Todo
importa al empezar un nuevo tiempo
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Pexels | CC0 |
Un
curso nuevo se despliega ante mis ojos. Una nueva oportunidad para escribir mi
historia santa. ¿Cómo quiero hacerlo? Me da miedo caer en la rutina después del
descanso. ¿O tal vez la echo de menos después de tanta vida desordenada en
medio del ocio?
Una rutina de horas, de
hábitos, de deberes cumplidos. De horarios más fijos, más estables. Una rutina
en la que Dios tiene su lugar en mi vida y yo el mío en su corazón de Padre.
Una rutina santa en el que todo encaja mejor que
cuando vivo de vacaciones despistado, algo perdido.
La rutina de la vida me
parece tan importante… Cuando la pierdo la necesito. Y cuando la vivo
intensamente quisiera respirar aires más libres.
Es como esa costumbre de
levantarme con plan marcado. Con un rumbo fijo. Sin
tiempo para despistarme perdido en pensamientos superfluos. Parece todo tan
importante. No logro perder el tiempo, porque se me escapa entre los dedos.
Sé, lo tengo claro, que
quiero vivir feliz tanto en el desorden de las vacaciones como en la exigencia
de las rutinas exigidas y programadas. Tanto con la agenda libre como con en
mis días llenos de compromisos. Igual de feliz, igual de libre.
No me quejo ni de la
excesiva libertad, ni de la excesiva responsabilidad. La
rutina del curso me centra. La libertad del verano me ensancha el alma.
Las dos son
necesarias cuando
mi vida va del orden de la semana al descanso desordenado del fin de semana.
Del trabajo exigente al descanso necesario.
Los dos momentos son
sagrados. En los dos momentos soy yo mismo. No soy menos cuando me agoto en
obligaciones. No soy más cuando siento que tengo horas de libertad por delante.
En ambos momentos se juega mi santidad en mi forma de enfrentar la vida. Con la
sonrisa ancha. Con el alma libre. Como dice el papa Francisco:
“No
es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso
y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo
puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este
mundo, y se incorpora en el camino de santificación”.
Mi vida se juega en esa
alternancia. De un extremo al otro. Del
cansancio al descanso. Del descanso a la entrega. De perder el tiempo a
aprovecharlo al máximo. De sentir el aburrimiento a pensar que no tengo tiempo
para nada.
No quiero rehuir el trabajo.
No quiero vivir todo el día pensando en lo que debo hacer. Me viene bien
descansar. Y me viene bien volver a la rutina. Volver a empezar con mano
firme.
Un
nuevo curso que se abre desnudo ante mis ojos. Tanto por hacer… Y aquí 4
preguntas clave:
¿Cómo son mis sueños al comenzar este nuevo curso?
¿Qué desafíos tengo por delante?
¿Cómo quiero enfrentar los cambios que van a tener lugar?
¿Cómo miro a la cara la enfermedad, el fracaso, la soledad?
Sé
que la única manera de ser feliz es enfrentar con una mirada franca y en paz
los desafíos que me plantea la vida. Las consecuencias de mis decisiones. Los
imprevistos con los que no contaba.
Todo
importa al empezar un nuevo tiempo.
¿Cómo quiero mirar a Dios en este curso?
¿Qué siento que me pide?
¿Qué espera de mí?
¿Qué espero yo de Él, qué le pido?
Miro
este comienzo de la mano de María.
Sé
que Ella no va a dejar de caminar al ritmo de mis pasos. No va a dejar de
mirarme cuanto esté turbado o triste. No va a querer que permanezca pesimista
en mis angustias.
Ella va a ir conmigo donde
yo quiera ir, donde me lleven los nuevos rumbos que sigue mi camino. Ella no
desconfía de mis fuerzas. Me mira con alegría. Sabe que puedo dar siempre más.
Y va a estar siempre junto a mí cuando me falten las fuerzas.
El
descanso me sirve para recargar el alma de esperanza. Para llenarme de sueños
nuevos. Para mirar con optimismo mi vida desde la distancia. Y darle gracias a
Dios por todo lo que me ha dado. Por lo que me da cada día.
Le pido a Él, le pido a
María que no me dejen caer cuando esté cansado. Que no deje de luchar cuando
parezca todo difícil. Quiero confiar después del descanso en lo importante de
mi entrega diaria. Dios sabrá cómo hacerme descansar cada día en su regazo. En ese abrazo que me espera al final del camino.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia