Están llenos de luz y de vida, de esperanza y alegría,
protegen a los demás, bendicen, comprenden, anuncian que Jesús ha nacido y que
es posible la paz…
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Chernikovy Sisters|Shutterstock |
Los
ángeles están en el establo llenándolo todo de cantos y luz. Me quedo pensando
en ellos, son muchos. Veo a algunos que cantan, que dan luz y esperanza. Otros
guardan silencio en oración. Sonríen, esperan, contemplan.
Yo
quiero ser uno de esos ángeles llenos de luz y de vida, de esperanza y alegría. Me gustan los ángeles.
A José se le aparece un ángel en sueños. Un
ángel que trae noticias buenas. Un ángel que indica el camino a seguir.
Me gustan los ángeles que
traen luz en mis noches de invierno. Y algo de paz en medio de mis guerras. Y
les dan a mis pasos un sentido hondo en estos días. Cuando llego al portal me
emociona su canto, su vida.
Y, ¿si tal vez yo llego a
ser uno de esos ángeles? ¿No puedo acaso yo cuidar a los que más
necesitan mi protección en estos días? Un ángel de la guarda, un ángel que
acompaña.
Un ángel con un nombre
propio y una misión concreta. Un ángel que permanece activo siempre vigilando
el andar de los que amo, para que no teman, para que no les suceda nada malo.
Sí, quiero ser un ángel con
palabras suaves, con luz al llegar, con una mirada que acepta y comprende. Es
lo que más quiero en estos días de invierno. Cuando se acercan mis pasos
presurosos a Belén.
Quiero ser un ángel. Me
gusta anunciar buenas noticias. No siempre lo hago. No siempre hablo bien. El
otro día me decía una persona: “Yo es que soy
muy maldiciente. Sólo digo maldiciones”.
Me llamó la atención este
pecado tan común en el hombre que maldice, que habla mal de otros, que agrede
con palabras hirientes, que tiene el corazón sucio de odio y rabia.
No
quiero yo maldecir, sino bendecir. Quiero hablar bien, quiero decir palabras
bonitas llenas de esperanza. Quiero alabar a los hombres que encuentro en el
camino. Los admiro por sus obras, por la verdad de su corazón.
Quiero ser un ángel que
siempre lleve buenas noticias a este mundo enfermo. Pero veo que, en lugar de
dar alegría, provoco tristezas y llantos. Traigo oscuridad y creo a mi
alrededor una atmósfera de pantano. No lo quiero.
Quiero
velar junto a los que amo dándoles un poco de esperanza, de vida, de luz en medio
de la noche.
Conozco a algunas personas
en mi vida que son ángeles. Dios las ha mandado para vigilar mis pasos, para
sostener mis penas, para llenar de vida mi dolor. Creo en la bondad de esos
ángeles que recorren mi mismo camino. Leía el otro día:
“Pensar
en la bondad humana. Hay gente muy buena en el mundo. Gente capaz de grandes
cosas por los demás, por ideales nobles, en beneficio de toda la humanidad o de
las personas que le rodean”.
Creo en esas personas buenas
porque las conozco. Tienen nombre. Vuelven a aparecer a mi lado. Existen. No se
han extinguido entre tanta maldad y suciedad del mundo.
Guardan no sé bien cómo una inocencia genuina, original,
sagrada. Y tienen en su alma una pureza que nunca ha sido herida. No sé cómo
lo hicieron para mantenerse vírgenes en un mundo que ensucia y hiere.
Quiero también yo tener
vocación de ángel. Caminar en medio de los hombres repartiendo alegrías. Anunciando
que Jesús está vivo, que ha nacido. Que la paz es posible. Y que no todo es
mentira.
Que hay corrupción es
cierto, también en la misma Iglesia. Y hay pecado, y sufrimiento. Y oscuridad
cuando cae la noche. Pero no importa. Sigue
siendo más fuerte el color del cielo. El olor de Dios en la piel que sufre.
Sigue habiendo más luz en el
canto de los ángeles. Y sus obras, siempre benditas, dan unos frutos que todo
lo transforman.
¿Cómo no voy a creer en los
ángeles que caminan a mi lado casi sin que yo los vea? Sí, creo en ellos. Y
creo en su poder. Y sé que en sus palabras me habla Dios. Y desvela en sueños lo
que tengo que hacer y cómo tengo que vivir.
Cambian
el mundo con sus pasos serenos. Y parece que la luz naciera con su
canto. Y el cielo se viste de luces que todo lo transforman. Reina la paz
infinita. Y mis dolores parecen ya calmados. Con sus pasos sencillos en medio
de mis entrañas.
Creo en ellos. Y creo en mí. Yo
puedo ser ángel si me lo propongo. Si me dejo hacer en las manos de María.
Si me penetra una luz nueva que no es mía, sino de ese Dios que quiere hablar
en mis labios y sanar en mis manos heridas. Y me devuelve la inocencia perdida.
Y siembra en mis obras una luz eterna que yo no poseía.
No me lo creo, pero veo a mi
paso surgir plantas nuevas. Semillas que mueren para dar fruto. Sencillamente
eso. Quiero ser ángel en mi noche de invierno. Y
dejar que el calor penetre hasta mis huesos.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia