Para no
ser déspota y exigente, hay que reconocer algo en uno mismo...
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Mi
mayor crimen es atentar contra el débil, abusar del frágil, aprovecharme del
que depende de mí. Mirar con desprecio al que tiene menos o actúa de forma
equivocada.
Paso con frecuencia por
delante del indigente sin dirigirle si quiera la mirada. Mi
peor pecado es mi actitud déspota y distante. Mi actitud exigente y cruel. Me
faltan misericordia y bondad.
Trato con dureza al que no
es como yo, al que no tiene modales, al que no se comporta como creo debería
hacerlo. El profeta Amós me muestra con nitidez mi pecado:
“Escuchad
esto, los que pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país. El Señor
lo ha jurado por la Gloria de Jacob: – No olvidaré jamás ninguna de sus
acciones”.
Mis acciones despóticas no
serán olvidadas. Me duele. Mis actitudes crueles dejan huella. Mi mirada borde
e indiferente aleja al hombre de mi lado.
No tengo una actitud
misericordiosa con el débil. Creo que debería cambiar de actitud, se lo exijo.
No quiero estar en connivencia con el mal que comete.
Yo soy puro, estoy limpio.
No quiero dejarme ver a su lado. No soy de los suyos. Que no me confundan con
él. Su mal camino no es el mío. Me protejo, me cuido. El que ha caído ya no es de los míos. Ha
fracasado, ha perdido, lo alejo de mí.
Yo no he perdido, yo me
siento vencedor en todas las batallas. Me
siento mejor que otros. Exijo sin medida el buen comportamiento de los demás.
Pero yo no actúo con bondad. ¿Dónde queda la justicia en mi forma
de actuar?
Siempre me impresiona que lo
único que Jesús no tolera son los abusos y las injusticias. Desprecia la
mentira y el juicio condenatorio. El único aspecto en el que es intolerante
es en el trato con el débil, con el pobre, con el despreciado.
A sus ojos todos son
valiosos, tienen pureza en el corazón y hay algo bueno en sus vidas. Quiere que
cambien de vida por su bien, para que sean felices. Pero no porque desprecie
sus almas en las que abunda el mal junto con la bondad.
Jesús se alegra con la
conversión del pobre, del pecador, del débil. Y sufre
cuando ve la falta de misericordia en los que se creen más cerca de Dios y de
la verdad.
Por eso Jesús se rebela
contra sus actitudes despóticas. Y no aprueba las actuaciones que hieren el
corazón del niño indefenso. El que haga daño a un niño débil más le valdría no haber
nacido.
El abuso del menor es algo
terrible. El abuso del discapacitado. El abuso de poder, ese poder que tengo
por mi misión, por mi actuación.
La
confianza que han puesto en mí la guardo como un don sagrado. No quiero herir ni con mis palabras,
ni con mis silencios, ni con mis actos al que confía en mí.
¿Quién es el más grande en
el reino de Dios? El más grande es el más pequeño, el más niño, el más débil e
indefenso que busca la misericordia de Dios.
Es una paradoja. Yo quiero
ser el más grande y Jesús me pide que sea pequeño, débil, necesitado. Todo lo
contrario de lo que el mundo me pide.
En el mundo debo tener
éxito, tener cosas, aparentar bienestar y felicidad, mostrar mis éxitos y
logros, ascender en una carrera que me haga ser mejor o al menos parecer mejor
de lo que soy.
Quiero ser pobre, niño,
débil. Para que en mí brille el poder de Dios, no mi poder. Que brille en mí su
luz, no mis logros. Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Sabía
que débil e imperfecta era, pero mi alma rebosaba gratitud”.
Reconocer
mi pequeñez es lo que me salva. Y me hace más libre en mi pobreza. Si pudiera alegrarme
de ser pequeño… Si pudiera ser más niño…
Me siento débil con
frecuencia. Me veo incapaz de aceptarme torpe. Quiero hacerlo todo bien y no
puedo. Saberme pequeño me ayuda a no mirar a nadie
desde arriba, desde mi estrado.
Me siento el menor de todos
y eso me salva de juzgar y condenar. Al saberme tan débil no me creo más capaz
que nadie. Soy un necesitado, no el que está por encima de otros. Mirar hacia
arriba me salva. Mirar hacia abajo me condena. Leía el otro día:
“Todos
somos seres humanos limitados. Pienso que, en general, es algo mucho más lindo,
si vemos en tales situaciones también las debilidades. Entonces creemos también
en la luz. Si no, a la larga, no creemos nada en absoluto. Es el modo como se
ha escrito antes las biografías de Santos. Parecía que desde la niñez habrían
amaestrado la vida solamente con milagros. Y hace tiempo que ya no gustan tales
descripciones. Ser humano significa siempre también ser débil”.
Mi santidad se construye
desde la debilidad. Sólo desde ahí puedo suplicar misericordia y ver a todos
como mejores que yo. Más dignos, más sabios, más cultos, más libres, más de
Dios. Esa mirada es la que me eleva a
Dios.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia