Dios te
habla cada mañana para mostrarte el camino a seguir
![]() |
Shutterstock | StunningArt |
Quiero encontrarme con Jesús
cada mañana para saber qué piensa, qué quiere, qué necesita de mí.
Como en una entrevista en la
que me detengo ante el otro para llenarme de su presencia. Y le pregunto dentro
de mi propia alma: “Maestro, ¿qué tengo que
hacer para heredar la vida eterna?”.
Esa pregunta resuena en mi
corazón con fuerza inusitada. ¿Tengo que
hacer algo en concreto para poder ser eterno? ¿Hay un manual de
instrucciones para saber qué hacer en cada circunstancia de mi vida?
Me gustan las respuestas
exactas, los caminos precisos. Marcados con señales que me avisan de todos los
riesgos posibles:
“Haz
esto. Deja de hacer esto otro. Vete y no peques más. Deja de hacer lo que estás
haciendo. Compórtate mejor. No estás a la altura”.
¿Qué tengo que hacer para
vivir para siempre? En ocasiones me lo planteo. Y pienso que necesito no
cometer errores. Hacerlo todo bien.
Vivir con una pureza que
desconozco. Sin errores, sin fallos.
Creo que tengo que discernir siempre lo correcto, lo que Dios quiere.
¿Estará Jesús desilusionado
conmigo cuando me mira al final del día? ¿Como si viera que tengo muchas
capacidades, he recibido mucho, y no estoy dando nada? ¿Como si se indignara al
ver mi pasividad, mi pereza, mi egoísmo?
¿Me habla Dios cada mañana
para mostrarme el camino a seguir? Leía el otro día:
“-Te
he preguntado, Viktor, si crees que Dios nos oye, si Él piensa realmente en
nosotros, gente horrorosamente torturada y humillada. Responde: Tenía yo
catorce o quince años cuando descubrí que la mejor definición de Dios es,
quizás la de ser el interlocutor de nuestros diálogos más íntimos. Esto
significa que lo que uno piensa en su soledad, y en la máxima sinceridad
consigo mismo, se lo está diciendo a Dios”.
Miro a Jesús en mi alma. Él
escucha mis voces interiores. Me contempla en mis silencios. Y me responde con
un abrazo cuando lloro ante Él.
Y me dice qué tengo que
hacer, a su manera, cuando lo escucho. Pero a mí me sigue costando entender el
significado de la palabra discernimiento.
No sé bien qué quiere que
haga para llegar a ser eterno. Reconozco en mi corazón que quiero estar con Él
todos los días de mi vida.
Allí no tendré el límite del
tiempo y del espacio. ¡Cuánto podré amar! No tendré esos límites que hacen que
aquí vaya con prisa de un lado para otro sin descanso. Sin lograr hacer bien
todo lo que deseo.
“¿Qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Resuena en mi alma la
misma pregunta. ¿Estoy aprovechando bien la vida que Dios me regala, los días
que crecen delante de mis pasos?
Me gusta pensar que Jesús me
sonríe cada vez que le miro al final de la tarde. Se da cuenta de mis
debilidades, de la enfermedad de mi alma y sonríe.
Sabe cuáles son mis límites
y confía en todo lo que puede lograr en mi carne mi sí débil y cansado.
No
me recrimina cada vez que llego cargado de omisiones, sólo sonríe. Y
simplemente quiere que yo sea feliz. Tan solo eso.
Él sabe el camino que he de
seguir para ser más feliz. Lo seré cuando deje de lado todos mis miedos y
confíe más en el poder de su abrazo.
Lo seré cuando no me aferre
tanto a sueños imposibles que me quitan la paz, y viva el presente con una
sonrisa ancha en el alma.
Lo seré cuando haga de mi
camino en la tierra el cielo soñado. Lo seré cuando deje de preocuparme antes
de tiempo por cosas que no están en mi mano o no tienen solución.
Yo sufro por apegos que tal
vez no estén bien ordenados dentro de mí. Ya no lo sé bien. Jesús sólo quiere que ponga mi corazón en el
suyo.
Parece tan sencillo, no lo
consigo. Sólo quiere que aprenda a dejar mi barca en sus manos. Él conoce la
ruta.
No sé muy bien qué hacer
para heredar la vida eterna. Para vivir en armonía con Jesús para siempre. Para
vivir a su lado, descansando en su pecho. Es el sueño que mueve mis pasos.
Esta pregunta no se
convierte en una amenaza. Más bien es un consuelo. No
tengo que hacer tanto.
Tal vez necesito más dejarme
hacer por Él. Jesús me ama y su amor me cambia. Y entonces hago mías las
palabras de S. Agustín: “Ama y haz lo que
quieras”.
Si
lo que mueve mis actos es el amor, estoy en el camino.
Si el amor prevalece sobre
mi orgullo, mi vanidad, mi egoísmo, estoy dejando paso al cielo dentro de mi
tierra. Se está haciendo eterno mi presente limitado y esquivo. Yo sé cuándo mi amor es verdadero y eterno.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia