Es posible cuidar el planeta, cambiar, renovarse: vive y
grita lo que hay que hacer
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Shutterstock | NASA |
Juan
es el más grande de los profetas. A él fueron a verlo todos aquellos que
recibieron el bautismo en el Jordán. Fueron a ver un hombre sabio, justo, que
podía enseñarles una nueva forma de vivir.
¿Para
qué sirven los profetas? Son los que anuncian un mundo que aún no se ve. Son los que hablan
de una tierra que todavía no poseo. Son los que me dicen qué tengo que cambiar
en mi alma para vivir con más plenitud.
Hoy el mundo busca
profetas. Personas que se rebelen contra lo establecido y crean que el mundo se
puede cambiar. ¿Cuáles son los profetas de hoy?
Hoy tanta gente sale a las
calles para pedir que se haga algo por salvar este mundo. Personas que creen en
un mundo mejor, donde se salve el medio ambiente. Donde se tomen medidas
políticas para mejorar el uso de los recursos naturales.
Es cierto que Dios ha
creado este mundo que estoy destruyendo, abusando de la naturaleza. Dios ama la creación
porque Él la ha creado.
Y me pide que la cuide,
que me haga responsable de todo lo que tengo en mis manos. Comenta Ignacio
González Kindelán en un estudio sobre la ecoteología:
“En
esta teología de la creación, como también se conoce la ecoteología, el ser
humano aparece en un lugar singular. Él no está encima, sino dentro y en el
límite de la creación. Él es el último en despuntar, se encuentra en la
retaguardia. El mundo no es fruto de su deseo o de su creatividad; no vio su
principio. Y como el mundo es anterior a él, no le pertenece a él sino a Dios,
su creador. Pero el mundo le es dado como jardín que debe
cultivar y cuidar. Por lo tanto, la relación que el ser humano tiene con
la creación es fundamentalmente de responsabilidad, una relación ética”.
Yo estoy llamado a ser
responsable de este mundo en el que vivo. Este
mundo que llegará a ser un nuevo mundo en el reino de Dios.
Hay profetas hoy que
hablan y quieren un cambio. ¿Y la Iglesia que amo tiene mensajes
proféticos?
Los jóvenes tienen la
responsabilidad de despertar el corazón del cristiano. Tienen que ser
proféticos. Y gritar por un mundo mejor.
El Adviento es un tiempo
profético que me habla de un mundo nuevo que he de construir. El
mundo y el hombre están llamados a renovarse.
Jesús viene a nacer y trae
un mensaje profético. Es necesario cambiar de vida. Necesito adoptar
nuevas posturas, nuevas creencias.
Para ello quiero vivir
anclado en Dios para saber lo que tengo que decir. El
mensaje del profeta puede escandalizar. Porque propone el cambio. Y el cambio duele.
Dejar de hacer lo que
estoy haciendo. Adoptar nuevos hábitos más sanos y beneficiosos. Iniciar un
camino de conversión. Cambiar actitudes nocivas para mí o para
otros. No es fácil el cambio.
Hace falta tener un
corazón abierto y flexible. El hombre se resiste al cambio. No lo quiere. Por
eso el profeta puede correr la suerte de profeta. Sus denuncias pueden no ser escuchadas. Y
corre el riesgo de perder la vida si persiste en ellas.
El caso de Juan Bautista
está ahí. No desistió de su lucha y acabaron con su vida. Jesús va a ser ese
profeta que busca construir un mundo mejor. Quiere cambiar lo que hay. No se
conforma. Y muere en la cruz.
¿Qué
hago yo hoy por cambiar el mundo? Estoy llamado a ser profeta. No
quiero que se aburguese mi alma. El peligro grande es que me acomode y mimetice
con el mundo.
Me hago uno más entre
muchos. Adopto los juicios del mundo. No quiero que me rechacen por mi forma de
pensar. Decía el padre José Kentenich:
“La
misión de profeta trae siempre consigo suerte de profeta”.
¿Dónde creo que debo
hablar y decir lo que pienso que debe cambiar en mi mundo? ¿Qué tiene que
cambiar en el hombre? ¿En qué tiene que cambiar esta Iglesia que amo?
El tiempo de Adviento
despierta en mí la vocación de profeta. Mi mensaje quiere
inquietar el corazón del hombre que fácilmente se acomoda. No me detengo.
Juan y Jesús vienen a
incomodar mi alma algo acomodada y tibia. Quiero asumir mi vocación de profeta
para no callar lo que piensa mi corazón. Y
decir aquello que Dios siembra en mí. El reino de Dios se hace presente.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia