Lo que te da la felicidad es la satisfacción personal de que diste lo mejor
de ti, cualquier cosa que haces tiene el potencial para hacerte feliz
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Cuando las
cosas me salen bien estoy más contento. Cuando no me resultan me cuesta aceptar
la contrariedad. No puedo evitarlo. Me gustaría tener siempre la misma actitud
alegre en las victorias y en los fracasos. Pero no lo consigo.
Cuando
experimento el rechazo, la frustración, el abandono, la pérdida, una tristeza
honda se extiende por mi alma cubriendo mi esperanza de oscuridad. Pierdo la
alegría súbitamente. En un solo golpe me encuentro triste, como si estuviera
dentro de una pesadilla y sólo deseara que llegara el momento de despertar a
una realidad más venturosa.
Es cierto
que el fracaso, la traición, la difamación, la crítica, me unen más a
Jesús en la humillación. Vuelvo a recordar que sólo soy un servidor suyo.
Le sirvo al pie
de su cruz, desde lo alto de mi propia cruz. Así de sencillo. Veo claro que no
puedo vivir obsesionado con lograr todos los éxitos que deseo. El otro
día el tenista Rafael Nadal comentaba después de una victoria:
“La ambición es
buena, pero la ambición desmesurada no; cuando esta deja de ser sana, en
cualquier aspecto de la vida, creo que corres peligro. No puedes estar todo el
día mirando si otro tiene más que tú, porque te sentirás frustrado. Lo que te
da la felicidad es la satisfacción personal de que diste lo mejor de ti”.
Se trata
entonces de vivir dándolo todo sin esperar recibir algo a cambio.
El servidor sirve sin esperar el aplauso, el abrazo, el pago por sus
servicios. Sin compararse con el que logra más. Sin
pretender ser el primero en todo lo que hace.
Así quiero
vivir yo siempre, sirviendo. La felicidad la encuentro al darlo todo en
toda circunstancia. Al vivir sin guardarme nada por si acaso. Esa es
la felicidad que sueño. La felicidad del desgaste por amor. No la
felicidad pasajera que logro al conseguir alcanzar todo lo que sueño. Tengo
claro lo que leía el otro día:
“El camino
hacia la felicidad no existe, la felicidad es el camino. Cualquier cosa
que haces tiene el potencial para hacerte feliz”.
Puedo ser feliz
en cualquier momento del camino. En los pasajes despejados con sol apacible. Y
en las subidas complicadas en medio de la tormenta.
En la vida
puedo tener éxito o fracasar. Es parte de mi camino. Puedo ser feliz tanto en
un momento como en el otro. Lo importante es que no fracase en la tarea
fundamental. ¿Para qué estoy aquí en la tierra? Para amar y ser amado.
Puedo no estar
a la altura en muchos ámbitos de mi vida. Pero sé que el ámbito que realmente
me importa es el del amor, el de las relaciones humanas y la inteligencia
emocional.
Podré tener
mucho éxito en lo profesional, o en otros aspectos. Pero si en mis relaciones
fracaso, no seré feliz. Por eso no quiero dejar de luchar y dar la vida. Por
eso no me escondo, no me guardo. Lo doy todo.
Pero no me
comparo con el que está por encima de mí. Ni miro con vanidad al que no ha
logrado tanto como yo. Simplemente vivo mi vida y doy gracias a Dios por todo
lo que me ha dado. Amo y soy amado.
No quiero
olvidar agradecerle por todo. No me quedo atrapado en lo que no tengo, en lo
que no logro, en lo que me falta. Así no soy feliz.
Quiero aprender
a cultivar esa bendita costumbre de dar gracias. Vuelvo a hacerlo.
¡Cuántos motivos tengo para hacerlo hoy!
Miro a Jesús al
que sirvo. Miro las humillaciones de las derrotas que me acercan mucho más a
Él. Me unen a su cruz en la que fracasaron tantos sueños humanos.
Allí parecía
todo perdido en una noche de viernes santo. Allí, indefenso e impotente
Jesús podía perdonar a los que lo mataban. Con la paz del que sabe que ha amado
hasta el extremo y no se ha guardado nada. Sin rencor, sin rabia, sin
envidias, sin vanidad.
Así quiero
aprender a mirar yo. Siempre con misericordia. Siempre desde la humildad.
¡Cuánto me
cuesta ser humilde y perdonar! Mi vanidad excesiva me hace compararme y vivir
en tensión. Mi orgullo enfermo me lleva a no reconocer mi culpa y a desear lo
que otros tienen.
La envidia
duele cuando veo a alguien que destaca más que yo. Busco sus puntos débiles
para criticarle. ¿Por qué me afecta tanto que a otros les vaya bien? El
problema es mío. Surgen esos sentimientos de envidia y frustración.
Quiero aprender
a seguir mi camino. Es el que Dios quiere hacer conmigo. Elijo el camino de
la humildad, del servicio.
Me hacen bien
las humillaciones, las difamaciones. Me hacen más niño y humilde. Duelen, es
verdad, pero me vuelvo más humano, más de carne, más sencillo. Me unen
a Jesús mis fracasos y caídas.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia