Pasos: arrepentimiento, aprender a transfigurarse en Cristo, seguir el ejemplo de los Santos y reflexionar
PASOS PARA LA CONVERSIÓN
Tercer paso, aprender de
los santos
La
Iglesia Católica tiene canonizado más de 5000 santos, solo con nombres
que comienzan con la letra a, hay unos 800, pero cuando queremos hablar de
ejemplos de conversión, solo nos fijamos en algunos y son casi los mismos de
siempre, es así como quiero exponer tres caso distintos, pero todos llenos de
admiración.
SAN
AGUSTIN, "toma y lee, toma y lee"
Es
un modelo de conversión, basta leer su libro confesiones, para darse cuenta que
su vida antes de la conversión no es muy distinta a las formas de vida de
muchos de nuestro tiempo.
“Y
eres tú mismo quien estimula al ser humano a que halle satisfacción alabándote,
porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse
en ti". (Conf. I, I, I )
Muchas
personas influyeron en la conversión de Agustín, en sus biografía, se dice una
especial mención a San Ambrosio, obispo de Milán, no tanto por su contacto
personal, más bien por su predicación, que lo hizo descubrir lo diferente que
era la fe cristiana, él se había imaginado algo distinto. En efecto, san
Ambrosio con sus predicas le enseñó a interpretar los textos bíblicos, y a
introducirle algunas ideas totalmente nuevas: "Me di cuenta, con
frecuencia, al oír predicar a nuestro obispo… que cuando pensamos en Dios o el
alma, que es lo más cercano a Dios en el mundo, nuestros pensamientos no captan
nada material ".
Como
muchos santos, la conversión se produce en momentos de crisis personal, es así
como a San Agustín, estando en el jardín de su residencia de Milán, escuchó una
voz procedente de una casa vecina, cantando como si fuera un niño o niña,
repitiendo una y otra vez: "Toma y lee, toma y lee". Él interpretó
aquellas palabras como si fueran un mandato divino, abrió la Biblia y leyó el
primer pasaje que se ofreció a sus ojos: "Nada de comilonas y borracheras;
nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más
bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus
concupiscencias". (Rom. 13, 13-14).
San
Agustín, tenía más de treinta años, me imagino todo lo que habrá sentido en ese
minuto, el mismo confiesa en el Capítulo XII de la VI parte de sus Confesiones
su desconcierto y esclavitud en que le tenía encadenada la lujuria. Pero a
partir de ese instante, toda sombra de duda desapareció. No fue meramente
accidental el que un texto del gran convertido, el Apóstol Pablo, fuera el
núcleo de la conversión de Agustín. La influencia de Pablo en Agustín continuó
a lo largo de toda su vida.
San
Agustín decía: "No quiero salvarme sin vosotros". "¿Cuál es mi
deseo? ¿Para qué soy obispo? ¿Para qué he venido al mundo? Sólo para vivir en
Jesucristo, para vivir en El con vosotros. Esa es mi pasión, mi honor, mi
gloria, mi gozo y mi riqueza".
Pocos
hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San
Agustín. Se mostraba amable con los infieles y frecuentemente los invitaba a
comer con él; en cambio, se rehusaba a comer con los cristianos de conducta
públicamente escandalosa y les imponía con severidad las penitencias canónicas
y las censuras eclesiásticas. Aunque jamás olvidaba la caridad, la mansedumbre
y las buenas maneras, se oponía a todas las injusticias sin excepción de
personas.
SAN
FRANCISCO DE ASIS, convertirse a Cristo.
(Conceptos tomados de la
lectura de “La conversión de san Francisco a Cristo, Génesis de un encuentro,
Por Pierre B. Beguin, o.f.m)
Francisco
de Asís «se convirtió a Cristo». ¿Qué significaba para él esta expresión,
«convertirse a Cristo»? ¿Y qué puede significar para nosotros? Pero, en primer
lugar, ¿de qué «conversión» se trata?. La Biografía de San Francisco, nos deja
una enseñanza sobre la conversión como un regalo de Dios, el joven Francisco
estaba «ansioso de gloria», y Dios se sirvió de esa inclinación natural suya
para atraerlo y hacerlo pasar de la sed de vanagloria a la ambición de la
verdadera gloria (TC 5).
Entonces
se abre para él el camino de la «conversión», que lo llevará a descubrir «la
verdadera vida religiosa que abrazó» más tarde (TC 7). Es así, como Francisco
pasa por un progresivo cambio total (TC 8-13).
Francisco
descubre a «su Señor» (TC 13-15).- Hasta aquí, tanto en
los sueños como en la oración, ha sido un desconocido, una voz, una inspiración
interior, el que ha guiado a Francisco. Éste ha hecho la experiencia de la
presencia de Dios, pero no lo ha visto. ¿Cómo, por otra parte, lo podría? Sin
embargo, Dios se le va a «revelar» bajo los rasgos humanos que tomó al
encarnarse en Jesucristo. Ese Dios que le hablaba, que «dirigía ya sus pasos» (TC 10), tendrá en adelante un rostro: el del Crucifijo de San
Damián, que se anima y habla a Francisco. El «Señor» de quien Francisco
aspiraba a ser vasallo y leal, será en adelante Cristo, y Cristo crucificado.
Esta revelación fue para él una iluminación que lo llenó de gozo: tuvo la
íntima convicción de «que había sido Cristo crucificado el que le había
hablado» y le había confiado, por fin, una tarea concreta que cumplir en su
servicio (TC 13).
Convertirse a Cristo.- Según el hermano León,
esta expresión sería del mismo san Francisco. Se la encuentra, en todo caso, en
el Testamento de santa Clara (Test Cl 9), y otras fuentes
franciscanas la utilizan, caracteriza bien la andadura de quienes reconocen en
Francisco a su «fundador» e inspirador «en el servicio de Cristo» (TestCl 7).
Francisco,
en efecto, se convirtió a una Persona, y no a una idea o a un sistema. Literal
y decididamente, Francisco «se vuelve hacia» la Persona de Cristo cuando éste
se le manifiesta en la capilla de San Damián: desde ese momento, Cristo se
convierte realmente para él en «el camino, la verdad y la vida» (Adm 1,1; 1 R 22,40). Y esta orientación va a determinar toda su
andadura espiritual, tal como él mismo la evoca al comienzo de su Testamento.
San
Francisco, en su Testamento, nos deja entrever su evolución espiritual,
precisamente durante el período de su «conversión». En cuanto a acontecimientos
concretos, no mucho. Él sitúa el corte entre su «vida de pecados» y su «vida de
penitencia» en el momento en que «el Señor lo condujo entre los leprosos» y en
que se puso a su servicio (Test 1-2). En efecto, fue entonces,
como lo señala la Leyenda refiriéndose explícitamente a este texto, cuando
invirtió su escala de valores y cuando la amargura de antes se convirtió para
él en «dulzura de alma e incluso de cuerpo» (Test 3; TC 11).
SANTA
EDITH STEIN, (Sor Benedicta de la Cruz). Abrazadora de la cruz con un amor como
el de Cristo.
"No
se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el
peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de
ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única
esperanza".
Esta
es una santa muy contemporánea, fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa
Juan Pablo II, quien le dio el título de “mártir de amor”. En octubre de 1999,
fue declarada co-patrona de Europa.
Desde
poco después de su muerte en las cámaras de gas del campo de concentración de
Auschwitz el 9 de agosto de 1942, el asombroso camino de conversión y la
profunda coherencia cristiana de Edith Stein la convirtieron en una figura cada
vez más admirada. Su peregrinación del judaísmo al catolicismo y de la vida
intelectual a la contemplación como carmelita descalza, la convirtieron para
muchos en un ejemplo y un símbolo no sólo de diálogo interreligioso, sino de
reconciliación entre el pensamiento y la fe.
Ella
paso primero por el desencanto del judaísmo, al atractivo católico, al observar
como en lo ritos fúnebres se encomendaban a los hombres a la misericordia de
Dios. Fue una mujer inteligente y destacó en los estudios. Las virtudes
aprendidas en casa, junto a una profunda y despierta inteligencia, hicieron
progresar a Edith en el mundo académico, a pesar de los prejuicios contra las
mujeres y los judíos de aquella Alemania rígida. Destacó en el colegio, y fue a
Göttingen a estudiar filosofía. Edith, en filosofía, buscaba la verdad. Pero, a
la vez, un intenso trabajo la absorbía, y no dejaba tiempo para la
consideración de otras cosas; de hecho, no tenía fe.
Edith,
fue una mujer curtida por el dolor y la muerte, En 1914 apareció de improviso
la guerra. Muchos de los amigos de Edith fueron al frente. Ella no podía
quedarse sin hacer nada, y se apuntó como enfermera voluntaria. La enviaron a
un hospital austriaco. Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras
dolencias. El contacto con la muerte le impresionó. Edith recibió la Medalla al
Valor por su trabajo en el hospital.
Edith,
no tenía fe, leyó La Vida de santa Teresa de Jesús, y concluyó: ¡Esto es la
verdad!
Algunas
conversiones de amigos y algunas escenas de fe que pudo ver habían impresionado
a Edith. Empezó a leer obras sobre el cristianismo, y el Nuevo Testamento. Un
día tomó un libro al azar en casa de unos amigos conversos. Resultó ser la
autobiografía -La Vida- de Santa Teresa de Jesús. Le absorbió por completo.
Cuando lo acabó, sobrecogida, exclamó: "¡Esto es la verdad!".
Inmediatamente, compró un catecismo y un misal. Al poco tiempo se presentó en
la parroquia más cercana pidiendo que le bautizaran inmediatamente. Demostró
conocer bien la fe, pero había que hacer algunos trámites, y se bautizó el día
1 de enero de 1922, con el nombre de Teresa Edwig.
Lo
más duro que le esperaba a la recién conversa era decírselo a su familia. Edith
era un orgullo para su madre. Por eso mismo se derrumbó y se echó a llorar
cuando su hija se reclinó en su regazo y le dijo: "Madre, soy
católica". Edith la consoló como pudo, e incluso le acompañaba a la
sinagoga. Su madre no se repuso del golpe -lo consideraba una traición-, aunque
no tuvo más remedio que admitir, viendo a su hija, y diciendo que:
"todavía no he visto rezar a nadie como a Edith".
Edith,
se hizo carmelita descalza. No le fue fácil tomar esta decisión,
hacerse carmelita descalza. Era una decisión meditada durante años, que se hizo
realidad en 1934. Emite sus votos en abril de 1935, en Colonia. Se convirtió en
Sor Benedicta de la Cruz.
Mientras
todo esto sucede, el ambiente en Alemania se va haciendo progresivamente hostil
contra los hebreos, desde la llegada al poder de Hitler en 1933. En 1939 sus
hermanas del Carmelo de Colonia deciden que es prudente salga de Alemania, y se
traslada al convento de Echt, en Holanda. Pero en la primavera de 1940 Holanda
es ocupada por los nazis. A principios de 1942 se decide en las afueras de
Berlín la "solución final": el exterminio programado de los judíos y
de los católicos de origen hebreo. En agosto de 1942 se presentan en el
convento de Echt, en busca de Edith Stein y su hermana Rosa, refugiada allí. Al
cabo de pocos días, salen de Holanda con destino desconocido. Pocos datos se
conocen a partir de este momento, pero todos coinciden en testimoniar la
serenidad y entrega ejemplar de Edith. Más tarde se supo el destino final de
Edith Stein: las cámaras de gas de Auschwitz. Allí entregó santamente su alma
al Señor el 9 de agosto de 1942.
Por:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Fuente:
Catholic.net