Beatificados
el 11 de marzo de 2001 por S.S. Juan Pablo II
La
II República española, proclamada el 14 de abril de 1931, llegó impregnada de
fuerte anticlericalismo. Apenas un mes más tarde se produjeron incendios de
templos en Madrid, Valencia, Málaga y otras ciudades, sin que el Gobierno
hiciera nada para impedirlos y sin buscar a los responsables para juzgarles
según la ley. Los daño fueron inmensos, pero el Gobierno no los reparó ni
material ni moralmente, por lo que fue acusado de connivencia. La Iglesia había
acatado a la República no sólo con respeto sino también con espíritu de
colaboración por el bien de España. Estas fueron las instrucciones que el Papa
Pío XI y los obispos dieron a los católicos. Pero las leyes sectarias crecieron
día por día. En este contexto fue suprimida 1a Compañía de Jesús y expulsados
los jesuitas.
Durante la revolución comunista de Asturias (octubre de 1934) derramaron su
sangre muchos sacerdotes y religiosos, entre ellos le diez Mártires de Turón (9
Hermanos de las Escuelas Cristianas y un Pasionista, canonizados el 21 de
noviembre de 1999).
Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular,
formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron
atentados más graves, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces,
expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y
amenazas de mayores violencias.
Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio d 1936. España
volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939,
pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa
conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso
a la Revolución Francesa.
Fue un trienio trágico y glorioso a la vez, el de 1936 a 1939, que debe ser
fielmente recordado para que no se pierda la memoria histórica.
Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil: 13
Obispos; 4.184 Sacerdotes diocesanos y seminaristas, 2.365 Religiosos, 283
Religiosas y varios miles de seglares, de ambos sexos, militantes de Acción
Católica y de otras asociaciones apostólicas, cuyo número definitivo todavía no
es posible precisar.
El testimonio más elocuente de esta persecución lo dio Manuel de Irujo,
ministro del Gobierno republicano, que en una reunión del mismo celebrada en
Valencia -entonces capital de la República-, a principios de 1937, presentó el
siguiente Memorándum:
«La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el
territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares,
imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido
destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al
culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. e) Una gran parte
de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los
parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias,
candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aún han aprovechado
para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han
sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras,
cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos. f) Todos los conventos
han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus
edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados,
saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos,
sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que,
si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se
les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y
Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus
cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h)
Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y
Objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en
el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye
con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el
culto se relaciona o lo recuerde ».
Y el cardenal arzobispo de Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer (1868-1943),
que se hallaba refugiado en Italia y fue invitado por el Gobierno republicano
en 1938 para que regresara a su diócesis, dijo:
«¿Cómo puedo yo dignamente aceptar tal invitación, cuando en las cárceles
continúan sacerdotes y religiosos muy celosos y también seglares detenidos y
condenados, como me informan, por haber practicado actos de su ministerio, o de
caridad y beneficencia, sin haberse entrometido en lo más mínimo en partidos
políticos, de conformidad a las normas que les habían dado?».
Y añadía: «Los fieles todos, y en particular los sacerdotes y religiosos, saben
perfectamente los asesinatos de que fueron víctimas muchos de sus hermanos, los
incendios y profanaciones de templos y cosas sagradas, la incautación por el
Estado de todos los bienes eclesiásticos y no les consta que hasta el presente
la Iglesia haya recibido de parte del Gobierno reparación alguna, ni siquiera
una excusa o protesta».
Sobre esta persecución son esenciales la obra de Antonio MONTERO MORENO,
Historia de la persecución religiosa en España. 19361939 (Madrid, BAC, 1960,
reimpresa en 1999) y los libros de Vicente CÁRCEL ORTÍ, La persecución
religiosa en España durante la Segunda República (1931-1939) (Madrid, Rialp,
1990), Mártires españoles del siglo XX (Madrid, BAC, 1995), Buio sull´altare.
La persecuzione religiosa spagnola, 1931-1939 (Roma, Città Nuova, 1999), La
gran persecución. España 1931-1939 (Barcelona, Planeta, 2000), Mártires del
siglo XX. Cien preguntas y respuestas (Valencia, Edicep, 2001) y Persecuciones
religiosas y mártires del siglo XX (Madrid, Palabra, 2001). Sobre los de Valencia
cf. V. CÁRCEL ORTÍ y R. FITA REVERT, Mártires valencianos del siglo XX
(Valencia, Edicep, 1998).
LOS MÁRTIRES
A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron sus vidas por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe.
Los mártires que beatificó el Santo Padre Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001, demuestran la unidad y diversidad eclesial y esta celebración resulta pastoralmente significativa, porque ve unidos en un único rito a muchos mártires de una misma archidiócesis y tiene las siguientes características:
- la representatividad eclesial del grupo de mártires, pues hay sacerdotes, religiosos y seglares, que son expresión de los numerosos carismas y familias de vida consagrada;
- la representatividad de la Iglesia en España porque este grupo representa 37 diócesis. Todos ellos se encontraban en Valencia desarrollando sus respectivos ministerios y actividades apostólicas y algunos de ellos han sido unidos en el proceso por competencia, en base a la normativa canónica vigente;
- el elevado número de sacerdotes seculares y de seglares, pues es la primera vez que son beatificados 40 miembros de los presbíteros diocesanos de Valencia (37) y Zaragoza (3), así como 22 mujeres y 20 hombres y jóvenes, miembros de la entonces floreciente Acción Católica Española y de otras asociaciones de apostolado seglar, de todas las edades, profesiones y estado social;
- el actual contexto pastoral favorable, que ha despertado interés en las diócesis españolas hacia esta página gloriosa de la reciente historia. Ésta había quedado un tanto olvidada, pero testimonia la fe y la fidelidad de la Iglesia en España y, más en concreto, en Valencia que tuvo sus orígenes a principios del siglo IV en el martirio diácono Vicente. El desarrollo de los procesos, las correspondientes catequesis y la fama martyrii han llevado a las comunidades, cristianas a un mayor interés y devoción hacia los mártires.
Por ello, la beatificación de todos ellos juntos es sumamente oportuna y es de desear que susciten una vida cristiana más intensa, un mayor fervor espiritual y un renovado interés por mantener viva la memoria de estos gloriosos testigos de la Fe.
El clima espiritual favorable creado por el Gran Jubileo del 2000 ha permitido que, concluido el largo proceso canónico, pudiera celebrarse esta beatificación el 11 de marzo de 2001, como primer fruto espiritual del Año Santo apenas terminado.
Estos mártires fueron los primeros beatos del Tercer Milenio.
ESPIRITUALIDAD DE ESTOS MÁRTIRES
La mayoría de los sacerdotes y seglares no necesitaban el martirio para ser beatificados, porque ya en vida tenían famade santos algunos de ellos se llegó a decir que eran tan buenos, que precisamente por eso fueron martirizados.
Todos ellos fueron hombres y mujeres muy ejemplares, plenamente entregados a sus ministerios respectivos, Los sacerdote: de seminaristas fueron modelos por sus virtudes, por su amor Eucaristía y por su devoción a la Virgen. Se entregaron de lleno parroquias: culto litúrgico, confesiones, catequesis, apostolado los jóvenes, visitas asiduas a los enfermos, ayuda a los pobres y necesitados fueron sus principales actividades apostólicas.
Lo mismo hay que decir de los religiosos y religiosas, desarrollaban una intensa labor apostólica y social en colegios, a y hospitales; una labor que nunca fue suficientemente reconocida. Muchos de ellos, además de mártires de la fe, fueron apóstoles caridad, de la enseñanza religiosa y de la formación humana.
Los sacerdotes fueron semejantes al santo cura de Ars cumplimiento de su ministerio, semejantes en todo a otro párroco valenciano, que no fue mártir, pero tiene abierto el proceso de beatificación: el Beato José Bau Burguet, párroco de Masarrochos, fallecido en 1932. Éste influyó decisivamente en la formación espiritual de los sacerdotes valencianos del primer tercio del siglo XX.
Los hombres, mujeres y jóvenes eran muy piadosos, muy entregados a la Iglesia y a todas sus obras de caridad y apostolado; nacieron y vivieron en familias de antigua tradición cristiana, recibieron una formación religiosa muy sólida y vivieron una auténtica vida cristiana, alimentada diariamente con la Eucaristía, la devoción a la Virgen, el rezo del Santo Rosario y otras devociones particulares; vivieron entregados apostólicamente a sus respectivas parroquias a través de la Acción Católica y de otras asociaciones apostólicas; dieron siempre un testimonio coherente de vida cristiana, que culminó con el martirio. Todos ellos fueron martirizados única y exclusivamente por motivos religiosos, murieron amando y perdonando a sus verdugos y diciendo "¡Viva Cristo Rey"!, porque tuvieron un sentido teológico muy profundo de la realeza de Cristo y porque éste fue el grito con el que los cristianos hicieron frente a los totalitarismos del siglo XX.
Hoy los veneramos en los altares como mártires de la fe cristiana, porque la Iglesia ha reconocido oficialmente que entregaron sus vidas por Dios durante la persecución religiosa de 1936. No les debemos llamar caídos en guerra, porque no fueron a la guerra ni la hicieron contra nadie, pues eran personas pacíficas, que desarrollaban normalmente sus actividades en sus pueblos y parroquias; tampoco les podemos llamar víctimas de la represión política, porque los motivos fundamentales de sus muertes no fueron de carácter político o ideológico sino religioso: porque eran sacerdotes o religiosos, porque eran seglares católicos practicantes, muy comprometidos con la Iglesia en la defensa y promoción de la fe cristiana.
A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron sus vidas por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe.
Los mártires que beatificó el Santo Padre Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001, demuestran la unidad y diversidad eclesial y esta celebración resulta pastoralmente significativa, porque ve unidos en un único rito a muchos mártires de una misma archidiócesis y tiene las siguientes características:
- la representatividad eclesial del grupo de mártires, pues hay sacerdotes, religiosos y seglares, que son expresión de los numerosos carismas y familias de vida consagrada;
- la representatividad de la Iglesia en España porque este grupo representa 37 diócesis. Todos ellos se encontraban en Valencia desarrollando sus respectivos ministerios y actividades apostólicas y algunos de ellos han sido unidos en el proceso por competencia, en base a la normativa canónica vigente;
- el elevado número de sacerdotes seculares y de seglares, pues es la primera vez que son beatificados 40 miembros de los presbíteros diocesanos de Valencia (37) y Zaragoza (3), así como 22 mujeres y 20 hombres y jóvenes, miembros de la entonces floreciente Acción Católica Española y de otras asociaciones de apostolado seglar, de todas las edades, profesiones y estado social;
- el actual contexto pastoral favorable, que ha despertado interés en las diócesis españolas hacia esta página gloriosa de la reciente historia. Ésta había quedado un tanto olvidada, pero testimonia la fe y la fidelidad de la Iglesia en España y, más en concreto, en Valencia que tuvo sus orígenes a principios del siglo IV en el martirio diácono Vicente. El desarrollo de los procesos, las correspondientes catequesis y la fama martyrii han llevado a las comunidades, cristianas a un mayor interés y devoción hacia los mártires.
Por ello, la beatificación de todos ellos juntos es sumamente oportuna y es de desear que susciten una vida cristiana más intensa, un mayor fervor espiritual y un renovado interés por mantener viva la memoria de estos gloriosos testigos de la Fe.
El clima espiritual favorable creado por el Gran Jubileo del 2000 ha permitido que, concluido el largo proceso canónico, pudiera celebrarse esta beatificación el 11 de marzo de 2001, como primer fruto espiritual del Año Santo apenas terminado.
Estos mártires fueron los primeros beatos del Tercer Milenio.
ESPIRITUALIDAD DE ESTOS MÁRTIRES
La mayoría de los sacerdotes y seglares no necesitaban el martirio para ser beatificados, porque ya en vida tenían famade santos algunos de ellos se llegó a decir que eran tan buenos, que precisamente por eso fueron martirizados.
Todos ellos fueron hombres y mujeres muy ejemplares, plenamente entregados a sus ministerios respectivos, Los sacerdote: de seminaristas fueron modelos por sus virtudes, por su amor Eucaristía y por su devoción a la Virgen. Se entregaron de lleno parroquias: culto litúrgico, confesiones, catequesis, apostolado los jóvenes, visitas asiduas a los enfermos, ayuda a los pobres y necesitados fueron sus principales actividades apostólicas.
Lo mismo hay que decir de los religiosos y religiosas, desarrollaban una intensa labor apostólica y social en colegios, a y hospitales; una labor que nunca fue suficientemente reconocida. Muchos de ellos, además de mártires de la fe, fueron apóstoles caridad, de la enseñanza religiosa y de la formación humana.
Los sacerdotes fueron semejantes al santo cura de Ars cumplimiento de su ministerio, semejantes en todo a otro párroco valenciano, que no fue mártir, pero tiene abierto el proceso de beatificación: el Beato José Bau Burguet, párroco de Masarrochos, fallecido en 1932. Éste influyó decisivamente en la formación espiritual de los sacerdotes valencianos del primer tercio del siglo XX.
Los hombres, mujeres y jóvenes eran muy piadosos, muy entregados a la Iglesia y a todas sus obras de caridad y apostolado; nacieron y vivieron en familias de antigua tradición cristiana, recibieron una formación religiosa muy sólida y vivieron una auténtica vida cristiana, alimentada diariamente con la Eucaristía, la devoción a la Virgen, el rezo del Santo Rosario y otras devociones particulares; vivieron entregados apostólicamente a sus respectivas parroquias a través de la Acción Católica y de otras asociaciones apostólicas; dieron siempre un testimonio coherente de vida cristiana, que culminó con el martirio. Todos ellos fueron martirizados única y exclusivamente por motivos religiosos, murieron amando y perdonando a sus verdugos y diciendo "¡Viva Cristo Rey"!, porque tuvieron un sentido teológico muy profundo de la realeza de Cristo y porque éste fue el grito con el que los cristianos hicieron frente a los totalitarismos del siglo XX.
Hoy los veneramos en los altares como mártires de la fe cristiana, porque la Iglesia ha reconocido oficialmente que entregaron sus vidas por Dios durante la persecución religiosa de 1936. No les debemos llamar caídos en guerra, porque no fueron a la guerra ni la hicieron contra nadie, pues eran personas pacíficas, que desarrollaban normalmente sus actividades en sus pueblos y parroquias; tampoco les podemos llamar víctimas de la represión política, porque los motivos fundamentales de sus muertes no fueron de carácter político o ideológico sino religioso: porque eran sacerdotes o religiosos, porque eran seglares católicos practicantes, muy comprometidos con la Iglesia en la defensa y promoción de la fe cristiana.
LOS PROCESOS CANÓNICOS
Durante la persecución religiosa republicana la Archidiócesis de Valencia pagó uno de los mayores tributos de sangre (361 sacerdotes, 373 hombres y jóvenes de Acción Católica, 93 Mujeres de Acción Católica y varios centenares de religiosos de diversos institutos masculinos y femeninos fueron martirizados) y esto explica el hecho de que en ella se abrieron la mayoría de los procesos de beatificación que ese 11 de marzo llegaron a su punto final.
Impulsados por los arzobispos Mareclino Olaechea (1946-1966) y José María García Lahiguera (1969-1978), Siervo de Dios, así como por el Presbiterio Diocesano y el Foro de Laicos, lo mismo que por las respectivas Ordenes y Congregaciones religiosas, Valencia dedicó muchas energías humanas para que estos procesos pudieran llegar a su conclusión y fueran un instrumento de evangelización, especialmente en los campos de la catequesis, de la pastoral juvenil y de la promoción vocacional.
Todos los procesos canónicos de los Siervos de Dios que el 11 de marzo de 2001 fueron beatificados fueron instruidos en la archidiócesis de Valencia, a excepción del de los Franciscanos Conventuales (n. 99 a 104), que se hizo en Barcelona, y el del Beato Francisco Castelló Aleu (n. 233), que se instruyó en Lleida.
Por: Vatican.va
Durante la persecución religiosa republicana la Archidiócesis de Valencia pagó uno de los mayores tributos de sangre (361 sacerdotes, 373 hombres y jóvenes de Acción Católica, 93 Mujeres de Acción Católica y varios centenares de religiosos de diversos institutos masculinos y femeninos fueron martirizados) y esto explica el hecho de que en ella se abrieron la mayoría de los procesos de beatificación que ese 11 de marzo llegaron a su punto final.
Impulsados por los arzobispos Mareclino Olaechea (1946-1966) y José María García Lahiguera (1969-1978), Siervo de Dios, así como por el Presbiterio Diocesano y el Foro de Laicos, lo mismo que por las respectivas Ordenes y Congregaciones religiosas, Valencia dedicó muchas energías humanas para que estos procesos pudieran llegar a su conclusión y fueran un instrumento de evangelización, especialmente en los campos de la catequesis, de la pastoral juvenil y de la promoción vocacional.
Todos los procesos canónicos de los Siervos de Dios que el 11 de marzo de 2001 fueron beatificados fueron instruidos en la archidiócesis de Valencia, a excepción del de los Franciscanos Conventuales (n. 99 a 104), que se hizo en Barcelona, y el del Beato Francisco Castelló Aleu (n. 233), que se instruyó en Lleida.
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Vatican.va