Me
acerco turbado al belén, ¿por qué no sonrío más en medio de mis noches? Es lo
que deseo, estar alegre…
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carballo | Shutterstock |
Me
detengo a mirar con calma las figuras de mi nacimiento. Son los protagonistas de mi
Belén. No quiero mucho adorno. No necesito nada superfluo.
Quiero quedarme sólo con
aquellos que estaban en Belén ese día. Cada uno tiene su lugar. Yo el mío en mi
vida, en sus vidas. Soy uno de esos que camina hacia Belén en este Adviento,
siguiendo sus huellas. Uno más, otro año más.
No quiero que se me escape
el tiempo. Quiero aprender a ser como esos personajes de entonces. Adoptar sus
actitudes. Adentrarme en su misterio. Quiero estar despierto
y atento.
Me fijo en los pastores. Hay un pastor con una oveja
que siempre toca mi alma. Un pastor cuidando su oveja. Un pastor que quiere
acercarse al niño que es el pastor que nace. Quiere arrodillarse ante María, la
divina pastora.
Ese
pastor humilde, pobre, perdido en una noche de invierno. Vigilando sus ovejas.
Tal vez dejó al resto con el rebaño en ese mismo monte en el que el ángel
sorprendió sus pasos. Yo también quiero ser pastor. Como Jesús me dice:
“Soy
el Buen Pastor, doy mi vida por mis ovejas. Si también nosotros queremos ser
buenos pastores, debemos poseer tal conciencia de misión divina. Todos los
profetas, todos los grandes apóstoles de la Iglesia poseían una conciencia
profunda y explícita de su misión divina. El buen pastor da su vida. No existo
para mí mismo, existo para los míos; para ellos me envió el Dios Padre”.
Yo soy un pastor con
conciencia de misión. Creo saber lo que Dios me pide. Quiere
que cuide mis ovejas, y las conduzca hasta Él. El pastor trae su oveja. Es su ofrenda, su
entrega fiel al niño. Quiere que Jesús la cuide. Es lo que más desea.
Miro a mi pastor que desea un mundo mejor,
con más justicia, con más verdad, con menos odio. ¿No
soy yo acaso ese pastor que camina despacio hacia Belén estos días queriendo
que cambie el mundo?
Ese pastor que sueña con lo
imposible. Y corre en búsqueda de la verdad, del abrazo de Dios.
Cuánto sufrimiento…
Tengo
la piel gastada por los vientos, por los años, por el sufrimiento que llevo
grabado en el alma. Llevo el peso de la vida sobre mis espaldas, demasiada
carga. Y los pies caminan más lentos después de tanto andar.
Tal vez he sufrido caídas y
decepciones. Y quiero que Jesús levante mi ánimo que está
algo bajo.
O logre llenar de alegría mi voz transida de dolor. Como dice Rozalén en su
canción La puerta violeta:
“Tengo
un nudo en las cuerdas que ensucia mi voz al cantar. Tengo una culpa que me
aprieta se posa en mis hombros y me cuesta andar”.
Hay tantas
personas que sufren a mi alrededor… Les pesa el alma. Es como si hubieran
tejido un nudo en su garganta. Y falta la voz firme y libre. Brota el deseo de
que un jilguero venga a anidar en mis entrañas. En la misma canción:
“Sé lo que no quiero, ahora estoy a salvo.
Hay un jilguero en mi garganta que vuela con fuerza”.
Quiero que este Niño Dios que va a nacer
traiga alegría a lo profundo de mi ser y me libere de todo lo que me pesa y
aprisiona.
Que rompa las paredes de mi prisión
abriendo una puerta a la esperanza. Mostrándome un nuevo camino, un paisaje
nuevo. Quiero que ese niño lo llene todo de esperanza y de cielo llenándome a
mí de luz a un mismo tiempo.
Me siento como ese pastor del Belén que
trae todo lo que tiene y no cuenta con nada más. Al fin y al cabo, son ciertas
las palabras de santa Teresita de Lisieux:
“En
la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, porque
no te pido, Señor, que cuentes mis obras”.
No tengo nada que ofrecer. Llevo sobre mis
hombros con tanta delicadeza a una de mis ovejas más amadas. La
mejor, no la que me sobra. Y se la ofrezco a Jesús en medio de la noche. Se la
entrego para que la cuide, la sane, la salve.
Para que me cuide a mí en ella, pues soy
esa misma oveja. Para
que la tenga el Niño a su lado cuando se despierte con el día y me abrace en
medio de mis miedos.
Esa oveja soy yo que sueña con un hogar,
con la paz de un pastor sujetándome sobre sus hombros.
Necesito
a ese Niño Dios, a mi pastor bueno. Necesito más que nunca a Jesús en mi vida
para que me abrace, sacie mi sed de infinito y calme mis miedos constantes.
Para que me sostenga y me dé la vida eterna que se me vuelve esquiva.
Llego con mi bastón, con el rostro algo
serio y cansado. Me siento tan pequeño… Me acerco turbado al belén. ¿Por
qué no sonrío más en medio de mis noches? Es lo que deseo, estar alegre. Y dejar a un
lado todas mis tristezas y penumbras. Y llenarme de su luz.
Han cantado los ángeles que Jesús ha
nacido. Sí, en la noche, en el monte al raso, en mi alma. Los benditos ángeles.
Y me han llenado de esperanza.
Y entonces me he puesto en camino. Un
pastor llevando una oveja al establo. Un niño ha nacido en la oscuridad. Una
luz en manos de sus padres. Lo sostienen conmovidos en medio de la noche.
Me siento yo ese buen pastor que llega
cansado y feliz. Me arrodillo ante Jesús
y le pido la paz.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia