El valor del desprendimiento consiste en saber utilizar correctamente nuestros bienes y recursos evitando apegarse a ellos y, si es necesario, para ponerlos al servicio de los demás
El
dinero es buen servidor pero mal amo, dice el refrán, pues en ocasiones puede
despertar apegos. El desprendimiento es por consiguiente, el antídoto contra la
fijación extrema a los bienes, es el camino para librarse de dichas ataduras y
vivir de forma plena y libre, además nos aparta de la avaricia.
El valor del desprendimiento consiste en utilizar correctamente los recursos sin apegarse a estos e invita a poner los bienes propios al servicio de los demás. El desprendimiento ayuda al ser humano a superar el egoísmo y a salir de la esfera de cristal que ocasiona la indiferencia. Por añadidura, es un valor que promete paz interior, lo que hace vivir en un estado apacible sin basar la propia felicidad en lo que se tiene o no se tiene: “el valor del desprendimiento nos enseña a poner el corazón en las personas, y no en las cosas.”
El valor del desprendimiento consiste en utilizar correctamente los recursos sin apegarse a estos e invita a poner los bienes propios al servicio de los demás. El desprendimiento ayuda al ser humano a superar el egoísmo y a salir de la esfera de cristal que ocasiona la indiferencia. Por añadidura, es un valor que promete paz interior, lo que hace vivir en un estado apacible sin basar la propia felicidad en lo que se tiene o no se tiene: “el valor del desprendimiento nos enseña a poner el corazón en las personas, y no en las cosas.”
Adicional a esto, el desprendimiento permite ver las penurias de los otros -el
apego nubla la realidad- y provee la sensibilidad para reconocer que siempre
habrá alguien con más carencias, no necesariamente materiales. “El desprendimiento no se
enfoca únicamente en objetos, sino que abarca incluso recursos que no se pueden
tocar, como conocimientos, cualidades y habilidades que muchas veces nos cuesta
trabajo poner a disposición de las personas, porque toca nuestro descanso,
gustos, preferencias y comodidades. Esta actitud de vida nos exige una revisión
constante para dejar de ser el centro de nuestras atenciones y poner a los
demás en él.” *Padre Hugo Tagle de Catholic.net.
Es aquí donde decimos que este valor se ocupa de demoler el individualismo en
la humanidad.
Desde luego es necesario el sustento económico para sacar adelante la familia,
para trabajar con eficacia, para llevar una vida digna y construir un futuro
estable. La dificultad surge cuando se hace del dinero y de las cosas que se
poseen, un ídolo a quien adorar.
¿Cuánto se necesita para vivir?
En realidad se necesita de poca cosa para vivir, pero el mundo cada vez nos
entrega más y más, instaurando dependencias que subyugan al hombre.
“En
ocasiones vivimos y trabajamos sin descanso para poseer aquello que tanto nos
ilusiona (autos, joyas, ropa, aparatos, etc.) y nuestra vida se mueve a ese
compás, sin embargo, si no tenemos cuidado, puede llegar el momento en que a
pesar de la insatisfacción que nos produce llenarnos de cosas, pretendemos que
éstas llenen un vacío interior.” *Encuentra.com
Asimismo, el autor citado con anterioridad añade: “Al observar tantas cosas
que nos ofrece el mundo, notamos que somos felices sin muchas de ellas. No se
trata de despreciar las bondades y maravillas del progreso, sino de ubicarlas
en su justo contexto, para no esclavizarse a ellas. Una revisión constante de
nuestras prioridades a la luz del valor del desprendimiento, nos regalará una
idea de cuán libres somos ante nuestros bienes y recursos evitando los apegos.”
El valor del desprendimiento facilita la capacidad de discernir cuando un bien
es necesario o no, de modo que se realicen adquisiciones racionales que tengan
de por medio un verdadero requerimiento.
En resumidas cuentas, cuando se pasa por la vida “ligero de equipaje” se disfruta de los pequeños
detalles, de la auténtica felicidad, del amor como el sentimiento más puro y
bello, de la armonía en las relaciones humanas, de la paz interior y de la
fortaleza espiritual que tanto enriquece al hombre.
Cómo vivir el desprendimiento
El desprendimiento “como todos los propósitos en la vida- es una decisión que se
origina en el propio ser. Las siguientes son algunas ideas, aunque hay muchas
otras que seguramente partirán del ingenio de quien quiera vivir este valor:
La caridad empieza por casa. Alrededor nuestro suelen haber personas que
necesitan algo de nosotros (consejo, compañía, protección, afecto,
esparcimiento, colaboración, ayuda material, alimento”) y tal vez han pasado
desapercibidas a lo largo del tiempo.
No comprar por comprar, ni acumular bienes sin sentido. Un buen ejercicio, es
inspeccionar en casa qué no necesitamos y a quién le podrían convenir esos
objetos.
La donación de tiempo y esfuerzo es igual o tal vez más valiosa que la
monetaria. Ser voluntario en una entidad sin fines de lucro o institución que
persiga un propósito social, es una forma estupenda de vivir el
desprendimiento.
Brindar una ayuda económica, según las posibilidades de cada uno, es otra
opción que siempre caerá bien tanto a quien lo ofrece como a quien lo recibe.
Transmitir a otros nuestro conocimiento, de forma que en un futuro, sean
autónomos y puedan realizarlo sin nuestra ayuda.
Regalar o donar un bien al que se sienta que se ha apegado.
Procurar decir más veces “sí” cuando le pidan algo prestado sin poner pretextos de por
medio.
"El desprendimiento es una actitud que enriquece, al contrario que
apegarse al dinero y a las riquezas, que desola el corazón del hombre”
La riqueza puede ser un obstáculo para la santidad
Desprendimiento de los bienes materiales
Meditamos, pues, en la contingencia y fragilidad de los bienes terrenos y en el
ejemplo de pobreza que nos ofrece San Francisco de Asis, a quien podemos
encomendarnos para que el Señor nos conceda amar esta virtud “la pobreza”, que él calificaba de
"señora" para significar su importancia. Las cosas, incluso las que
se nos presentan con su atractivo más atrayente, no dejan en ningún caso de ser
caducas; bienes que nos llenan “y sólo hasta cierto punto” hoy o durante una
temporada; tal vez en algún caso, por "toda la vida", pero nada más.
Y es que, para un hombre con fe, esto es muy poco, porque es muy poco
"toda la vida". Sería, por tanto, un contrasentido incoherente
proponerse, como objetivo de nuestra vida entera, la felicidad que puedan
proporcionar las riquezas.
Por lo demás, cuando las riquezas se valoran en sí mismas, se conviertan en un
poderoso obstáculo para la santidad, para la posesión de Dios, único objetivo
que puede colmarnos en plenitud. Se hace necesario, por tanto, un efectivo
desprendimiento de los bienes terrenos “que san Francisco practicó
con heroísmo” y es condición para la Caridad: para el amor a Dios, en que
consiste la santidad: Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá
aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y
menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas. Así se
expresaba Jesús, para dejarnos claro que la preocupación por los bienes materiales,
en sí mismos, no es compatible con la salvación. Agradezcamos al Señor los
medios materiales de que disponemos, fomentando incluso la ilusión de poder
contar con más y mejores medios, pero que sean instrumentos para servirle
mejor.
Recordemos lo que decía Jesús, Señor nuestro, en otra ocasión: La sal es buena;
pero si hasta la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? No es útil ni para la
tierra ni para el estercolero; la tiran fuera. Quien tenga oídos para oír, que
oiga. El dinero es bueno, podríamos decir: lo que poseo y aquello que me
ilusiona lograr es bueno, pero si se desvirtúa porque lo amo en sí mismo y no
para servir mejor a Dios, para la santidad, que es mi fin en la vida, entonces
resulta inútil; más aún, nefasto, por cuanto se interpone como obstáculo entre
Dios y yo. En cambio, si busco en Dios mis riquezas: esos tesoros a los que nos
anima Jesús de diversos modos, entonces no sólo mantengo el "capital"
sino que lo incremento asombrosamente: No amontonéis tesoros en la tierra,
donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los
roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre
corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro
allí estará tu corazón.
Conviene, por consiguiente, que nos preguntemos si tenemos la impresión de
gastar para Dios, de invertir propiamente en el Cielo. San Francisco, dándonos
un ejemplo heroico, abandonó todos sus bienes, cuando su familia y amigos
esperaban que administrara con acierto su fortuna. Sólo él consideró que su
mejor negocio sería "invertir" en la Vida Eterna propia y en la Vida
Eterna de los demás. Es, en efecto, muy importante, por una parte, conocer el verdadero
valor de los bienes materiales: escaso en realidad en sí mismo, por grande que
sea su atractivo; muy útiles, en cambio, como instrumentos imprescindibles para
servir a Dios, en nuestra condición de seres corpóreos. Por otra parte, es
preciso tener claro en qué consiste ser rico de verdad: en la posesión de Dios,
en la Bienaventuranza. Dios no espera de todos, sin embargo, un abandono
absoluto de las posesiones, ya que se necesitan de ordinario para desenvolverse
de un modo normal en la sociedad. Nos pide, en cambio, que no pongamos nuestro
corazón en las cosas, pues sabe Dios que nada distinto de Él puede darnos la
felicidad.
Aprendamos, de la mano de Nuestra Madre, esta lección que Nuestro Padre Dios
enseña a sus hijos pequeños, porque queremos hacernos y aprender como niños.
Fuente: http://www.lafamilia.info






