La fuerza para ser fiel a un compromiso, a una vocación, viene de Dios, y
se expresa en lo pequeño
La fidelidad es
esa palabra que hoy parece ser tan débil. La palabra dada. El contrato para
siempre. El sí dado para la eternidad.
Y luego el
corazón cambia. No sólo cambian el pelo, el físico, las circunstancias. Cambia
el alma y la forma de ver la vida. Entonces la fidelidad es
cuestionada. Diez, veinte, cincuenta años. Demasiado tiempo.
La vida es muy
larga. Y voy cambiando con el paso de los años. Pesa tanto la fidelidad… Como
una losa sobre mi espalda. La cojo cada mañana al levantarme. Pesa.
Mis manos
frágiles dudan si seguir el camino o emprender otro. Al fin y al cabo, hay tanta infidelidad a mi alrededor… ¿Qué añade
una gota más al océano? El corazón tiembla.
Jesús, a través
de una parábola, invita a servir bien, a ser fiel en lo poco y en lo mucho:
“El que es fiel
en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también
en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta,
¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo vuestro,
¿quién os lo dará?”.
Servir bien
siempre. En lo poco y en lo mucho. Ser fiel con el dinero ajeno y con el
propio. Con el dinero justo y el injusto.
Ser fiel a la
palabra dada, a la promesa pronunciada. Una vida entera. Son
palabras grandes que exceden mis fuerzas, mi voluntad débil. ¿Cómo puedo llegar
a ser fiel siempre? Decía el padre José Kentenich:
“Una entrega a
Dios sana y firme sólo se genera y crece en la medida en que el alma se
esfuerce, con fidelidad en la oración, por comprender cada vez mejor y más
profundamente a Dios, y desasirse de todo desorden. De ahí que deseche
un amor no lúcido, fantasioso y sentimental. Para ella el faro y el alimento es
la meditación serena y honda; y la prueba de su autenticidad, el desasimiento
serio y grato a Dios.”
La fidelidad es
de Dios. Y mi vida consiste en asirme a Él y desasirme de todo lo que me quita
la paz. Y necesito aprender a abandonarme en sus manos para poder ser fiel.
No soy fiel en
actos de voluntad cargados de esfuerzo. Me pesa la vida, el alma, el mundo. Y
todo va tan rápido a mi alrededor…
Quiero ser
fiel. En lo pequeño. Cada día.
Comienzo al
levantarme cuando miro el día ante mis ojos. Todo demasiado grande y pesado. Y
yo con mis pocas fuerzas dispuesto a iniciar una lucha titánica. Imposible.
El corazón
desiste a menudo frente a la tentación. Pensaba que podía, pero no
puedo. No logro alcanzar la meta después de tanto tiempo corriendo. No consigo
amar con más fuerza después de muchos días de entrega. El corazón se cansa.
El cansancio del hombre fiel.
Ser fiel en lo
poco. ¿Lo soy? Miro mi corazón. Si soy fiel en lo pequeño seré fiel en
lo grande. Si hago lo más fácil, Dios me dará fuerzas para emprender
lo más difícil. Una fidelidad a prueba de luchas, de desafíos.
Me siento muy
débil en esa fidelidad a la que Dios me llama. Santa
Teresita me dice que el amor cree en lo imposible. El que ama con profundidad
no cree en los límites ni piensa en lo que parece inalcanzable:
“Cuánta verdad
hay en aquello de que el amor jamás encuentra pretexto de imposibilidad porque
cree que todo lo puede y le conviene”.
Un amor así es
un lujo imposible. Un amor profundo y fiel. El amor es fiel. Sólo cabe
entonces mantener encendido el amor. Echar leña al fuego de mi amor a
Dios, a los hombres. Cuidar esa hoguera que ilumina mis pasos y mantiene
caldeada mi vida.
Ese amor que es
fuego que todo lo abrasa. Ese amor es el que quiero para la vida. Es el amor
fiel de los esposos que exclaman cada mañana: “Quiero quererte”. Esa
voluntad que me lleva a querer amar. A querer luchar.
Y entonces
comprendo que es una gracia amar a alguien, amar algo, una vocación, un
camino, toda una vida. El hombre es inconstante y tiembla ante tareas
imposibles. Como dice la santa:
“La
prudencia humana tiembla a cada paso y, por decirlo así, no se atreve a apoyar
el pie”.
Mi prudencia
humana tiembla. Mi deseo de carne es frágil. Y sólo una fuerza inmensa de lo
alto puede hacer posible lo imposible y cambiar mi vida.
Dios es fiel.
Da la vida siempre por mí. Nunca tiembla ante mi
fragilidad. No se desencanta de mis fracasos. No me mira con tristeza al ver
cómo caigo. Me anima, infunde en mi alma fuerzas nuevas. Da aliento a mis pasos
cuando estoy cansado.
Quiero buscar
la fidelidad en Dios. No en mí mismo. Porque yo con mis fuerzas no
puedo caminar. Tiemblo y caigo ante los desafíos de una vida que se
hace cuesta arriba con tanta frecuencia.
Miro a Dios
desde mi miseria y veo su misericordia que se abaja sobre mí y me
levanta. Él me hace capaz de ser fiel. Me anima a pronunciar
mi sí una vez más, cada mañana. Mi sí frágil y herido por el pecado. Mi sí
confiado porque es Dios el que sostiene mis pasos. Mi sí a lo pequeño,
porque en lo cotidiano se juega lo eterno. Lo he comprobado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia