Una
esperanza que da fuerzas para vivir la vida en el mundo presente
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| Foto di Priscilla Du Preez su Unsplash |
Ahora
me detengo a mirar al cielo. Pienso en esa vida que anhelo, porque mi corazón
está hecho para la eternidad. Y mis sueños son infinitos. Y mi nostalgia es de
paraíso. Eso lo sé. Por eso pienso en el cielo.
Pienso en María. Sé que Ella me espera al
final de mi camino. Me animan por eso las palabras del santo Cura de Ars:
“No
se entra en una casa sin hablar antes con el portero. La Virgen será la portera
del cielo”.
María me cuida en cada paso
y además me estará esperando. Dice la Biblia:
“Al
despertar me saciaré de tu semblante, Señor. Mis pies estuvieron firmes en tus
caminos y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque Tú me respondes, Dios
mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus
ojos, a la sombra de tus alas escóndeme”.
Al
final de mi camino descansaré. Mientras, en la tierra me dejaré la
vida hecha jirones en el corazón de los hombres. No
temeré el cansancio, ni la pérdida, ni el fracaso. Porque mi vida está hecha
para Dios. Y allí María me espera para consolarme y saciarme. Esa confianza es la
que me da alas para vivir el presente.
No quiero que llegue el
cielo ahora. Pero sé que cuando llegue descansaré en su regazo. No tengo miedo
de su mirada. Sabe lo que hay en mi corazón. Conoce mi verdad, mi fragilidad.
Sabe de mis miserias, se las he entregado ya tantas veces…
Y me promete una felicidad
sin límites. Aquí en la tierra experimento las deficiencias de mi carne humana.
En el cielo todo será pleno. Este domingo Jesús quiere que mire mi vida con
esperanza:
“En este mundo los hombres se casan y las
mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el
mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas
serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y
son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. No es Dios de muertos,
sino de vivos: porque para Él todos están vivos”.
Soy hijo de la resurrección.
Y sé que un día todo aquello a lo que me ha
tocado renunciar en la tierra Dios me lo dará para siempre, plenamente. Entonces seré yo, con
todos mis deseos colmados, con todos mis anhelos.
Creo
que para cada uno el cielo será según sus sueños. Dios es así. Estaré
con aquellos a los que amo. Y serán del todo ellos conmigo. Y los abrazaré, y
descansaré en ellos como aquí lo hago.
Y allí pasearé por los
campos que me recordarán los campos aquí hollados. Y amaré la vida tanto como
ya la amaba aquí, pero más todavía. Allí
no sufriré, tampoco aquellos a los que amo.
Seré abrazado como un niño, en el regazo de María. Y reiré,
como aquí en la tierra, pero más, a carcajadas y siempre. Veré la luz sin
sombras.
Creo
también que la misión que Dios me ha dado seguirá de otra forma en el cielo. Seguiré cuidando a mis
hijos, a los que Dios me ha confiado. No sé bien cómo será, pero creo en ello.
Cuidaré
desde allí a todos los que amo. Porque creo que el amor que he dado y
recibido estará más vivo que nunca allí, entre mis dedos.
Cada uno de los momentos
bonitos vividos, allí no pasarán, aquí sé que son caducos. Y las cosas que me
han costado, herido, dolido, estarán perdonadas y amadas para siempre.
Cuando llegue al cielo, la
Virgen, Jesús y mis seres queridos saldrán a recibirme. Todos mis sueños serán
allí verdad en un abrazo. No sé bien cómo, pero lo creo. Eso nadie me lo puede
quitar.
Y aun así, sé bien que todo
será todavía mejor que mis palabras. Dios se dedica a prepararme el mejor
cielo para mí. Quiere que sea feliz.
Pienso en cada momento bueno
que he vivido. En cada cosa que he soñado. Todo eso en el cielo lo viviré con
los que amo. En intimidad. Para siempre.
El cielo para mí se vuelve
más cercano cuando sé que están allí las personas que amo y me han amado. Se
viste mi cielo de rostros concretos, de recuerdos guardados, de historias
sagradas.
Sé que
la vida ahora en la tierra es para darla. Tengo aún mucho por delante, mucho
que dar. No temo que sea largo mi camino.
Sé que
aquí entre los hombres viviré el desgarro, el dolor y el vacío. Y también
viviré la alegría, el amor verdadero y la paz honda. Y en el cielo será todo
pleno.
No me lo puedo ni imaginar.
Allí el amor no conocerá el odio. Y la presencia no sabrá de la ausencia. Allí
la risa no se mezclará con el llanto. Y la paz será plena, sin atisbo de guerra.
Allí seré quien de verdad
soy plenamente. No tendré miedos y abrazaré
el presente eterno sin turbarme. Allí mi vida será totalmente cielo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






