«Dame
espacio y tu vida cambiará»
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Misa del Domingo de la Palabra de Dios © Vatican Media |
«El
Señor te da su Palabra, para que la recibas como la carta de amor que escribió
para ti, para hacerte sentir que está cerca de ti», dijo el Papa Francisco
durante la misa. que celebró este 26 de enero de 2020, el primer domingo de la
Palabra de Dios.
En
su homilía en la Basílica de San Pedro, el Papa también aseguró que «la Palabra
que nos salva no va en busca de lugares preservados, esterilizados y
seguros». Entra en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad. Hoy
como ayer, Dios desea visitar estos lugares donde creemos que no irá … No tiene
miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más duros y los más
difíciles».
En
lugar de ir «al Señor con alguna oración formal, teniendo cuidado de que su
verdad no nos sacuda por dentro», alentó: «El tiempo de vivir para uno mismo ha
terminado, el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con otros y para otros, con
amor y sin amor, comenzó. Hoy Jesús también te repite: ‘¡Ánimo, estoy
cerca de ti, dame espacio y tu vida cambiará!’ Porque la Palabra de Dios
«causa conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo».
«Seguir
a Jesús con buenas resoluciones no es suficiente, pero debemos escuchar su
llamada todos los días», concluyó el Papa: «Para esto necesitamos su Palabra:
escuchar, en medio de las miles de palabras de cada día, esta Palabra que no
nos habla de cosas, sino de vida … Leamos algún versículo de la Biblia cada
día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita
de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono,
dejemos que nos inspire diariamente.»
Homilía del Papa Francisco
«Jesús
comenzó a predicar» (Mt 4,17). Así, el evangelista Mateo introdujo el
ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus
palabras y con su vida. En este primer domingo de la Palabra de Dios vamos a
los orígenes de su predicación, a las fuentes de la Palabra de vida. Hoy nos
ayuda el Evangelio (Mt 4, 12-23), que nos dice cómo, dónde y a quién Jesús
comenzó a predicar.
1.
¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el
reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice
que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos
se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante
nosotros. Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios
está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que
habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras,
canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro.
Es
un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No
tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, sino por amor.
Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió
nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que
nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la
belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de
sentirnos amados.
Entonces
entendemos la invitación directa de Jesús: “Convertíos”, es decir, “cambia tu
vida”. Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha
terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con
Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús
también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida
cambiará!”. Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla
como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu
lado. Su Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la
conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra
tiene este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz.
2.
Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que comenzó precisamente
en las regiones que entonces se consideraban “oscuras”. La primera lectura y el
Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras de
muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is
8,23-9,1). Galilea de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se
llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera
mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho, estaba la Vía del mar, que
representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes y
extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa
del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio
del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea
de los gentiles, desde un lugar fronterizo, desde una periferia.
De
esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares
preservados, esterilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en
nuestra oscuridad. Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares
donde creemos que no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta,
ocultando nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos
dentro de nosotros mientras vamos al Señor con algunas oraciones formales,
teniendo cuidado de que su verdad no nos sacuda por dentro. Pero Jesús —dice el
Evangelio hoy— «recorría toda Galilea […], proclamando el Evangelio del reino y
curando toda enfermedad» (v. 23). Atravesó toda aquella región multifacética y
compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones,
nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura,
sólo su presencia nos transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha
recorrido la Vía del mar, abramos nuestros caminos más tortuosos; dejemos que
su Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los
deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).
3.
Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando
junto al mar de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el
mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores
de hombres”» (Mt 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron
pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades,
ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y
corrientes que trabajaban.
corrientes que trabajaban.
Evidenciamos
lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y
usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida.
Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión.
«Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). ¿Por qué
inmediatamente? Porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos
porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor.
Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es
necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama
hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos
discípulos que lo escucharon.
Por
eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras diarias, necesitamos
escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino de vida.
Queridos
hermanos y hermanas: Hagamos espacio dentro de nosotros a la Palabra de Dios.
Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio;
mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro
bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire
diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra
oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida.
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit