El proceso de liberación del miedo se logra
en el trato personal y la amistad con Dios
En general,
nuestros miedos provienen de la experiencia de la soledad existencial.
Al sentirnos
solitarios, nos sentimos también inseguros, desprotegidos; y de la inseguridad
nace el miedo. Ahora tenemos que retroceder paso a paso venciendo los obstáculos.
¿Cómo vencer
el miedo? Venciendo la inseguridad. ¿Cómo vencer la inseguridad? Venciendo la
soledad. Y hay una sola manera de vencer la soledad: poblándola de PRESENCIA (así,
con mayúscula), y esta Presencia “es” Aquél que está presente en todo tiempo y
en todo lugar.
Cuando el
creyente, víctima del miedo, y hasta del pánico, toma conciencia de que el
Poderoso es también el Amoroso, y Él está conmigo de día y de noche a donde quiera que yo vaya; y pase lo
que pase, todo acabará bien porque si mi Dios es omnipotente y
está conmigo, también yo soy omnipotente; ¿miedo a qué?; ¿la aflicción, la
angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? En
todo vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado (Rm 8, 35-37)
Para derrotar
al supremo enemigo del corazón del hombre que es el miedo, no hay en las
ciencias humanas otra arma invencible sino la fe viva.
Dios, que es
Puro Amor, gratuito y eterno, habita en mi interior como una presencia
poderosa, amorosa y materna, y me cuida, y me protege. Y, dentro de mí y reina
la paz eterna. Vendrá el mañana
con sus problemas, pero también con sus soluciones.
Ya lo dice la
Biblia. “el amor perfecto echa afuera el miedo” (1Jn 4, 18), y nace en el lugar
último en donde se da la intimidad entre el alma y Dios, nace la paz. Cuanto más entrañable la intimidad,
mayor la seguridad. Y a tanta seguridad, tanta libertad. Y a
tanta libertad, tanta paz. Y la paz de Dios, que habita en la última estancia
del alma, es la suprema victoria sobre el miedo.
Todo esto
presupone una viva fe en Alguien que vive para siempre, y nos mira, y nos
cuida, y nos ama. Y Él es, para nosotros, la seguridad, y la fortaleza, y la
esperanza y la dulcedumbre. No solo tiene Él la solución para todos nuestros
problemas sino que, en Él, todo está solucionado. O mejor, Él es la Solución
para todo.
Este proceso de liberación se
consuma por el camino del trato personal, de dentro a dentro, en el
misterio de la comunicación personal, en la relación íntima Yo-Tú. Dios mismo
es el interlocutor para comunicarle nuestros problemas personales, pedirle en
nuestras necesidades, recibir fuerzas de su amor y pedir respuestas a nuestros
interrogantes.
Este creyente
que camina en la presencia de Dios puede publicar a los cuatro vientos esta
gran verdad: “No sé lo que el futuro me reserva: pero sé quién controla mi
futuro”.
Esta
convicción le infundirá seguridad y tranquilidad contra todos y cualesquiera
miedos. Esto capacitará a la persona para crecer y adaptarse a los cambios y
peligros, conservando la confianza en el poder y amor de Dios.
Por: Padre Ignacio Larrañaga
Por: Padre Ignacio Larrañaga
Fuente:
PildorasdeFe.net