La
prueba es una oportunidad para renovar el compromiso
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Steven Aguilar/Unsplash | CC0 |
Casados,
a veces podemos apasionarnos por otra persona, incluso desearla y pensar que
estamos enamorados de ella. La duda se instala y nos devora por dentro. ¿Cómo
actuar cuando no paramos de pensar en otra persona que no es el marido?
¿Somos responsables de
nuestras emociones? En este instante, por supuesto que no. Enfrentado a una
situación difícil, es posible querer huir cobardemente. Ante un ataque, uno
puede querer responder con una explosión de violencia. Y frente a una persona de
la cual emana un encanto al que somos particularmente sensibles, podemos
resultar atrapados.
Tales
sensaciones existen. Pueden ser violentas, como una ola que te inunda. Otras
veces, son casi imperceptibles, y es únicamente después de algún tiempo que se
da cuenta de la cosa extraña que le habita. Es molesto, porque no nos
reconocemos.
“¿Qué me está pasando?”
Esa
expresión es reveladora. Sugiere que hay una brecha entre el sentimiento que
tenemos, que puede abrumarnos hasta el punto de la obsesión, y nuestra
voluntad. Está en uno mismo pero podemos al menos
negarnos a dar nuestro consentimiento.
Es hora de recordar un principio simple
pero fundamental: la tentación no es pecado. Mientras
no consintamos (ni en la acción ni en el pensamiento), permanecemos fieles, no
pecamos.
A la pregunta: “¿Es
perdonable?,”
por lo tanto, debe responderse que no hay necesidad de perdonar un
pensamiento o sentimiento involuntario.
A la vergüenza (“me parece repugnante”),
debemos responder como Jesús: “Ninguna cosa externa que entra en el hombre
puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre” (Mc 7, 15).
Pero en realidad, las cosas no suelen ser
tan claras.
Entre el rechazo puro y simple de la tentación y la evidente caída en la
infidelidad, a menudo hay una zona de ambigüedad, más o menos mantenida.
Esta ambigüedad es obviamente una puerta
abierta a lo peor. Por
lo tanto, hay que luchar y, en primer lugar, eliminar
radicalmente la tentación de “ver hasta dónde podemos llegar sin caer”.
La resistencia debe ser clara en el
pensamiento y clara en la voluntad, aunque sea una lucha sin gloria, difícil
de garantizar la victoria, y a veces palpitante porque parece no terminar nunca.
Una tentación que debe
suscitar interrogaciones
Tal
vez sea necesario insistir aquí en la falta de consentimiento. Seamos claros: el
consentimiento no es sólo actuar. También existe
el consentimiento mental.
En el Discurso de la Montaña, Jesús llama a
sus discípulos a una justicia que no es sólo una conformidad externa, sino una
verdad interna.
Estas fragilidades, estas reacciones
confusas, nos interrogan sobre nuestro pasado y nuestro futuro. Parecen surgir
inesperada e inexplicablemente. O podría deberse a circunstancias externas.
Pero, ¿son tan extrañas para nosotros como
parecen?
Pueden estar relacionadas con el descuido,
la falta de vigilancia, o los fracasos reales, viejos o nuevos, que nos han dejado su marca
y que nos hacen más vulnerables a una u otra tentación.
Esto exige una obra del Espíritu Santo en
lo más profundo de nuestra serenidad: una obra de clarificación, de curación,
de liberación.
Por otra parte, estos
momentos de confusión y vacilación nos obligan a replantearnos nuestras
opciones y compromisos. Cosas que parecían obvias y adquiridas están siendo
cuestionadas. Esto puede ser una señal de que carecían de autenticidad o
madurez.
La prueba es una oportunidad para renovar
el compromiso.
Más humilde, ciertamente, pero también más radical y verdadero. Es por eso que
el Señor permite estos pasajes peligrosos en nuestras vidas. ¡Él tiene menos
miedo que nosotros!
Padre
Alain Bandelier
Fuente:
Aleteia