NUESTROS MOVIMIENTOS EN COPEI JORNADA FESTIVA 1 DE JUNIOJORNADAS DE FORMACIÓN DE LAICOSNOTICIAS POR CATEGORIASDICASTERIO PARA LOS LAICOSCOMISIÓN EPISCOPAL DE AP. SEGLARMOVIMIENTOS Y ASOCIACIONES
/div>
6.12.19
¿CÓMO RESPONDER SOBRE NUESTRA FE A PERSONAS QUE NO CREEN EN DIOS?
¿A
veces te hacen preguntas por ser cristiano que te cuesta contestar?
Shutterstock
A menudo
sucede que al saber que eres cristiano, alguien te pregunta, si eres ejemplo de
quien pone en práctica lo que crees. Tal vez no te sientas a gusto ante ese
tipo de preguntas. Por eso hoy te traemos algunos consejos si no te sientes
bien preparado a la hora de responder a estas preguntas.
Sientes que es normal que se
dirijan a ti. La revelación cristiana se transmite de persona a persona. ¿El
Señor Jesús envió a sus discípulos para anunciar la Buena Nueva a todas las
naciones? De eso estás convencido, pero estás incómodo. Este malestar puede
tener dos causas:
una
puede provenir de ti,
la
otra del que pregunta.
O no sabes qué actitud
adoptar o la actitud de la persona que pregunta tampoco está clara.
¿Qué pasa con aquel que
hace la pregunta?
Es
mejor hablar del aquel que interroga que de la pregunta porque cualquier
pregunta es buena hacerla, pero según el estado de ánimo de quien la formula,
ella cambia de naturaleza.
¿Qué quiere realmente: saber
más o tenderte una trampa? Jesús lo experimentó. Podemos extraer de su actitud
una enseñanza para nuestro comportamiento.
Jesús se enfrentó a dos
tipos de interrogadores. Y ya, en sus preguntas, podemos ver lo que están
esperando. Hay aquellos para quienes la respuesta es importante, y aquellos
para quienes ella les importa poco.
Jesús no duda en responder y
su propia respuesta ilumina la persona que ha hecho la pregunta. Cuando Juan
Bautista pregunta a Jesús: “¿Eres tú el que debe venir, o debemos esperar otro?”
(Lucas 7:19); cuando los discípulos preguntan a Jesús el significado de las
parábolas (Lucas 8, 9); cuando un joven Le pregunta acerca de la vida eterna y
cómo acceder a ella (Mateo 19, 16).
Del mismo modo
un doctor de la Ley le quiso poner a prueba porque él buscaba
una prueba satisfactoria para convertirse. Jesús le cuenta la parábola del
“buen samaritano” (Lucas 10, 25). En todos estos casos, aquellos
que hacen la pregunta esperan indudablemente una respuesta. Y
esta respuesta puede cambiar sus vidas.
Sigue el ejemplo de Jesús
Jesús
es extremadamente serio con aquellos cuyas intenciones son equívocas. El rey
Herodes quiere ver milagros. “Le preguntó con palabras fuertes, pero no le
respondió nada” (Lucas 23: 9). A su propio riesgo, Él guarda un silencio
absoluto.
Hay quienes quieren ver una
señal. Jesús, que sin embargo hace muchos milagros, no los satisface. Él siente
que, incluso si ven una señal, ellos no cambiarían sus vidas: “Incluso si
alguien resucita de entre los muertos, no serán convencidos” (Lucas 16:31). El
los reenvía a la Fe porque incluso una buena respuesta, muy clara, no dispensa
de la Fe.
Cuando presiente la trampa, Él
es duro con aquellos que no esperan ninguna respuesta. Así, cuando los
defensores de la autoridad religiosa del momento Le preguntan con qué autoridad
El actúa, Jesús desea iniciar un diálogo con ellos. Ellos se niegan. Entonces
Jesús les dice que El tampoco responderá (Lucas 20, 8).
Y lo que es peor, cuando la
gente se ha concertado para “sorprenderlo en palabra” con la delicada pregunta
sobre los impuestos a pagar o no, Jesús siente la trampa y les tiende otra. Él
les dice: “Hipócritas, ¿por qué me tienden esta trampa? (Mateo 22, 18). Y Él
responde remitiéndolos a sí mismos.
¿Cuál
debe ser nuestra actitud?
Nosotros
también debemos aprender a distinguir entre las preguntas que solo nos
desestabilizan o ridiculizan en público, y aquellas que son una llamada.
Mientras tengamos que respetar a quienes hacen estas preguntas, a menudo es
inútil embarcarse en una discusión que solo conducirá a la división.
Quizás el interrogador
plantea una pregunta real. Sería una lástima de perder esta oportunidad. Pero
tal vez no sea el momento adecuado ni el lugar correcto para responder. Queda
la oración. Recurrir a la acción del Espíritu Santo es mejor que las polémicas
estériles.
En todas las demás
situaciones, uno debe estar dispuesto a enfrentar y no olvidar esas palabras de
aliento del Señor: “Quien te escucha, me escucha” (Lucas 10, 16); “El
que acoge al que yo he enviado, me acoge” (Juan 13:20).
Cuando dialogamos con
alguien que nos pregunta acerca de nuestra Fe, ¡no es de nosotros que debemos
hablar, sino de Él! El que nos envía, y El que me cuestiona. Debes rezar en tu
corazón, diciendo: “¡Señor, que sé tú quien hable y no
yo!”
No son nuestros argumentos
que acreditarán
Nosotros
solo somos instrumentos que utiliza el Espíritu de Dios. El instrumento será
perfecto si él es dócil y humilde. Él debe tener infinito respeto por aquel que
busca, por aquel que habla. Fue el Señor quien comenzó a hablar con él. Solo se
nos pide que arrojemos ramitas al fuego que no hemos encendido. Por eso es
inútil multiplicar los argumentos, como si la Fe fuera la conclusión necesaria
de un razonamiento. Es por eso que el testimonio de nuestra unión con Cristo
puede a menudo valer más que una demostración.
También, ¿qué puede decir un
amante cuando se le pide que dé cuenta de su amor? “¿Por qué amas? Que es el
amor ¿Existe el amor? … “¿Puedes demostrar algo? ¿Qué quieres que diga, excepto
“La amo” El amor ha cambiado mi vida. Te deseo que ames ¡Te deseo ser tocado
por el amor del que te ama!
Somos mensajeros
Las
verdaderas preguntas que requieren una respuesta son a menudo agresivas. Tienes
que trabajar para que no te afecte el tono de la
pregunta.
Lo que importa es el que pregunta, su angustia, su deseo.
Lo que importa es el Señor
que espera su hijo para recibirlo. Nosotros somos los intermediarios, los mensajeros enviados a
las encrucijadas para invitar a los pobres, los heridos, los violentos al
banquete nupcial donde ellos tienen su lugar.
Otra actitud del siervo que
habla en nombre de su señor, que no sea la del que quiere imponer sus ideas. El primero es humilde. Él se sabe investido de
una misión cuyo desafío es considerable. El otro se vuelve detestable por su
suficiencia. El primero tiene un solo deseo en mente: que la invitación del
señor no sea rechazada. Él está preparado a hacer todos los sacrificios para ser
escuchado. El otro le importa más ser brillante y conseguir salir de una
situación delicada. Eso es vanidad.
La señal que Dios nos envía
Si alguien
te pregunta acerca de tu Fe, ¡alégrate! Es una señal. El Señor te envía a él.
“No busques con inquietud la
manera cómo defenderte o qué decir, porque el Espíritu Santo te enseñará al
instante lo que tienes que decir” (Lucas 12:11).
No te preocupes de lo que
dices, pero preocúpate de amar verdaderamente al Señor y amar aquel que el
Señor pone en tu camino. De la calidad de tu presencia depende la realidad de
la presencia del Señor. Él hará el resto.