Desde san Agustín, que fue el primero en compararlo a Cristo,
hasta Benedicto XVI, que ofreció un anillo de oro con este simbólico pájaro a
los obispos asistentes al Sínodo sobre la Eucaristía, este animal disfruta de
una fuerte imagen en el cristianismo
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| Courtesy of The Medieval Bestiary |
Si
existe un ave tan simbólica como real, es sin duda el pelícano. La leyenda
cuenta de él que alimenta a sus retoños con su sangre y su carne, así que no
hacía falta mucho para que se convirtiera en la imagen metafórica por
excelencia de Cristo y de la Eucaristía, cosa que explica su presencia en un
gran número de representaciones y de adornos litúrgicos.
La historia bíblica del
pelícano empieza con los Salmos y,
más concretamente, con el Salmo 102 que,
aunque en la actualidad menciona a la lechuza del desierto, antiguamente
identificaba, por una traducción errónea del hebreo, al pájaro con un pelícano. En
tiempos antiguos, todavía aparecía como un pájaro impuro y de mal augurio que
habitaba las ruinas y Eusebio de Cesarea lo compararía incluso a los ermitas
que cambiaban las multitudes por la soledad del desierto.
Sin embargo, la auténtica y
hermosa fama del pelícano nació de una leyenda introducida en el Physiologus, el primero de los
bestiarios cristianos. Esta fuente cuenta, en efecto, que los polluelos de
pelícano que reclamaban con demasiada violencia la comida a sus padres recibían
la muerte con un brusco picotazo.
Tres días después, llenos de
remordimientos, los padres indignos se desgarraban el pecho para regar con su
sangre los pequeños cuerpos inertes y, así, devolverlos a la vida… Se dice que
este símbolo tendría su origen en una práctica constatada realmente por la cual
el inmenso buche del pájaro sirve como el mismo lugar donde se regurgita el
alimento para las crías.
Un largo destino
Es esta sorprendente leyenda
la base del próspero destino de este pájaro, sobre todo gracias a san Agustín,
que será de los primeros en atreverse a plantear la comparación entre Cristo y
el pelícano. La Eucaristía por la cual Jesús alimenta a los hombres con su
cuerpo y su sangre está en el corazón del Nuevo Testamento.
No es de extrañar, entonces, que el gran santo teólogo viera en este majestuoso pájaro que alimenta a sus crías desde su propio buche una imagen propicia para la comparación y la metáfora. A imagen del pelícano que devuelve la vida a sus pequeños con su propia sangre, Cristo entrega su vida y su sangre por la humanidad. Este paralelismo explica la rica iconografía consagrada a este pájaro, que se desarrollará en bestiarios, maderas talladas, esculturas…
El pelícano se convierte,
pues, en un potente símbolo eucarístico y decora, todavía en la actualidad y a
menudo representado con sus crías, numerosos tabernáculos y otros aderezos
litúrgicos.
Aunque es cierto que nuestra
época moderna ha olvidado un poco, por desgracia, el significado y el lugar que
corresponde a este poderoso animal tan presente en el bestiario bíblico, no
siempre fue así. De hecho, el pelícano ha sido ampliamente
celebrado, desde la Edad Media, por escritores, poetas y artistas de cada época
que alabaron su imagen. También podemos traer a la memoria el bello himno Adoro te devote, que fue compuesto por santo
Tomás de Aquino para el Oficio del Santo Sacramento:
Señor
Jesús, bondadoso Pelícano,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Hoy día incluso, en ciertos
lugares de culto, es frecuente observar al pelícano y su nidada bajo la cruz,
sobre todo en las obras de arte de la Edad Media. El gran poeta italiano Dante
le llegó a reservar algunos versos en El Paraíso de La
divina comedia, cuando evoca a san Juan: “Ese es aquél que descansó sobre
el pecho de nuestro Pelícano; es el que fue elegido desde la cruz para el gran
cargo”.
Otro poeta, más cercano a
nuestros tiempos, también encontraría inspiración para su poesía en esta
hermosa herencia simbólica: Alfred de Musset describe de manera conmovedora en La noche de mayo a este pájaro que,
tras volver al nido sin pesca que ofrecer a sus crías, las alimenta con su
propia sangre hasta morir trágicamente…
Valiéndonos de estos himnos
y otros poemas, ¿por qué no lanzarnos a la búsqueda de este bello símbolo, el
pelícano, injustamente olvidado en nuestros días y, aun así, tan presente en
nuestras iglesias?
Philippe-Emmanuel Krautter
Fuente:
Aleteia






