Un símbolo de moda con oscuras raíces esotéricas
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IvandBajo - Shutterstock |
Cada vez estamos más
habituados a contemplar el Árbol de la Vida, un símbolo fácilmente
identificable y atractivo que triunfa en las ventas de joyería y bisutería –y
así podemos encontrarlo colgado del cuello de muchas personas–, además de ganar
terreno en el campo de la decoración y el interiorismo.
El Árbol de la Vida se asocia
inmediatamente con sensaciones positivas, ya que se trata de una
imagen que nos remite a la naturaleza, al estar arraigados, al crecimiento… y,
cómo no, nos recuerda al árbol genealógico y nos hace pensar en la importancia
de la familia y en el valor que tienen para nosotros aquellos que nos
precedieron.
Recientemente se pudo ver en algunos lugares de España el uso de este símbolo en el contexto del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, realizándose incluso alguna escultura de gran formato como representación del Árbol de la Vida, para así enviar “un mensaje de apoyo a los pacientes” en Palma de Mallorca, o escribir “sentimientos e inquietudes y depositar mensajes de esperanza y ánimo” en el caso de Algeciras.
Recientemente se pudo ver en algunos lugares de España el uso de este símbolo en el contexto del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, realizándose incluso alguna escultura de gran formato como representación del Árbol de la Vida, para así enviar “un mensaje de apoyo a los pacientes” en Palma de Mallorca, o escribir “sentimientos e inquietudes y depositar mensajes de esperanza y ánimo” en el caso de Algeciras.
¿Una simple joya y adorno, entonces? ¿Un
símbolo universal aprovechable como decoración o incluso como iniciativa mural
solidaria? Sí, pero… mucho más.
Un supuesto componente
espiritual
No hace falta profundizar demasiado para
encontrar, en cualquier publicidad del Árbol de la Vida, una explicación
detalladísima de su hondo contenido espiritual: utilizado en diversas culturas
y civilizaciones, sería también hoy “una fuente de fuerza espiritual, una
conexión entre el mundo superior y el mundo inferior, otorgando sabiduría,
seguridad y fortaleza a quien lo porta”.
Así,
es considerado un amuleto protector, un talismán que protege de
todo lo negativo –hasta del “mal de ojo”– y que “está vinculado a energías
positivas, a un sentimiento de positivismo, sanación, curación y regeneración,
tanto espiritual como corporal”, lo que le aporta su faceta
pseudoterapéutica de la Nueva Era (New
Age), donde tiene tanta popularidad toda referencia a armonía, buenas
vibraciones o energía positiva.
Se asegura a los portadores del Árbol de la
Vida que éste “les atraerá aquellas energías positivas que les harán crecer
como persona, así como crecen las ramas de los árboles a través del tiempo, con el
fin de alcanzar la abundancia, tranquilidad y prosperidad tan anhelada”. Y no
sólo eso, porque es un “puente entre esta vida y la siguiente”.
¿Raíces bíblicas?
En el repaso histórico que hacen los
propagadores del Árbol de la Vida, rastreando la presencia del símbolo en
distintas culturas y religiones, se refieren, como es lógico, a su importante
aparición en la Biblia, concretamente en su primer libro.
Efectivamente, en el Génesis encontramos dos
árboles fundamentales para la explicación de los orígenes del universo y del
ser humano.
El libro que encabeza la Torá judía y la
Sagrada Escritura cristiana habla de dos árboles principales en el jardín del
Edén. Se lee en Génesis 2,9: ç
“El
Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y
buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el
mal”.
Hay que subrayar esto de los dos árboles,
aunque suene repetitivo, porque en algunas explicaciones actuales del Árbol de
la Vida se confunde a éste con el otro, el más conocido por ser el objeto del
pecado de Adán y Eva.
Y lo que suele olvidarse es que la fe
cristiana sí habla de este símbolo, pero identificándolo con la cruz de Cristo,
que es el verdadero árbol que da la vida eterna al mundo, algo que se repite en la
liturgia de la Iglesia (véase, por ejemplo, el himno medieval Crux fidelis).
La cábala entra en escena
En conexión con esas raíces
bíblicas, y dejando de lado todas las interpretaciones celtas, egipcias o
persas –entre muchas otras–, la mayoría de versiones del Árbol de la Vida se
refieren a su origen cabalístico. La cábala no es más que una
derivación mística del judaísmo que acaba siendo directamente gnóstica y
esotérica.
Y es que en la cábala tiene
mucha importancia la imagen del Árbol de la Vida, que conecta directamente con
su concepto de la divinidad: en su Libro
de la Creación (Sefer Yetzirah)
leemos que Dios crea el mundo a través de las 22
letras del alefato hebreo y los 10 números. Estos números son llamados sefirot (esferas o coronas).
Es habitual encontrarnos en
los libros de cábala a los 10 sefirot representados esquemáticamente con la forma
del Árbol de la Vida o “árbol sefirótico”.
Así, en una sola imagen
podríamos contemplar la creación de todo lo que existe a través de las
sucesivas emanaciones del Altísimo.
La clave ocultista
En esta línea de la cábala
podemos dar un paso más, algo muy habitual cuando nos adentramos en los
terrenos de la Nueva Era… y nos topamos, así, con el más puro esoterismo.
Podemos hacerlo, por
ejemplo, de la mano de Dion Fortune (1890-1946), importante autora
ocultista británica y fundadora de la Sociedad de la Luz Interior.
En su popular libro Autodefensa psíquica afirma de forma
rotunda que “en la Qábalah encontramos el esoterismo del
Antiguo Testamento”.
Y desde esta perspectiva
escribe que en este sistema de pensamiento gnóstico “el
Creador es concebido como trayendo el universo a la manifestación a través de
una serie de Emanaciones Divinas, en número de diez. Éstas son llamadas los
Diez Santos Sefiroth, y son representadas en un diagrama particular. Éste es el
famoso Árbol de la Vida, la clave de todo simbolismo”.
La autora establece los
vínculos del símbolo con la astrología, ya que “los
planetas, los elementos y los Signos del Zodíaco están todos conectados
íntimamente con los Sefiroth, estando dispuestos sobre el Árbol de la Vida en
un modelo conocido sólo por los iniciados”, en una argumentación clásica del
esoterismo: un conocimiento especial reservado para unos pocos.
Un falso y confuso
“cristianismo”
Dion Fortune insiste en que
se trata de un concepto clave en el conocimiento de lo divino: “la doctrina de
los Diez Santos Sefiroth, dispuestos en su patrón correcto para formar el Árbol
de la Vida, es de valor incalculable en permitirnos concebir el Invisible”.
Por eso no extraña que haya
dedicado todo un tratado a este tema: La
cábala mística.
Y como es también muy común
en la Nueva Era, mezcla términos cristianos en su tratamiento del
tema, cuando dice que “el ocultista no ignora la fuerza del Cristo; la reconoce
entre la jerarquía de fuerzas supremas del universo, aunque pueda no estar
preparado para asignarle la posición exclusiva que ocupa en el corazón del
místico Cristiano. En la Tradición Occidental está simbolizada por Tifareth, el
Sefira central de los Diez Santos Sefiroth del Árbol de la Vida Qabalístico”.
No
habla de Cristo, sino de “el Cristo” como una fuerza suprema, como una energía
universal. De
ahí lo engañoso del lenguaje de la Nueva Era y del esoterismo cuando utilizan
términos cristianos.
Y de ahí, también, lo ambiguo
y peligroso de
lo que, en principio, parecía un simple símbolo de significado positivo y de
“buena onda”.
En el fondo no es más que
otro amuleto, otro objeto de reminiscencias supersticiosas y mágicas –y hasta
ocultistas, como hemos visto– y nada que pueda acercar a Dios, sino encerrarnos
cada vez más en una espiritualidad autorreferente llena de
armonía y energías… que no vienen de Él.
Para
más información
– Entrevista a Vicente Jara: “La cábala es
pura magia”, InfoRIES,
14/04/09.
– Luis Santamaría, “¿Los llamadores de ángeles son amuletos
cristianos?”, Aleteia,
23/07/17.
– Miguel Pastorino, “La Nueva Era ¿también dentro de la Iglesia?”, Aleteia, 8/10/15.
Luís
Santamaría
Fuente:
Aleteia