el hombre ha olvidado de que la creación le ha sido dada, que no es
el creador, y se ha comportado como propietario y dominador.
Los
Santos ángeles aman la creación material, aman todo lo creado, porque ella les
habla del Creador, ellos se ponen al servicio de la creación porque ella les
recuerda la verdad: hay un Creador.
En dirección opuesta, se
encuentra el Demonio, el espíritu rebelde y orgulloso que no quiere inclinarse
a amar, a servir sino que quiere que le sirvan. Es un espíritu perturbador y
perturbado.
Tiene la mirada perturbada,
pues no mira la creación como algo que le habla de quién es, sino que mira la
creación como algo que está a su servicio para usarla y dominarla.
Los
santos ángeles se inclinan y sirven al hombre desde su concepción; el demonio,
por el contrario, no le sirve a la vida, sino que la mata, la asesina desde el
vientre.
Los santos ángeles acogen,
reciben con gratitud y alegría lo que Dios les da y la manera como se lo da; el
demonio, a su vez, quiere robar, quiere quitar, no quiere recibir y menos dar.
Esta lucha entre los santos
ángeles, seres humildes, y los demonios, orgullosos, homicidas y mentirosos, es
los que se encuentra en la raíz de esta crisis
de humildad que afronta la humanidad.
Ya el papa Benedicto XVI lo
decía al señalar que hoy el hombre no se reconoce como criatura, sino que en un
último acto de rebeldía contra su Creador, se levanta y se alza contra lo que
le es dado como un don, como un regalo por Dios. Ya no se acepta el propio
cuerpo, creyendo ser un ser autónomo, capaz de construirse por su propia
voluntad.
La humildad recibe y
agradece lo que Dios da y lo que viene de los otros. La humildad no exige.
Si la humildad es reconocer
que hay un Creador y que nosotros somos sus criaturas, así también la
humildad comporta darle espacio al Salvador.
Al contemplar la creación y
ver que eres creado por Dios, que es Dios quien te ha llamado a la existencia,
que ese mismo Dios es tu Salvador y Redentor, miras lo esencial, que es: Dios
te ama, y es desde ahí, que te puedes amar y amar a los demás. Todo ello deriva de la
humildad.
La persona humilde, al
saberse amada, acepta todo, pues encuentra que todo es dado por Dios que lo ama
y así el humilde es agradecido, es alegre.
Reconoce
que todo es un don de Dios y que cada uno es único y es una riqueza, no un competidor
o un enemigo.
Al comprender esto, el humilde da gracias por todo, lo acepta todo sin reclamar
ni exigir.
El humilde es flexible para
acoger lo que otros le dan y de la manera como se lo dan; no cae por ello en
susceptibilidades. Por ello, la humildad perdona con sencillez y, de igual
manera, pide perdón.
Todo se ve como un regalo
para acoger y para agradecer, todo es una muestra de amor excesivo
de Dios. Por
ello, el humilde ve al otro desde sus
virtudes. El orgulloso, en cambio, lo ve desde sus defectos. El humilde es
alguien con el corazón abierto, abierto para acoger lo que se da, y abierto
para dar con generosidad.
Qué
gran riqueza encierra la humildad: nos hace descubrir nuestra miseria y, al
mismo tiempo, nuestra grandeza. Es por ello que el gran Chesterton decía
que la humildad es una espuela que previene al hombre detenerse; no un clavo en
su bota que le prevenga seguir adelante.
Ante más se acerca el hombre
a Dios más grande es. Él ve la humildad de sus siervos, la humildad, en lugar
de envilecer, empequeñecer, nos hace grandes pues es esta virtud la que nos
permite actuar como Él actúa sin temor a abajarse, sin miedo a servir.
Esta es la humildad que
portan los ángeles y que vienen a enseñarnos: ellos
conocen el peligro y la gravedad del orgullo, pues vieron cómo caían a las tinieblas
aquellos espíritus rebeldes y orgullosas.
Que ellos, nuestros buenos
ángeles custodios, nos guíen por este camino de la virtud de la humildad para
aprender del Hijo de Dios que es “manso y humilde corazón” (Mt. 11,29).
Padre Fernando Cárdenas Lee, Foyer de
Charite
Fuente:
Aleteia