Palabras
antes del Ángelus
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Ángelus 26 enero 2020 © Vatican Media |
A
las 12 de la mañana de ayer, tercer domingo del tiempo ordinario, el Santo
Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico
Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la
Plaza de San Pedro para la cita habitual del domingo.
Se
encuentran hoy presentes entre otros, los Muchachos de la Acción Católica de la
Diócesis de Roma que concluyeron, con la «Caravana de la Paz», el mes de enero
tradicionalmente dedicado por ellos al tema de la paz. Al final de la oración
del Ángelus, dos jóvenes pertenecientes a dos diferentes parroquias romanas,
invitadas al apartamento pontificio, leyeron un mensaje en nombre de la ACR en
Roma.
Estas
son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
Palabras del Papa antes
del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de hoy (cf. Mt 4,12-23) nos presenta el comienzo de la misión pública
de Jesús. Esto ocurrió en Galilea, una tierra en las afueras de Jerusalén, y
mirada con recelo por mezclarse con los paganos. No se esperaba nada bueno y
nuevo de esa región; en cambio, allí mismo, Jesús, que había crecido en Nazaret
de Galilea, comenzó su predicación.
Proclamó
el núcleo central de su enseñanza resumido en el llamamiento: «Convertíos,
porque el reino de los cielos está cerca» (v. 17). Esta proclamación es como un
poderoso rayo de luz que atraviesa la oscuridad y corta la tiniebla, y evoca la
profecía de Isaías que se lee en la noche de Navidad: «El pueblo que caminaba
en la oscuridad vio una gran luz; a los que habitaban en sombra de muerte una
luz resplandeció sobre ellos» (9, 1). Con la venida de Jesús, luz del mundo,
Dios Padre ha mostrado a la humanidad su cercanía y amistad. Estas nos son
donadas gratuitamente más allá de nuestros méritos.
La
llamada a la conversión, que Jesús dirige a todos los hombres de buena
voluntad, se entiende plenamente a la luz del acontecimiento de la
manifestación del Hijo de Dios, sobre el cual hemos estado meditando los
últimos domingos. Tantas veces es imposible cambiar la propia vida, abandonar
el camino del egoísmo, del mal y del pecado porque el compromiso de conversión
se centra sólo sobre sí mismo y sobre sus propias fuerzas, y no sobre Cristo y
su Espíritu Santo. Pero nuestra adhesión al Señor no puede reducirse a un esfuerzo
personal, esto sería también un pecado de soberbia, nuestra adhesión al Señor
no puede reducirse a un esfuerzo personal, sino que debe expresarse en una
apertura confiada de corazón y de la mente para acoger la Buena Nueva de Jesús.
¡Es esta, la Palabra de Jesús, la Buena Noticia de Jesús quién cambia el mundo
y los corazones! Estamos llamados, por lo tanto, a confiar en la palabra de
Cristo, a abrirnos a la misericordia del Padre y a dejarnos transformar por la
gracia del Espíritu Santo.
Es
a partir de aquí que comienza un verdadero camino de conversión. Al igual que
ocurrió con los primeros discípulos: el encuentro con el divino Maestro, con su
mirada, con su palabra les dio el impulso para seguirlo, para cambiar sus vidas
al ponerse concretamente al servicio del Reino de Dios.
El
encuentro sorprendente y decisivo con Jesús dio inició al camino de los
discípulos, transformándolos en anunciadores y testigos del amor de Dios
por su pueblo. En la imitación de estos primeros anunciadores y mensajeros de
la Palabra de Dios, cada uno de nosotros puede dar pasos tras las huellas del
Salvador, para ofrecer esperanza a los que tienen sed de ella.
Que
la Virgen María, a quien nos dirigimos en esta oración del Ángelus, sostenga
estas intenciones y las confirme con su intercesión maternal.
Raquel
Anillo
Fuente:
Zenit