Cuando es la luz del cielo la que ilumina mi muerte parece
que hay más vida, una vida eterna y el cementerio lleno de colores
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16-مقبرة في قرية جبلية، جنوب بولندا، في 1 تشرين الثاني عام 2017 |
Miro
a la muerte cara a cara. La muerte tiene algo frío y oscuro que me
desconcierta. Falto de color y de vida.
Pero súbitamente observo hoy
colores, canciones, luces. Y pienso que en este cementerio de México la muerte
tiene más vida, hay más esperanza, hay más luz.
El canto eleva el ánimo y me recuerda que estoy hecho para amar, para vivir, para soñar. Pienso en los que ya no están y brota de mi alma el agradecimiento.
El canto eleva el ánimo y me recuerda que estoy hecho para amar, para vivir, para soñar. Pienso en los que ya no están y brota de mi alma el agradecimiento.
Y recuerdo con cariño y
nostalgia a todos los que forman parte de mi historia y ya no caminan conmigo
aquí en la tierra. En la
película Coco escucho:
“Sólo
se muere cuando se olvida. Y yo nunca te olvido”.
Eso es lo que le digo hoy a los que no olvido. Recuerdo su
paso amable por mi vida. Recuerdo agradecido sus gustos y pasiones. Su amor
entregado, su sonrisa. Repaso las fotos que hacen brotar la nostalgia en el
alma.
Y sé
que recordar a los muertos los mantiene vivos
en mi alma.
Nunca los olvido. Guardo el tesoro heredado como algo sagrado. Guardo lo
aprendido para no olvidarme.
En este tiempo de desgarros
he decidido quedarme con lo importante en la vida. Con lo fundamental. Con el
color, más que con los grises. Con el canto, más que con los silencios tristes.
Y en este recordar lo que
vale la pena pienso que ahora tengo menos cosas. Me siento más
libre, más pobre, más de Dios tal vez.
Y también sé cuáles son las
cosas más importantes y cuáles las que no importan. Entiendo que tengo que
sufrir por lo que merece la pena. Dejando de lado esos apegos enfermizos que me
quitan la alegría.
No
quiero llorar por nimiedades, esas que a veces me preocupan y
angustian. Decido sufrir por lo que merece la pena dar la vida. Le doy valor a
lo que vale. Y se lo quito a lo que no importa tanto.
Tengo
quizá menos miedos que antes a perder la vida. Menos cosas que guardar
obsesivamente. Pero sí brotan miedos concretos que se hacen de pronto más visibles.
Y le pido a Dios la confianza para que me permita vivir cada día mirando el
cielo. Hoy escucho:
“Tú,
malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley,
el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna”.
Mirando el cielo abierto
ante mis ojos todo se ve distinto. Cuando es la luz del cielo la que ilumina
mi muerte parece que hay más vida, una vida eterna y el cementerio lleno de
colores.
Pienso
en el cielo lleno de santos que ya están con Jesús, a su lado. Entonces el
corazón se ensancha. Desaparece el miedo a perderlo todo. Y de golpe brota la
esperanza. Me siento libre para perder la propia vida. Miro a los mártires:
“Vale
la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios
mismo nos resucitará”.
Esa esperanza que me habla
de la vida eterna me hace libre. ¿No es cierto que se despierta la esperanza en
mi alma?
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia